El Comandante Daniel

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Una importante avenida en la ciudad de Santiago de Cuba lleva su nombre. En esta arteria está también un monumento erigido en su homenaje, a donde más de una vez acudí de pionera a rendirle tributo. Fue el primer acercamiento que tuve a la vida de René Ramos Latour, quien trascendió como el Comandante Daniel del Ejército Rebelde.

Años después visité un sitio que me permitió reencontrarme con su historia. Era la fábrica de níquel de Nicaro, municipio de Mayarí, que a partir del 24 de octubre de 1960 fue rebautizada con su nombre por el gobierno revolucionario, otra manera de mantenerlo cerca de los trabajadores mineros como él, en una etapa de su vida, y de todo el pueblo.

Entonces profundicé en el hacer que lo llevó a ser considerado como uno de los líderes más audaces durante el clandestinaje y en la Sierra. El 30 de julio de 1958, en la finca "El Jobal", Sierra Maestra, René Ramos Latour cayó en combate. Su vida, truncada a los 26 años fue un torrente de entrega y valentía, desde la clandestinidad en Santiago de Cuba hasta las montañas donde se forjó la libertad.

Nació en Antilla, provincia de Holguín, el 12 de mayo de 1932, pero creció en Santiago de Cuba, a donde su familia se trasladó en 1941. Estudió contabilidad, pero su alma vibraba con el arte: en la Academia José María Heredia aprendió piano, canto y solfeo, destacándose como tenor. Un concurso de aficionados lo reveló interpretando a Ernesto Lecuona, acompañado por Luis Carbonell. Sin embargo, la injusticia social lo llevó a cambiar las notas musicales por los planes insurgentes.

Trabajador de la estadounidense Nicaro Nickel Processing Company, René se unió a las luchas obreras. Bajo la guía de Frank País, militó en organizaciones como Acción Revolucionaria Oriental y el Movimiento 26 de Julio. Su habilidad como organizador brilló en el norte de Oriente, donde coordinó sabotajes y ataques, como el asalto al cuartel de Preston en 1956.

Tras el asesinato de Frank País (30 de julio de 1957), René asumió como jefe nacional de Acción y Sabotaje del M-26-7. Recorrió Cuba reorganizando células, enviando armas a la Sierra y quemando cañaverales para sabotear la economía batistiana. En abril de 1958, lideró el ataque al cuartel de Boniato durante la Huelga General, demostrando su temple en el llano y la montaña.

Las zonas de Antilla, Preston, Nicaro, en la antigua provincia de Oriente, conocieron de su desempeño incluso antes de integrar el M-26-7, como dirigente sindical. Sus inquietudes en favor de los reclamos de justicia, fueron ganando en verticalidad y entrega.

Bajo la dirección de Daniel se organizaron los sepelios de Frank País y René Pujols el 31 de julio de 1957, lo que constituyó la más sentida manifestación de pueblo vista en la ciudad de Santiago de Cuba. Exactamente un año después, René Ramos Latour era sepultado apenas con la presencia de algunos compañeros de la guerrilla, pero como expresara el propio Daniel: “Tengo fe en el triunfo de la Revolución y en su noble pueblo que habrá de llevarla adelante”.

Ascendido a comandante por Fidel, dirigió la Columna No. 10 y combatió en Santo Domingo. En julio de 1958, reforzó al capitán Ramón Paz en La Providencia, donde asumió el mando tras la muerte de este. Su último combate fue en El Jobal: herido por un obús, murió mientras insistía en proteger a sus hombres.

Cuando cayó herido de muerte, el jefe guerrillero cumplía la encomienda del Comandante en Jefe de la insurrección, Fidel Castro, de interceptar un contingente enemigo. Y a pesar de que los compañeros más cercanos lo llevaron al caserío de El Hormiguero y se avisó a los médicos Ernesto Guevara y Sergio del Valle para prestarle auxilio, René falleció antes de que ellos llegaran.

La muerte lo inmortalizó como símbolo de unidad revolucionaria. En una carta a su hija, escribió: "Espérame... habré de entregarte una patria libre". Hoy, sus restos descansan en Santa Ifigenia, junto a los héroes de Cuba.

Como azar del destino, murió justo un año después de Frank País. René selló con sangre el Día de los Mártires de la Patria. Como dijo un combatiente: "En El Hormiguero enterramos un pedazo de nuestro corazón”. Su vida, breve como un relámpago, ilumina aún la historia de nuestra amada isla.


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