Eterno guardián del buen estilo
- Por Rubén Rodríguez y Yamilé Palacio
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Devenido una leyenda de la corrección de estilo, un acápite casi anónimo en la historia de la prensa en Cuba, además de su singular erudición, Orlando Rodríguez Pérez entregó más de cuatro décadas de valioso esfuerzo profesional al periódico ¡ahora!
Dueño de un personalísimo sentido del humor, poseedor de un profuso anecdotario sobre el gremio y celoso guardián de la escritura, Rodríguez participó como soldado en la guerra de Angola, revisó con exquisitez las diversas publicaciones de esta casa editora y enseñó teoría y técnica periodísticas en la Universidad de Holguín, a cuyos alumnos legó destellos de sabiduría y cuentos de picaresco sabor local.
De su sapiencia somos deudores quienes coincidimos con él durante su dilatada carrera -desde la romántica primera sede en la calle Rastro, los vastos espacios del poligráfico José Miró Argenter y la reciente locación de la Plaza de la Marqueta-, y “disfrutamos” de su látigo con cascabeles, cuando incurrimos en un delito de lesa sintaxis.
Hombre de una cultura enciclopédica, siente un fervoroso respeto por la inteligencia cuando va a acompañada de humildad y madurez. Nunca tuvo horarios para su labor obsesiva y perfeccionista; y le caracterizan su humor, unas veces jovial y otras, corrosivo, y sigue adorando el helado y la cerveza, helada también.
En su amable entorno doméstico donde disfruta de merecida jubilación, el también redactor de la popular columna De lo humano y lo curioso rememora instantes de su vida, páginas de una historia que se continúa escribiendo.
“¿Cómo llegué al periodismo? Yo leía desde chiquito el periódico, las revistas, libros. Y cuando crecí tuve la posibilidad de estudiar la carrera de periodismo, una decisión que definió mi vida hasta hoy”.
Corrían los románticos años ‘60 cuando el jovencito de Manatí, territorio de la actual provincia de Las Tunas, llegó a la capital como tantos becados de todo el país: “Imagínate, un guajirito en la gran ciudad; esa época la viví, aproveché la experiencia, conocí a muchas personas, tuve a buenísimos profesores, me beneficié de la rica vida cultural de esos años, me volví asiduo de la cinemateca y del buen cine francés… Eso le da bagaje a un periodista. Todo lo que tengo son buenos recuerdos”.
Urgencias históricas propiciaron su experiencia internacionalista: “Estuve en Angola, no como periodista sino como soldado; tenía mi fusil AK y mi misión e hice lo que me correspondió, aunque no participé en ninguna batalla ni me tocó una bomba; fue un tiempo difícil, murieron muchos compañeros, pero regresé”.
Holguín y su prensa resultaron tentadores para el joven periodista, quien comenzó a trabajar en el rotativo ¡ahora!, heredero de la tradición periodística local, desde Norte hasta Surco, y donde se formó bebiendo de la experiencia de colegas como Cuqui Pavón, jefe de redacción; Alejandro Querejeta o Pedro Ortiz Domínguez, que harían carrera como escritores, en la época de tertulias legendarias en la imprenta de Rastro y Frexes.
“Me dijeron ‘Ven, quédate aquí’, y me gustó, porque en esa época Holguín significaba el futuro. Cada momento ha tenido sus pros y sus contras, y cada sede su encanto. Las tres han sido buenas y las supieron adecuar a las circunstancias. Trabajar en el ¡ahora! me dio una cultura, pude desplazarme a distintos puntos, hacer periodismo en un momento y hacer cosas culturales como el Ámbito; y compartir con buenos compañeros, con gente valiosa a través de los años”.
Mención aparte le merece su labor más valiosa:
“Me agradaba la corrección de estilo. Siempre trataba de que saliera lo mejor posible, porque a mí me gusta que las cosas estén bien. A veces, pasaba trabajo con algunos textos. Entonces, llamaba al autor y le pedía que me explicara lo que había querido decir. No es que fuera más inteligente o un genio, sino que tenía más estudios, la preparación universitaria; además de la lectura, porque leer mucho ayuda al periodista, al corrector”.
“Me gustaba la corrección del Ámbito, porque se publicaban textos muy buenos, escribía gente que sabía, y uno aprende al revisar esos trabajos sobre temas diversos; también me gustaba revisar otros periódicos, otros materiales que también me correspondió corregir, y eso se disfruta mucho”.
Orlando sonríe, ladino, cuando le preguntamos sobre ciertas cuartillas plagadas de errores, de la época en que se corregía en el papel impreso y no de forma digital como se estila actualmente, y que él guardaba como fe de su trabajo impecable; eran piezas cobradas por este veterano “cazador de erratas e incongruencias gramaticales”, como le llamó Germán Veloz, el corresponsal del diario Granma. En tanto, el periodista y humorista Ángel Quintana, ya fallecido, atribuyó varios de sus logros a la sabia asesoría de Orlando y el ingeniero Froilán Parra, quien fuera fotógrafo de este semanario, le nombró “eterno guardián del buen estilo”.
“El ¡ahora! me dio mucho, me dio experiencia, me dio una profesión reconocida, conocí a gente muy buena; ahí se trabajaba bien. ¿Qué me quitó? Me quitó el sueño, sí, porque no dormía; tenía que estar tanto ahí, para el cierre, que apenas dormía”.
Orlando está lleno de memorias, nostálgicos recuerdos de una vida entregada al que García Márquez llamó “el mejor oficio del mundo”; prudentemente, omitimos el cotilleo inevitable en un gremio que utiliza la información como materia prima. Repasando la grabación para transcribirla, se escucha su voz de acento jocoso, eco de una vida disfrutada a plenitud, y que no recita reglas ortográficas o lecciones de historia universal o de política internacional, sino asegura: “Cuando salga la entrevista voy a divertirme, porque Rubén es un jodedor del carajo”. Y bebe un metafórico buche de cerveza helada.
