“Juicios” de Angola

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fiscal grau 1Jorge Francisco Grau Rogena, fiscal provincial de Holguín. Foto: De la autora
 
Es difícil encontrar un suceso trascendental para los fiscales en Holguín en el que no haya participado Jorge Francisco Grau Rogena. La gesta libertaria en Angola fue otro episodio en el valioso “largometraje” biográfico del profesional, a quien la etapa dotó de firmeza y heroísmo.
 
Un fiscal en Angola
 
“En 1988 el entonces Fiscal General dispuso que fiscales civiles fueran como reserva a Angola, me hicieron la propuesta y acepté. La preparación la recibí en la Fiscalía Militar aquí. Era novedoso para mí, pues nunca fui llamado al Servicio Militar y ya tenía 34 años.

La misión del fiscal militar en Angola era instruir los procesos penales y ejercer la acción penal en los casos donde hubiese delitos cometidos por cubanos. A veces las víctimas de los delitos eran angolanos; de acuerdo con la legislación del momento, si había un acusado nuestro, pertenecía a la jurisdicción angolana, pero cuando llegué había una práctica que nos permitía juzgarlo.

Gran parte de nuestro trabajo era reunirnos con la tropa, hablarles sobre qué estaba normado, qué podía pasar. Eran actividades de prevención.

fiscal grau 2Grau durante su misión como fiscal en Angola. cortesía del entrevistado
 
En los aproximadamente 16 meses que estuve allá no hubo gran radicación por delitos. Tuvimos que ver con la difícil parte de la disciplina. Siempre fui el único fiscal donde estaba, me acompañaba también un juez. Los juicios se hacían donde fuera posible, debajo de un árbol, descampado, incluso, bajo tierra.

El tribunal dictaba sentencia, con garantías procesales, todo el procedimiento que se llevaba en Cuba, con defensores que surgían del seno de las tropas cubanas, aunque no fuese abogado”.
 
Atemperado al tiempo y el espacio

“Cuando llego a Angola fui para el último reducto del Sur: Changongo, poblado cerca de Namibia; después fui subiendo con las tropas hacia Cahamas; Luambo; Namibe, ciudad costera donde se prepararía la técnica para regresar a Cuba.

En ese momento estaban las discusiones sobre la firma de la paz. Yo traía un fusil AKM y una pistola Makarov, pero realmente acción combativa no tuve. Ya Sudáfrica no estaba allí. Los cubanos cubríamos territorios, acompañando a los angolanos”.
 
Juzgar, un proceso difícil

“Me resultaba complicado, no eran delincuentes, pero había que tener disciplina férrea, quien la violaba y cometía delitos recibía sanción, la cual no cumpliría allí, se trasladaba a Cuba.

No es que fuera sistemático, pero hubo sus casos. Soldados que se llevaban cosas de la unidad para negociarlas con angolanos, incumplimiento de obligaciones.

Esa es una misión en la que uno se pregunta, a qué vine, a investigar delitos, a sancionar cubanos, cuando en realidad te hermanas más con ellos. Que cayera un coterráneo en una situación de este tipo era complejo, uno quería que vinieran con toda la gloria, como ocurrió hasta con los que retornaron en un ataúd, pero hubo una minoría que transgredía normas, cometía infracciones y requería de sanción. A veces se discutía el caso, no iba a juicio, pero se interrumpía la misión”.
 
Casos pertrechados contra el olvido

“Dos muchachos (uno holguinero) estaban haciendo la preparatoria; sentados, comenzaron a jugar con el fusil, sin querer se disparó el arma y uno murió. Me sensibilicé con aquello, porque el joven tenía 18 años, lo dejé en custodia en el puesto médico, todos los días iba a verlo, el juicio fue verdaderamente emotivo. Hubo que convertirlo en un acto reflexivo sobre las negligencias en el uso de las armas, el juego. Se sancionó al culpable y se trasladó para Cuba.

Estábamos en Namibe, en un campamento, la gente descansando, un muchacho leía una carta de los familiares en Cuba, de momento, al joven lo atraviesa un proyectil y lo mata instantáneamente. Me avisan. En el desierto, sin transporte, camino alrededor de cuatro kilómetros preguntando si alguien había visto de dónde venía la bala. Llego a un campamento namibio.
 
Descubro que un muchacho estaba con un rifle disparando al ganado vacuno, que estaba antes, pero en la misma dirección de nuestro campamento. Con una especie de trabajo de criminalística, por el arma, la trayectoria, logramos descubrir que esa era la causa de muerte. Pensé que no lo descifraría, pero tenía necesidad de saber.

No era jurisdicción mía, aunque el fallecido era cubano. Un tribunal angolano lo juzgó. Le seguí el rastro al caso. Luego llegó la amargura, pues todo acabó solo en una multa, pese a demostrarse la negligencia del infractor.

“Otro caso. En una unidad nuestra un angolano daba vueltas con un jeep, mientras un cubano se mantenía recostado a un árbol, de momento el carro lo impacta. Cuando llego allí vi el cuerpo fosilizado en el tronco del árbol, lo que suele decirse una galleta. Fue realmente impactante. La jurisdicción angolana quedó a cargo. Nosotros continuábamos moviéndonos”.

¿Qué representó Angola en su trayectoria como fiscal?

“Fue importante, en primer lugar como cubano, por estar allí. Segundo, por la misión de accionar justicia y tratar de forjar una conducta en la tropa para que no cayeran en situaciones embarazosas. También fue complejo, estaba junto a sujetos ubicados en un sitio que no era suyo, que tenían vicisitudes y angustias personales, había que atenderlos no como un acusado en Cuba, pero teniendo en cuenta que la disciplina militar es férrea en cualquier parte del mundo, pues no se concibe un ejército que la quebrante.

Regreso a fines de diciembre del ‘89, pues se dio la indicación que solo quedaran los fiscales militares.
Desde mi función me sentí como parte de la conducta heroica que tuvo el pueblo cubano allá, como héroe, no por lo que realizaba, sino por participar. Fue una experiencia de vida enorme”.

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