La humilde intimidad de la radio
- Por César Hidalgo Torres
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Es costumbre en el mundo vaticinar que mañana desaparecerá la radio, pero el viejo aparato insiste en existir, más ahora que sus ondas se expanden en cualquier momento y en cualquier lugar, gracias a los teléfonos móviles.
Cuando se inventó el teléfono por cables, el mundo cambió, pero no absolutamente. Había espacios a los que no llegaba la voz, como por ejemplo, a un barco en alta mar. Y se siguió pensando.
En 1887, el físico inglés David Hughes inventó el micrófono y, en ese mismo año, el alemán Hertz descubrió que el aire está compuesto de oxígeno y de ondas por las que el sonido viaja, convertido en impulsos eléctricos.
En 1895, el italiano Guillermo Marconi realizó las primeras pruebas de trasmisión con las ondas descubiertas por Hertz (de ahí que Marconi se considere el inventor de la radio).
Cuando se inventó la radiofonía, el mundo cambió nuevamente y de forma tan radical, como la diferencia entre la noche y el día. La Radio no era entonces lo que usted conoce: los locutores, la música, las radionovelas y las noticias. La tecnología creada servía, sencillamente, para que dos personas se comunicaran entre ellas sin usar cables.
La gran prueba de su utilidad se hizo en 1912, cuando un enorme trasatlántico llamado Titanic chocó con un pedazo tremendo de hielo y se hundió. El tiempo que demoró el océano en fracturar el barco a la mitad y tragárselo, lo usó la tripulación para comunicarse por radiofonía con tierra, y viceversa. La poca gente que sobrevivió se lo tiene que agradecer a la radio.
La 2LC, de Luis Casas Romero fue la primera emisora que trasmitió en Cuba, hecho que aconteció el 22 de agosto de 1922. En Holguín, también hubo una primera vez para la radio, como es lógico.
Esa primera trasmisión se hizo desde la esquina de las calles Luz y Caballero y Morales Lemus, justo al lado de la logia Remigio Marrero, donde hay una casa que es como los versos de gramática antigua. En ella, todo es de siglos anteriores: las puertas de clavazones, los tirantes idénticos a los de la nave central de la iglesia San Isidoro…
Allí vivió un sobrino de los generales Grave de Peralta, Marcos, que tenía el mismo apellido de sus célebres tíos. Era el jefe de la oficina desde la cual los holguineros mandaban sus telegramas.
Para tener “vía” con La Habana, la oficina de Holguín tenía que pedir “pase” a la estación de Bayamo, y ocurría a menudo que aquella estaba ocupada cuando el aviso que se necesitaba enviar era de suma urgencia. Entonces Marcos, que sabía de la radio, compró una planta que se identificaba 8-GV y resolvió el conflicto, en 1923.
Era magia pura lo que consiguió Marconi. Utilizando aparatos raros, una persona hablaba en una habitación y se oía en la otra. Y en diversas partes del mundo, la gente comenzó a jugar con el invento: como podían, ensamblaban las piezas, hacían radio y se divertían.
Y no habría pasado de ahí si no es porque el dueño del supermercado cercano se percató de que, si anunciaba “a los cuatro vientos” sus productos, aumentarían sus ganancias. Dio dinero a los que jugaban para que ampliaran la potencia: ahora hablaban en una habitación y se oía en todo el barrio, y después más allá, hasta que un día el aire se llenó de sonido. Acababa de surgir la otra radio, la comercial.
Con el equipamiento, llegó el santiaguero Matías Vega al hotel Telégrafo, de Holguín (actual Centro Nocturno Benny Moré). Los equipos los instaló con la ayuda de Eusebio Cuesta, a quien le decían Nené, y del ingeniero Manuel de Jesús Góngora, que había venido a la ciudad como constructor de la carretera central.
El final de la emisora fue que el ingeniero Góngora la compró y en ella realizó el más notable hecho tecnológico de las radiocomunicaciones durante aquellos años de niñez del medio. La CMKF, que fue el identificativo de la primera emisora holguinera, hizo su trasmisión primera el 2 de septiembre de 1930.
Manuel Angulo Farrán, fundador de la hoy emisora provincial de Holguín, CMKO Radio Angulo.
Entonces, le continúa cronológicamente Manuel Angulo, un hombre sin dinero, pero con una pasión que convencía hasta al más incrédulo. Hubo quien lo creyó loco (felizmente no fue el único), cuando alargó la torre de un molino de viento y comenzó a trasmitir desde el atardecer del sábado 1ro de agosto de 1936, identificándose con las siglas CMKO.
En este momento de la narración, ya están dichos los primeros radialistas locales. Sus nombres retumban de un cerro al otro en Holguín, como si fuera la melodía de una canción, la canción de los abuelos radialistas, batalladores siempre, dando tánganas radiales por el bien de los vecinos.
En el año ‘39, fue la CMKO la primera de Holguín en trasmitir un radioteatro de ficción, y en 1956, el drama saltó del aire a lo real concreto. Angulo y sus trabajadores conspiraban contra un asesino coronel batistiano y se dedicaban a vigilar sus pasos. Mientras tanto, el Comando Clandestino esperaba el aviso. El aviso era el más inocente del mundo: sacar al aire la voz dulzona de Nat King Cole, cantando en un español de pacotilla aquello que dice “Cachito, Cachito, Cachito mío”.
El plan se logró, pero Manuel Angulo y sus compañeros fueron vilmente asesinados. No obstante, la fuerza enemiga no pudo silenciar la emisora, que desde entonces fue “la tribuna del pueblo”, y desde el temprano 6 de enero de 1959, por decisión de sus trabajadores, tuvo apellido: CMKO, Radio Angulo.
Entonces, llegaron los años 70, de empeños azucareros y otras mil batallas. Una de ellas, encabezada por Toñito Almaguer, fue crear la cadena provincial de radio de la joven provincia de Holguín.
Luego, los años 80 y 90. La quinta generación de creadores de esa magia perenne que consiste en el sonido venciendo todas las distancias, crearon la gran cadena de FM, con una limpia corrección técnica. A la vez, pregonaron que era esta “la radio para escuchar”, en contraposición al acto de oír, que es una acción física sin otra implicación.
Foto: Carlos Rafael.
Del siglo XXI en lo adelante, se multiplicaron los caminos al oyente. Internet, con sus multipistas, permitió lo impensable para los pioneros de la radio. Llegamos al mundo y sin dejar de ser el tradicional sonido, nos convertimos en una amplia gama de lenguajes.
En la nómina actual, ya aparecen los nombres de la octava generación. A esos nos gusta mirar hacia atrás y se nos inflama el pecho de orgullo por la historia vivida y la nueva historia, la que harán los radialistas por venir.
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