María Teresa Lorences: de campesina a trabajadora de la industria

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Desde muy joven, y hasta su retiro, trabajó en la Empresa del Níquel Comandante Pedro Soto Alba, en Moa. Nacida en lo más profundo del campo, conoció las penurias que vivían los campesinos en la dictadura de Fulgencio Batista.

Soy campesina, hija de un español residente en Cuba, que se dedicó a las labores del campo. Nací en El Santo, Sagua la Grande, Las Villas, el 15 de junio 1942. Aunque, realmente, era “Santo Flecha”, bien metido en el interior. Solo había un médico para toda la región. En ese lugar, como en la mayoría de los campos remotos, los hijos de los campesinos solo tenían derecho a llegar hasta el cuarto grado de escolaridad. Las escuelitas no tenían pupitres ni mesas. Era todo muy abandonado. Eso sí, mi papá insistía en que teníamos que estudiar.

Recuerdo que solo teníamos unos tenis para la escuela. No podíamos ponérnoslos para nada más. Íbamos descalzos hasta un arroyo que había cerca. Nos lavábamos allí los pies y nos poníamos los zapatos para entrar al aula. Mi papá decía que a la escuela no se podía entrar descalzo porque a la escuela había que respetarla.

Enfermarse por aquella época también tenía su complejidad. Había mucho oscurantismo. Medicina natural, despojos. Imagínese, solo había un médico en la región para tanta gente. Se llamaba Julio Urías Peña, que llegó a ser alcalde. Era un buen ser humano. Ayudó a muchos que no tenían dinero. Pero la verdad es que todos esperaban hasta el último minuto para ir donde él; ir al médico costaba mucho. Todo el mundo esperaba la ultima hora, y a veces era demasiado tarde. No se puede decir con palabras la miseria que le tocó vivir a mi generación.

Néstor Pérez Escudero era mi maestro. Un hombre negro, entrado en años. Con él aprendí a tener esperanza. Me decía: “No te puedes cansar”. Cuando llegué al grado límite, habló con la directora de la escuela urbana del pueblo, Amapola Borges, para que me admitiera. Él fue a ver a mi papá. “A María Teresa me la llevo para El Santo, para que haga sexto grado. (Mi papá) le dijo: “oiga maestro, no la embulle, a ella eso no le pertenece. Algún día los hijos tendrán oportunidad”. Pero insistió. Me trajo dos uniformes y zapatos. Para mí y para mi hermano, para que me acompañara a la escuela.

El maestro juega un papel importante en la vida del alumno. ¡Este maestro tenía una conciencia humana…! Gracias a él me presenté a un programa para optar por una de las 5 becas que ofrecerían en la provincia para la escuela Rosalía Abreu, (Escuela Técnica Industrial “Fundación Rosalía Abreu” para hembras) en La Habana, hoy Finca de los Monos. Gané la beca número 2. Hasta La Habana fue el alcalde, el doctor que te mencioné, para celebrar ese logro. Porque era prestigio para el territorio. Ese maestro me abrió muchas puertas.

Para mí la escuela Rosalía Abreu era una aristocracia. Un nivel al que yo, hija de campesinos, no estaba acostumbrada. Allí conocí a Laila Oviedo, una mujer de avanzada. Ella ayudó mucho a las que llegábamos nuevas. Se hacían muchas novatadas, bromas a las recién llegadas de las que ella nos libraba. Un día se anunció la visita del dictador Batista a la feria ganadera de Boyeros. Todas las alumnas tenían que ir. Algunas no queríamos, pero no sabíamos cómo librarnos. “Ustedes no van a ir a recibir al sanguinario Batista”, dijo Laila con firmeza, e inventó que estábamos enfermas. A la semana yo tenía en mis manos una carta donde se me denegaba la beca por no haber ido a saludar al dictador. Eso fue a finales del ´57. Me sacaron de allí. Yo no estaba metida en nada político. Solo por no ir a saludarlo.

Mi papá me puso a trabajar en una colonia cañera, sin salario, solo para aprender, haciendo vales. Yo vivía en una zona muy pobre donde el poco trabajo que aparecía era relacionado con la zafra. Allí me presentaron a Plácido, un muchacho de Sagua La Grande. Recuerdo que ese día me dijo: “¿Qué usted le haría a los que le quitaron su beca por no saludar a un dictador?”

El 9 de abril de 1958 se realizaron acciones armadas en numerosas ciudades de Cuba, pero la más importante se realizó en Sagua la Grande.

Plácido me reclutó para el Movimiento 26 de Julio. Ayudé recogiendo contribuciones para la organización, fabricando brazaletes... participé en la huelga del 9 de abril. Ese día porté una bolsa camuflada bajo la ropa que contenía grampas. Estas las dejaba caer junto a los carros de policía para que se averiaran. Eran tiempos bien revueltos. De mucha acción. Los alzados, con cada triunfo, comenzaron a ser los rebeldes.

Más que por la radio, la noticia del primero de enero del ´59 llegó de boca a boca. “¡Se fue Batista, se fue!”. Tanto necesitaba el pueblo un cambio definitivo que la noticia voló.

Era una época de muchos abusos…

Por mi casa pasaba un lechero, amigable. Un hombre negro llamado Emilio Córdova. Un día hubo una fiesta en el pueblo por Semana Santa. Ese día los campesinos bautizaban a sus hijos. Y luego había una fiesta. Él fue con su novia. El Cabo Morales dijo que iba a bailar con la muchacha, con la novia de Emilio. Él se negó. Morales se ensañó con él y lo mató. Era una época de muchos abusos.

El arte de educar

Hemos sido malos educadores. Lo que nos faltó a nosotros se lo hemos querido dar a nuestros hijos, sin que eso sea acompañado por una correcta educación. Nunca olvido un señor que le pidió a mi papá que le enseñara a su hijo a “carretear”. Y mi papá se asombró, porque el señor era acomodado, tenía mucho dinero. “Pero Don Gregorio, si usted tiene a su hijo en una escuela Marista”, que era la escuela de la aristocracia. “Sabino (le dijo el hombre a mi papá), no es darles el pescado a los hijos: hay que enseñarles a pescar. Porque, de lo contrario, cuando no tengan pescado se mueren de hambre o roban”. Aquel hombre convenció a mi papá a enseñarle a su hijo el arte de la carreta, tan útil en los campos ayer como lo es hoy. Ese es un ejemplo que ilustra lo que hay que hacer y que, lamentablemente, en muchos aspectos, se nos fue la mano a los de mi generación.

De campesina a trabajadora de la industria

El 16 de junio de 1962 llegué a Moa. Acudí a un llamado convocado por El Che, para que los jóvenes se sumaran a trabajar en la fábrica. Yo estaba recién graduada de Técnico Medio en Química Industrial. Desde entonces nunca más tuve otro centro de trabajo. En “la Pedro Soto” he sido obrera, dirigente sindical, dirigente del Partido, hija y madre. Actualmente llevo 20 años retirada. Pero sigo colaborando de distintas maneras. Y mis dos hijos trabajan allí. Una es económica y el otro es ingeniero en construcción de máquinas.

Un día, mientras estábamos trabajando, se comentó que El Che estaba en la fábrica. Y salimos todos a ver. Me abrí paso entre la multitud hasta el pasillo de la administración. El director, que me vio por casualidad, me apuntó y le dijo al Che: “mire, ella es de Villa Clara. Vino a trabajar con nosotros”. Recuerdo que él respondió: “Un día se sentirá orgullosa de trabajar aquí”. Y tenía razón. Pasé toda mi vida en “la Pedro Soto”, sintiendo mucho orgullo, sin que me arrepintiera jamás de eso.


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