La Rosa más bella de mi escuela

  • Hits: 3503
educadores
 
Rosa Brooks fue de esas maestras que marcan a sus alumnos para toda la vida. Todo un legado de rectitud, consagración, buenas prácticas docentes y cívicas, conocedora de sus alumnos y del entorno que lo rodeaba para mantenerlos a salvo de cualquier arbitrariedad y corregir a tiempo cualquier desvío.
 
Fue la maestra de varias generaciones de una misma familia en el barrio norte de mi Guantánamo natal. En el centro escolar, actualmente llamado Ramón López Peña, enseñó a leer y escribir a mis padres y a mis hermanos mayores. También fue educadora, condición que debería ser inseparable de la digna profesión, porque a partir de su ejemplo también enseñaba honradez, respeto a todo y por todos.

Tengo conmigo, como coraza, muchas de sus enseñanzas y recuerdos. Decía que leer era más que pasar la vista por lo escrito, que era necesario comprender el sentido de lo escrito e interpretarlo; que escribir era más que representar palabras o ideas con letras u otros signos, que era importante saber comunicar; que la historia es la enseñanza de la vida.

Para hacer entender a sus discípulos lo importantes de estudiar, siempre y más apelaba a una frase que le era casi inseparable: la sabiduría es una gota, la ignorancia un océano.

En mis años de estudiantes, que todavía no terminan porque en estos tiempos de adelantos científicos y tecnológicos ligados a todo quehacer laboral y en hogar es indispensable aprender y ejercitar el entendimiento de manera casi constante, tuve excelentes maestros, pero a ella la siguen distinguiendo cualidades como la autoridad y el prestigio.

Hace mucho tiempo que partió del mundo terrenal pero su postura ante el magisterio que ejerció por más de cuatro décadas me hace pensar en la necesidad de clonarla, en el mejor sentido de este término, cuando aprecio más interés por el salario, sin demeritar su importancia, que por la calidad de las clases o los resultados docentes.

Pero miro a mi alrededor y me reconforta encontrar todavía en las aulas a muchas maestras y maestros de cabellera plateada, por el más alto estímulo que es el amor a la mejor y más importante profesión del mundo. Pero también encuentro a jóvenes como Lorena, quien desde que era un capullo sabía que quería ser maestra.

Lorena trajo la vocación en sus genes, la heredó de su madre, Eglis, quien desde hace algún tiempo se desligó de las aulas, pero a cada labor que realiza le impregna esa irrebatible disposición de aprender para enseñar que jamás se separa de un buen maestro.

Cada 22 de diciembre Cuba celebra el Día del Educador, período cuando se concentra el homenaje a quienes como mi maestra Rosa Brooks no sólo nos llenan de explicaciones sino también de la ternura que hace tanta falta y tanto bien a los hombres.

Escribir un comentario