La luz que llevamos dentro
- Por Maribel Flamand Sánchez
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Se va diciembre y nos parece que el 2025 se fue muy de prisa, se va con su aire fresco, que no cambia, amén de los trastornos del cambio climático. Se marcha dejándonos una energía útil, beneficiosa y palpable que se filtra entre las calles.
Diciembre es la esperanza, el optimismo puesto en el deseo de que el año por llegar lo haga cargado de todo lo bueno merecido por este pueblo, por tanta lucha, resistencia, dignidad y voluntad por defender lo suyo soberanamente.
Es un mes que, para los cubanos, va mucho más allá del calendario. Es la bienvenida a un aniversario más del triunfo de la Revolución cubana, en este caso el 67, garantía de conquistas sociales irrenunciables. Como dijo Fidel en fecha temprana, como agosto de 1959, “no se trata de una obra de un día, ni de un año, sino una obra para siempre”. “No fue sólo un logro político, sino un cambio social y humano que transformó la vida de los cubanos y su relación con el mundo”, de ahí que permanezcamos incólumes ideológicamente muchos agradecidos.
Sí, este diciembre llega cargado del peso de un año intenso. Llega con el eco de las dificultades diarias, de la inventiva constante para resolver lo irresoluble, del esfuerzo titánico que significa persistir y creer. No podemos, ni debemos, ignorar esa realidad. Es la huella de los días, la textura de nuestra verdad. Reconocerla es honrar la entereza con la que cada familia, cada individuo, ha enfrentado sus propias batallas.
Pero he aquí la maravilla, el verdadero milagro que se repite cada diciembre en Cuba: esa misma realidad, en lugar de apagar la luz, enciende una antorcha distinta. Porque en el corazón cubano, la adversidad no siembra desesperanza; pule la alegría, agudiza el ingenio y fortalece los lazos. La alegría no es aquí un lujo, sino un acto de resistencia; una decisión valiente de celebrar la vida, a pesar de todo y, a veces, precisamente por todo.
Es la alegría que brota de una mesa familiar, humilde pero reunida. Es la creatividad que transforma ingredientes limitados en una cena de Nochebuena con sabor a triunfo. Es la música que surge espontánea en un portal, curando cansancios. Es el poder de resiliencia convertido en fiesta, en un abrazo más fuerte, en un “¡Feliz Año!” que se pronuncia con la convicción de un deseo que ya se está construyendo.
Diciembre es ese contraste hermoso y desgarrador: el balance de las pérdidas y la cuenta rigurosa de las ganancias, que no son materiales, sino del alma. Ganamos en fortaleza, en unión, en sabiduría forjada en las batallas cotidianas. Y al mirar hacia el año nuevo, no lo hacemos con una esperanza ingenua, sino con el optimismo tallado a fuerza de golpes y sonrisas, con una visión que permite juzgar y valorar las cosas en su aspecto más favorable, porque sabe que el camino es complejo, pero confía, profundamente, en la capacidad colectiva para sortearlo.
El cubano lleva en su esencia un diciembre perpetuo: la capacidad de encontrar luz en la penumbra, de convertir la escasez en motivo de inventiva y de que, ante cualquier obstáculo, la respuesta sea un gesto de calor humano, un chiste para aliviar la tensión o una melodía que recuerde que la vida, con toda su dureza, también es celebración.
Bienvenido este fin de año. Recibámoslo con la memoria agradecida de lo aprendido, con el corazón abierto para sanar lo doloroso y con el espíritu indomable listo para creer, crear y reinventar la alegría, una vez más. Porque esa es nuestra mayor victoria: la certeza de que, unidos ante la adversidad y los vientos endemoniados que soplan desde el norte, ningún diciembre será lo suficientemente oscuro para opacar la luz que llevamos dentro.
¡Feliz fin de año, Cuba! Con la fuerza de los que saben que la esperanza, más que un sentimiento, es un verbo en tiempo presente.
