Vladimir Ilich Ulianov, Lenin…
- Por Lourdes Pichs Rodríguez
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"Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía.”
Lenin
Este 22 de abril se cumplen 155 años del nacimiento de un político, filósofo, pensador, revolucionario, guía del proletariado mundial y líder comunista más grande de la historia: Vladimir Ilich Ulianov, más conocido por Lenin.
Así se le reconoce en cualquier lugar donde se busquen datos del fundador del Partido Comunista de la Unión Soviética y del primer estado socialista del mundo, que naciera en Simbirsk (actualmente Ulianovsk); sin embargo, al profundizar sobre quién fue Lenin en muchas bibliografías se le describe como un “hombre humanísimo, singularmente sencillo, modesto y rodeado de las leyendas de un héroe épico ruso”.
Era de mediana estatura, anchos hombros, rostro afable y expresivo, con ojos pardos muy separados, frente ancha; con una sonrisa casi perenne en los labios y lo distinguía un timbre de voz de barítono. La manera rápida y enérgica de hablar cautivaba a sus interlocutores, porque en cada palabra expresaba emotividad y la agudeza de su inteligencia.
Hace unos días en la búsqueda entre mis libros, en uno de periodismo encontré un texto pequeño titulado Relatos sobre Lenin, de la edición de 1963, que me hizo detener a leer las páginas amarillentas de esta obra de Boris Polevoi y N. Zhukov, quienes revelan de manera atractiva, abarcadora e inestimable la vida de este hombre, tal como “lo vieron los trabajadores, los campesinos, los soldados del Ejército Rojo, las personas del trabajo intelectual en su famoso despacho o en mítines, talleres y círculos obreros”.
Ambos autores señalaron de Lenin, de manera muy marcada, su aspecto creador hacia las masas de obreros y campesinos, cuyos sufrimientos repercutían grandemente en el corazón sensible del estadista, que no escatimaba tiempo en conocer cómo vivían, qué pensaban y deseaban los trabajadores, por eso al estudiar, analizar tablas estadísticas al respecto, veía detrás de aquellas cifras a seres humanos (obreros, campesinos, intelectuales, el pueblo).
Escribieron que Lenin enseñaba a las masas y aprendía con ellas, de ahí que sin descuidar sus múltiples y responsables tareas, procuraba siempre hallar tiempo para las relaciones con sus semejantes. Después de la Revolución de Octubre -afirmaron- él apareció públicamente, solo en Moscú, más de 200 veces; visitaba industrias, fábricas, se encontraba con las mujeres y los jóvenes; iba a las reuniones campesinas de las aldeas. “No fue un huésped deseado, sino frecuente”.
Con singular realce narraron cómo por la antesala del líder pasaba sin cesar un torrente de visitantes –obreros, campesinos, intelectuales, militantes, gente humilde– y él los recibía, los escuchaba y hablaba con ellos de sus preocupaciones y después daba indicaciones precisas de qué hacer o sugería cómo atender cada caso.
“Lenin no obedecía a impulsos repentinos, él lo recordaba todo y pasado un tiempo solía comprobar meticulosamente el cumplimiento de sus encargos, casi todos surgidos de cualquier charla durante las audiencias. Y si algo no se cumplía o vagaba definidamente por el laberinto de las oficinas, los culpables eran castigados severamente, incluso pidiéndoles cuenta de su negligencia en las reuniones del Soviet de Comisarios del Pueblo o ante el Comité Central del Partido Comunista de Rusia (bolchevique)”.
Entre los rasgos más destacables del jefe del Gobierno Soviético, a decir de sus contemporáneos y más cercanos, estaba, sin dudas, la modestia. No toleraba lo superfluo ni los adornos burgueses. Rechazaba cualquier tentativa de sus compañeros de ser beneficiado con más de lo que le correspondía a él o su familia.
No tuvo hijos, pero amaba intensamente a los niños, con quienes se entendía fácilmente y por los cuales sentía gran preocupación por su bienestar general, a pesar de ser en esos años el hombre más ocupado que cualquiera de sus contemporáneos.
Y así como vivió murió Lenin; sin abandonar su actividad hasta el último día de su vida (21 de enero de 1924 a los 54 años de edad), a pesar de que su organismo se encontraba lacerado por la enfermedad (sufría aterosclerosis).
La historia, y mucho menos el marxismo, pueden escribirse sin las contribuciones del pensamiento político y filosófico de este estadista y de lo que significó para la humanidad el líder de la Revolución Rusa.