Guerreros por la vida
- Por Lourdes Pichs Rodríguez
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Ellos son de los valientes, integrantes de la brigada de colaboradores de la Salud, que enfrentaran durante dos meses y 17 días la COVID-19 en la región italiana de Lombardía, a donde llegaran “en un momento de inaudita incertidumbre y peligro”, como reconociera Stefania Bonaldi, alcaldesa del municipio de Crema.
Uno con más experiencia, que el otro, en estas lides fuera de fronteras, pero ambos con la misma pericia, entrega a la profesión que ejercen y el humanismo con el cual se forman en la escuela de Medicina cubana.
El doctor Juan Alberto Aguilera Pérez afirma que la mayoría de los integrantes de la Brigada cubana en Crema eran jóvenes entre 28 y 35 años de edad.
De ahí que su selección para ir a Crema, como uno de los seis intensivistas que llevó la brigada cubana a salvar vidas allá, no es casualidad, responde a sus resultados en el trabajo. Él, no nos los confiesa así a través de la línea telefónica, porque su modestia no lo deja ni hablar de sí; sin embargo, algunas personas que lo conocen bien, ya se habían encargado de revelarnos facetas de este competente hombre de bata blanca con abultada hoja de servicios.
De acuerdo con su especialidad se desempeñó en el “cráter del volcán” italiano en la asistencia directa a pacientes graves y críticos. “La primera semana fue de adaptación, para familiarizarnos con el trabajo, conocer la parte organizativa de la Unidad de Terapia Intensiva del hospital municipal de Crema.
Reconoce con humildad que “sí fue un reto duro esta misión, porque, además, de ser la primera, el contexto en que la cumplía era bastante complicado por la alta tasa de contagiados y fallecidos y estar cara a cara luchando contra una enfermedad extremadamente agresiva y de alto nivel de contagio, que afectaba a muchas personas, en lo fundamental a los mayores de edad, cuya evolución tórpida impactaba”.
Ese traje debían soportarlo durante todas las horas de trabajo.
Lo imagino al otro lado de la línea haciendo esfuerzos para romper su humildad, por eso lo animo una y otra vez a revelar vivencias. “Trabajábamos un primer día de 8 de la mañana a 2 de la tarde, el segundo de 2:00 pm a 8 de la noche y al tercero hacíamos guardia de 12 horas, luego descansábamos 24, es decir, teníamos turnos rotativos, con jornadas muy fuertes porque estábamos frente a enfermos muy complicados, cuya situación nos exigía toda la atención posible, a lo cual se agregaban las extremas normas de bioseguridad a mantener, por nuestro bien, el de los colegas y de los pacientes”.
“En las calles hasta los niños nos saludaban con la bandera y daban vivas a Cuba”, afirma el doctor Juan.
Él permaneció 33 días en la sala, de ellos 31 con ventilación mecánica invasiva por traqueotomía hasta que logró salvarse y fue trasladado hacia el cubículo de Neumología. Un día de recorrido por allí sentí que alguien decía: Oh, dottore cubano, grazie, grazie y su mano derecha la llevaba al corazón, en gesto de agradecimiento. Nos había reconocido, aunque por nuestra vestimenta era casi imposible diferenciar a uno de otro de los profesionales de labor en el lugar”.
A la sexta tampoco fue la vencida
El doctor Jorge Luis Quiñones significó que “para los pacientes el médico era el que evaluaba e indicaba el tratamiento, pero no el que se acercaba, conversaba y ayudaba desde el punto de vista emocional”. Fotos: Cortesía de los entrevistados
Por eso tras su primera prueba de fuego en Venezuela, se le vio marchar hacia Pakistán, dos veces a Haití (cólera y terremoto), a Sierra Leona, cuando el Ébola y ahora hacia Italia.
“Todas estas misiones han tenido sus riesgos y particularidades. Por ejemplo, en Sierra Leona la comunicación con los pacientes era mínima por el estado de gravedad extrema de los enfermos, pero ahora en Crema sí pudimos interactuar con muchos hasta nos vimos obligados a estudiar el idioma italiano para establecer una conversación desde el punto de vista médico.
“En esta ocasión también estábamos en un país del primer mundo, donde el desarrollo de la Medicina y la tecnología médica es elevado, a lo cual no estábamos acostumbrados, por lo cual tuvimos que adaptarnos al funcionamiento de nuevos equipos: Pero aún así todo fluyó sin problemas por la acogida que tuvimos por parte de los médicos, quienes ante todo reconocían nuestro nivel científico, laboriosidad e incluso, incluyeron en sus protocolos experiencias que llevábamos de Cuba”.
El experimentado galeno destaca que “trabajamos todo el tiempo con el protocolo de ellos, eso se respetó desde el primer momento, aunque se les hicieron algunas sugerencias, no se impuso nada. Ese laboreo conjunto nos permitió concluir nuestra tarea con muy buenos resultados”.
Sobre el niño Alessandro, convertido en símbolo de la solidaridad de los italianos para con el pueblo de Cuba, dice que el pequeño con su saludo diario y la bandera cubana en sus manitas promovió un movimiento de respecto y agradecimiento entre sus coterráneos hacia ellos”.
A estos dos valientes, como a los otros 50 los colaboradores de la Salud en Lombardía, enfrentar una enfermedad tan letal los hizo crecer y madurar como profesionales y también como seres humanos.
Estos dos médicos holguineros formaron parte de los 36 galenos, 15 enfermeros y un especialista en Logística, de la brigada Henry Reeve, que no dudaron en partir el 21 de marzo hacia el territorio más golpeado de Italia por el nuevo coronavirus a brindar sus servicios.
Uno con más experiencia, que el otro, en estas lides fuera de fronteras, pero ambos con la misma pericia, entrega a la profesión que ejercen y el humanismo con el cual se forman en la escuela de Medicina cubana.
Ahora, desde el Centro Internacional de Salud La Pradera, en La Habana, donde estarán los 14 días reglamentados antes de volver a su terruño, los doctores Juan Alberto Aguilera Pérez, Intensivista y Jorge Luis Quiñones, especialista de Segundo Grado en Medicina General Integral (MGI), comparten experiencias en exclusivas para el sitio ahora.cu.
Grazie dottore

Para el joven de 30 años de edad, el doctor Juan Alberto Aguilera Pérez esta es su primera misión fuera del país. Apenas tiene dos años de graduado en su especialidad y ocho como galeno, pero ya sobresale por su preparación profesional e incondicionalidad ante el deber, que hacen que él sea el jefe del Servicio de Urgencias del hospital militar Fermín Valdés Domínguez y sus guardias médicas las realice en la Sala de Terapia Intensiva de esa institución sanitaria, consagrada, desde marzo, a plantarle batalla al nuevo coronavirus SARS-CoV 2, con victoria indiscutible.
De ahí que su selección para ir a Crema, como uno de los seis intensivistas que llevó la brigada cubana a salvar vidas allá, no es casualidad, responde a sus resultados en el trabajo. Él, no nos los confiesa así a través de la línea telefónica, porque su modestia no lo deja ni hablar de sí; sin embargo, algunas personas que lo conocen bien, ya se habían encargado de revelarnos facetas de este competente hombre de bata blanca con abultada hoja de servicios.
De acuerdo con su especialidad se desempeñó en el “cráter del volcán” italiano en la asistencia directa a pacientes graves y críticos. “La primera semana fue de adaptación, para familiarizarnos con el trabajo, conocer la parte organizativa de la Unidad de Terapia Intensiva del hospital municipal de Crema.
Luego en el Servicio de Cardiología abrieron una nueva sala con cinco camas, para que solo los intensivistas cubanos asumiéramos la atención de enfermos, pero con la cooperación de personal de enfermería y asistentes italianos y poco después sería acondicionado, con similar propósito, el salón de operaciones para atender casos y donde, también, prestamos servicios en varias ocasiones, a partir de la difícil situación epidemiológica afrontada en esos momentos por la pandemia del nuevo coronavirus”.
Reconoce con humildad que “sí fue un reto duro esta misión, porque, además, de ser la primera, el contexto en que la cumplía era bastante complicado por la alta tasa de contagiados y fallecidos y estar cara a cara luchando contra una enfermedad extremadamente agresiva y de alto nivel de contagio, que afectaba a muchas personas, en lo fundamental a los mayores de edad, cuya evolución tórpida impactaba”.

“En los primeros días tuvimos ocho pacientes, después nos manteníamos con cuatro en nuestra sala, de donde tras sacarlos del estado de gravedad, muchas veces extrema en que llegaban, los trasladábamos hacia la de Neumología, para recibir tratamiento rehabilitador, que les permitía retornar a su cotidianidad, a pesar de las secuelas dejadas por la COVID-19, por lo regular”, casi susurra Juan Alberto.
Lo imagino al otro lado de la línea haciendo esfuerzos para romper su humildad, por eso lo animo una y otra vez a revelar vivencias. “Trabajábamos un primer día de 8 de la mañana a 2 de la tarde, el segundo de 2:00 pm a 8 de la noche y al tercero hacíamos guardia de 12 horas, luego descansábamos 24, es decir, teníamos turnos rotativos, con jornadas muy fuertes porque estábamos frente a enfermos muy complicados, cuya situación nos exigía toda la atención posible, a lo cual se agregaban las extremas normas de bioseguridad a mantener, por nuestro bien, el de los colegas y de los pacientes”.

“Traigo conmigo muchos detalles, escenas vividas, de las que puedo escribir un libro, aunque de todos esos recuerdos no podré olvidar jamás las muestras de gratitud y respeto recibidas por las autoridades y pueblo de esa región italiana. Hay un hecho extraordinario, halagador, protagonizado por el paciente que más tiempo atendí.
Él permaneció 33 días en la sala, de ellos 31 con ventilación mecánica invasiva por traqueotomía hasta que logró salvarse y fue trasladado hacia el cubículo de Neumología. Un día de recorrido por allí sentí que alguien decía: Oh, dottore cubano, grazie, grazie y su mano derecha la llevaba al corazón, en gesto de agradecimiento. Nos había reconocido, aunque por nuestra vestimenta era casi imposible diferenciar a uno de otro de los profesionales de labor en el lugar”.
A la sexta tampoco fue la vencida

Esta es la sexta ocasión en que el doctor Jorge Luis Quiñones Aguilar se pone a disposición de quiénes más lo necesitan, aunque sea a miles de kilómetros del calor de los suyos o en lugares con situaciones de las más complicadas que puedan existir en un determinado momento.
Por eso tras su primera prueba de fuego en Venezuela, se le vio marchar hacia Pakistán, dos veces a Haití (cólera y terremoto), a Sierra Leona, cuando el Ébola y ahora hacia Italia.
“Todas estas misiones han tenido sus riesgos y particularidades. Por ejemplo, en Sierra Leona la comunicación con los pacientes era mínima por el estado de gravedad extrema de los enfermos, pero ahora en Crema sí pudimos interactuar con muchos hasta nos vimos obligados a estudiar el idioma italiano para establecer una conversación desde el punto de vista médico.
“En esta ocasión también estábamos en un país del primer mundo, donde el desarrollo de la Medicina y la tecnología médica es elevado, a lo cual no estábamos acostumbrados, por lo cual tuvimos que adaptarnos al funcionamiento de nuevos equipos: Pero aún así todo fluyó sin problemas por la acogida que tuvimos por parte de los médicos, quienes ante todo reconocían nuestro nivel científico, laboriosidad e incluso, incluyeron en sus protocolos experiencias que llevábamos de Cuba”.
El experimentado galeno destaca que “trabajamos todo el tiempo con el protocolo de ellos, eso se respetó desde el primer momento, aunque se les hicieron algunas sugerencias, no se impuso nada. Ese laboreo conjunto nos permitió concluir nuestra tarea con muy buenos resultados”.
Sobre el niño Alessandro, convertido en símbolo de la solidaridad de los italianos para con el pueblo de Cuba, dice que el pequeño con su saludo diario y la bandera cubana en sus manitas promovió un movimiento de respecto y agradecimiento entre sus coterráneos hacia ellos”.
A estos dos valientes, como a los otros 50 los colaboradores de la Salud en Lombardía, enfrentar una enfermedad tan letal los hizo crecer y madurar como profesionales y también como seres humanos.
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