Empatía, te invito a un café
- Por Yani Martínez Peña
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Hace pocos días, mientras compartía un café en uno de los acogedores patios interiores de los Hoteles E en Holguín con una persona muy querida, le comenté sobre la proliferación de los "deambulantes" por la ciudad, una impresión que no he constatado con datos, pero que puede corroborarse a simple vista, a lo que mi interlocutor respondió: "lo que no me importa, no me importa", una frase que me heló la sangre, y el café.
Lamentablemente, vivimos rodeados de personas que se comportan así, como si nada les importara, enajenados en sus pequeñas islas, que alcanzan con suerte a sus familias. En la lucha por la supervivencia diaria, donde lo que debería ser común se vuelve una gran victoria, como llegar a tiempo al trabajo sorteando la actual situación del transporte, tener la comida hecha cuando se va la corriente o alcanzar el medicamento indispensable para seguir respirando en la farmacia, los problemas de los otros quedan al margen, por voluntad o por necesidad.
Sin embargo, sobran los ejemplos para reafirmar que, en condiciones de crisis, aislarse no es la alternativa que rinde los mejores frutos, sino unirse. Y no hablo de la unidad de los discursos, las consignas o los hashtags de moda, me refiero a la unidad efectiva, pero también afectiva; a los encadenamientos productivos reales para fortalecer la industria nacional con el concurso de empresas estatales y del sector privado, y a los hermanamientos para recoger donativos y ayudar a los más necesitados entre los necesitados, que en un país como el nuestro, somos casi todos.
Para unirse de verdad hace falta empatía, un sentimiento o cualidad que se vuelve esquiva cuando arrecian las dificultades. La empatía es la capacidad de comprender y compartir los sentimientos, pensamientos y emociones de otra persona. Implica ponerse en el lugar del otro, tratando de experimentar lo que siente, sin necesariamente estar de acuerdo con su perspectiva.
De acuerdo con un resumen de ChatGPT, existen tres niveles de empatía: la cognitiva, que permite comprender racionalmente el punto de vista y las emociones de otra persona; la emocional, con la cual es posible sentir lo que la otra persona siente, conectando con sus emociones; y la compasiva, que no es solo comprender y sentir, sino también actuar para ayudar a la otra persona. En este punto, resulta una habilidad clave en las relaciones humanas, ya que favorece la comunicación, la resolución de conflictos y el apoyo mutuo.
En una sociedad como la nuestra, que ha escogido el modelo socialista para enrumbar su destino, no hay cabida para quienes no se interesen por los problemas de los demás y eso aplica para quienes viajan en un ómnibus y voltean la cara hacia la ventanilla con tal de no ceder el asiento al anciano enfermo; para el profesor que reprende públicamente a la estudiante que llegó tarde ¡otra vez! porque es madre y primero debe dejar a su niño en el cuido antes de emprender la travesía a la universidad; para el directivo que sanciona las impuntualidades de sus subordinados, pero no detiene su auto estatal en las paradas abarrotadas de obreros en las mañanas; y para quienes dirigen a todos los niveles, servidores públicos en primera instancia, cuya principal misión debe ser pensar y sentir como el pueblo, y actuar en consecuencia.
Advierto que ser empáticos no es lo mismo que ser paternalistas o conformistas. Conocer las situaciones por las que atraviesan los demás, comprender la forma en la que actúan motivados por sus circunstancias y solidarizarse con ellas no es lo mismo que justificar y proteger a quienes, pudiendo dar más de sí para saltar por encima de los obstáculos, transformar su propia realidad y aportar a la sociedad, prefieren el facilismo y la mediocridad disfrazada de un inventario de penurias.
En Cuba necesitamos más personas a las que todo y todos les importen, que tiendan la mano, que regalen una sonrisa, que compartan lo que saben y lo que tienen. Necesitamos poner de moda la empatía.