Columbié, un tipo con el don “de la gente”

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columbie 1Fotos: Carlos Rafael y Torralbas
 Una de las virtudes que hacen del periodismo el oficio más bello del mundo es la posibilidad de conocer y aprender de personas extraordinarias, capaces de cambiar, para bien, a quienes les rodean.

La sociedad cubana está repleta de seres como estos, que nos pasan por el lado o saludan disfrazados de “normales”; sin embargo, son verdaderas historias de superación, esfuerzo y compromiso.
 
A mí entrevistado, quienes lo ven, pudieran creer que lo han teletransportado desde el Lejano Oeste, de las películas de vaqueros, pues su caminar, pose, sombrero alón y revólver a la cadera lo asemejan a los personajes interpretados por Terrence Gill, Steve McQueen o Charles Bronson.

Igual que ellos, lo escuda siempre una historia por revelar y una sonrisa que compartir. Su manera de comportarse me “atrapó” durante los días de recorrido por varias vías de la provincia a la “caza” de animales a la vera del camino.

Pues sí, me refiero a Raúl Columbié Batista, inspector integral del Centro de Control Pecuario (Cencop), “dolor de cabeza” de propietarios de ganado vacuno, equino y ovino suelto; terror de las carreteras holguineras; el tipo con el don “de la gente”.
 
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Como cacique se acomoda en su asiento, mientras alrededor de él nos sentamos para escucharle conversar de su niñez, juventud, experiencias. Lo hace de a poco. No le gusta hablar de sí, pero entre un cuento y otro devela detalles de su vida.
 
Mientras, Nelsa, su compañera de siempre, prepara el almuerzo y desde la cocina interviene cuando a Columbié se le olvida algún detalle “importante para ella”, según rectifica al esposo.

Con picardía Columbié aclara que no recuerda el año en que su madre lo trajo al mundo; no obstante, desde el año pasado le dan un kilogramo más de arroz por la libreta de abastecimiento.
 
Nacido y criado en el municipio de Sagua de Tánamo, de la provincia de Holguín, desde muy jovencito se insertó en la vida militar.
 
De ahí dio un salto hasta La Habana y por otros lugares de la geografía cubana trabajando al frente de una cochiquera en Pinar del Río, atendiendo una brigada de reclusos en Cauto Cristo; a cargo de unos almacenes del Ministerio del Interior en Ciego de Ávila y otras tareas que casi lo hicieron recorrer toda Cuba.

A su regreso a Holguín labora en la empresa de prefabricado y de ahí al Correo Oficial (actualmente Trasval), entre otras, mientras que a finales de 2008 comienza como Inspector Integral del Cencop.
 
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En tierra holguinera utiliza sus mejores “armas” de galán para enamorar a Nelsa, con quien pasó un poquito de trabajo para conquistar- aclara ella-. De esa unión tiene una hija, quien bien pudiera ser su secretaria, pues le atiende y realiza las llamadas telefónicas y lleva, rigurosamente, su “hoja de ruta”.

Desde hace un año “y un poquito más”, es responsable de una jaula, destinada, a tiempo completo, a incautar los animales que estén sueltos, pastoreando o amarrados cerca de las carreteras.

Es un trabajo complicado, de los que se sabe la hora de salida, pero no la de llegada a casa. “No es pa´ flojos, ni para los que piensan que van a vivir eternamente. Es necesario, creado para evitar que personas inocentes mueran por accidentes prevenibles y las irresponsabilidades de otros”, aclara.

Mientras conversamos hace uno y otro cuento. Pareciera que se disocia del tema, pero no, es un recurso utilizado para reforzar la idea abordada.

Así supe de las cientos de situaciones complejas afrontadas en sus correrías por distintos caminos. Como el caso de “Bombillo”, en Guardalavaca, a quien le decomisara tres caballos y una yegua o el de la despampanante joven, que con short a punta de nalgas pensó librarse de la multa y el embargo de los chivos.

Sin embargo, la parte más difícil, confiesa, es “cuando le dices a una persona: debes pagar 500 pesos de multa y le decomisas el animal, porque hay infractores irresponsables, pero con poco desenvolvimiento económico y no puedes dejar de cumplir lo establecido”.

“Si uno hace esa concesión con uno atrás viene otro y te dice, ˝pero tú lo dejaste a él ̏. Esa es la parte más difícil, pues te encuentras un viejito, un guapo, un noble, una mujer que viene a pintarte gracia o un descara´o”.

Pero, de lo que sí no hay dudas es, que cuando Columbié monta en su tractor no hay animal suelto. “Unas veces enrumbo pa´ Guardalavaca y la gente ni sale a saludarme. ¡No hay nadie!”, pues la jaula ha sido efectiva, aunque resulta imposible poder abarcar todo el territorio holguinero en una jornada.

“Cuando yo salgo espanto los nervios pa´ un lado”, comenta cuando rememora la anécdota del hombre que hoy espera juicio por atacarle con un machete al ser cogido in fraganti con una potranca descarria´. “Como no pudo picarme se montó en la yegua y dio a la fuga por un yucal. Cuando llegó la Policía yo andaba buscándolo con un palo de marabú, valga que no lo encontré, porque si no…”.

“Ese ha sido el único caso de ese tipo. Los demás se miran, se ponen bravos, refunfuñan, pero no llegan más lejos y que ni se les ocurra hacerlo”, advierte.

Aunque lleva revólver a la cintura espera “no tener que utilizarlo nunca, a no ser que un tipo me ataque, pero si anda desarmado o con un machete, no. No creo que haya necesidad. Fidel dijo que el arma era un componente de tu trabajo, no para quitar una vida, es un medio preventivo”.

“Un día por Báguano un muchacho se puso medio arisco, rebelde y me guardé el arma por debajo de la camisa y le dije: ni una palabra más, si vuelves a hablar te meto dentro de la jaula con las vacas. Remedio santo”.

Si él realiza con éxito esta faena se debe, fundamentalmente, al respeto que inspira. “Yo me abrí paso en la carretera sin un revólver, ni un alfiler, ni una cuchilla para sacar punta, escribo con lapicero-acota-. El chofer que anda conmigo me dice: ¨usted es más malo que la mordía de un verraco¨, porque no acepto nada, ni tengo compromiso con nadie, solo con el deber y eso da respeto, prestigio”, sonríe y vuelve a la carga.

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Nunca he abusado de la gente, ni puede llegar un viejito o un niño a decir algo malo de mí. Tengo el concepto que si busco a fulanito o menganito por problemas de animales lo resuelvo con él, no con un familiar. No, no, mi trabajo no lo estropea nadie”.

Sin días libres y jornadas de más de 12 horas asegura que su sostén se lo debe a su esposa e hija. “Si al final de la labor diaria nadie te espera en casa o no recibes unas palabras de aliento o apoyo es difícil salir adelante. Cada vez que existen resultados buenos en un trabajador, por lo regular detrás hay una familia unida, sacrificada, incondicional”.

Aunque dice sentir pasión y orgullo por la actividad realizada y consideración por quienes le dirigen, admite que su mejor etapa fue cuando laboró con Ramón Castro en el Valle de Picadura en la construcción de viviendas. “Él fue quien me enseñó a ser una persona consciente de lo que hacía y por qué lo hacía”.

“Un día Mongo llegó a la unidad y entre las más de 200 personas reunidas allí me miró y dijo: ˝me llevo al guajirito a ese ˝. Lo que sé hoy y he hecho se lo agradezco a él. Me inculcó que lo primero que debe hacer un ser humano es respetarse a sí mismo, si lo logra, respeta a los demás, pues es capaz de ponerse en su lugar.

“Siempre estaba arriba de uno dando consejos. Decía si se debe tomar una decisión y no sabes si es o no correcta, se analiza con cabeza fría y cuando se esté claro es que se adopta”.

“Todos los días me sentaba y decía ̏usted es responsable de lo que suceda aquí. Los jefes deben tener en sus manos tres tarjetas: una buena, otra regular y la mala, para si en un colectivo hay seis trabajadores y de ellos dos son buenos, dos regular y el resto son malos y ocurre un problema tú no puedes pelearle a los seis. A los buenos les das una oportunidad, regañas a los regulares y a los indisciplinados o recalcitrantes los sancionas˝. O sea es preciso poseer esa balanza para actuar en consecuencia con los problemas”.

“Mongo Castro nos preparó para la vida, quería que cuando uno se fuera de allí -no estábamos permanente- supiéramos vivir en cualquier lado y circunstancia”.

Esa preparación es la que ha llenado la vida de Columbié de lecciones. Es un hombre amante del trabajo, repleto de energía e historias, de dichos y redichos. Asegura que se jubilará cuando “Dios lo llame o no pueda caminar más”, así que tendremos Columbié pa´ rato.

Quedan muchas anécdotas por contar, pero Nelsa llama a comer y Columbié anda contrarreloj, pues aún le faltan varias “misiones” por cumplir.
 
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