Hijos del Alba

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campesinos cronica 1

 

Porque la conocí en su faena, tan diestra en los quehaceres y la vida dura del campo nunca olvidaré a Amarilys Vicente, campesina de Banes, y sus agradecidas palabras: “Soy privilegiada por la vida, porque la Revolución significó mi libertad total, como mujer y campesina, con plenos derechos y orgullosa de trabajar la tierra”.

 

Porque con sus gestos al hablar me recordó a mi madre, con manos callosas desde niña por tejer empleitas, que solo tuvo muñecas de tuzas de maíz, a mi tía que se envolvía en una sábana para que mi abuela lavara su único vestido, a mi Yaya quien sazonó con lágrimas la comida de seis hijos varones, en el tiempo del boniato miseria, la harina y un quilo de pan y a toda esa estirpe de valientes mujeres campesinas que traigo siempre a cuestas.

 

Esas, que, junto a mis abuelos guajiros, me enseñaron el por qué ese día, de la firma de la más importante ley de la Revolución Cubana, es un día de fiesta pues para ellos murieron los todavía no tienes o no puedes y las quejas que dar al viento, los que sembraban y cosechaban por primera vez, tuvieron su propio “canto” de suelo.

 

campesinos cronica 2

 

Con sangre y sufrimiento Cuba recobraba para sí y para sus hijos e hijas el derecho a la tierra. Era una promesa hecha por la Generación del Centenario, una idea propuesta por el Congreso Campesino en Armas, un sueño hecho a mano y sin permiso desde que, el 10 de octubre de 1958, el Comandante en Jefe  Fidel Castro Ruz aprobara la Orden No. 3: "Sobre el derecho de los campesinos a la tierra".

 

Hoy se dice fácil, pero a solo cuatro meses y medio del triunfo revolucionario, el 17 de mayo de 1959 se proscribió el latifundio y gratuitamente se convirtió en propietarias a 150 mil familias que tenían que pagar por las parcelas que cultivaban y otras 200 mil fueron beneficiadas, entre ellas la mía, mediante formas de posesión que no implicaron la propiedad.

 

campesinos cronica 3Fotos: Elder leyva

 

Mucho ha llovido, y dejado de llover, desde esos días hasta acá, pero los hijos e hijas del alba, nunca han parado de trabajar, de hacer surcos y llenarlos, de cosechar los alimentos, de levantar lo suyo y lo de todos después de cada embestida de huracán, de construir, remozar las plazas martianas, edificar cebaderos, microvaquerías, oficinas, graneros y almacenes.

 

Está prohibido olvidar que ellos sostienen con sus hombros las ciudades y los miembros de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños han sido fundamentales en esos duros meses de pandemia, en los cuales, además de mantener la producción de alimentos para el pueblo, realizaron importantes donaciones de carne, viandas, hortalizas y frutas a los centros de aislamientos u hospitales, mientras muchas mujeres campesinas confeccionaban nasobucos para cooperativistas, familiares y la población en general.

 

Pero quizá porque la inconformidad parió conmigo, a mí sí me quedan “todavía” para el campo holguinero: más prosperidad, un bautismo profundo de ciencia, tecnología y amor ágape y tener resultados productivos para ser la sede de la celebración nacional del Día del Campesino. Son sueños de sílabas largas y ríos dentro del sueño, de esta alma guajira que aún escribe con la tierra en la yema de los dedos.


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