Enmienda Platt, una cuestión personal
- Por Jorge Fernández / Estudiante de Periodismo
- Hits: 3248
¿Qué sucede cuando no le gustas a quien vive en la casa de al lado y este disfraza con la máscara de la “cordialidad” sus opiniones negativas y malos deseos hacia ti? ¿Le crees? Seguro que no, similar le ocurre a Cuba que arrastra, históricamente, el hecho de “caerle mal”, como se dice en esta tierra, a un vecino poderoso.
Desde el final de la guerra contra España, en el siglo XIX e inicios del XX, el gigante del norte se “instaló” en esta pequeña isla vecina, con la excusa de defender los intereses de ambos pueblos y acabar para siempre con el cruel colonialismo. Al parecer disfrutó tanto el clima caribeño que decidió quedarse más tiempo de lo previsto, en el territorio antillano.
En febrero de 1901, el Senado Estadounidense aprobó la Ley que recogía la enmienda presentada por Orville Platt, de quien la infamia tomaría nombre, pero no fue hasta el día 3 de marzo, cuando el entonces presidente, William MacKinley, le dio su estatuto oficial.
Los principios fundamentales del documento recogían la carta de Elihu Root, secretario de la Guerra de Estados Unidos, a Leonard Wood, gobernador de Cuba, quien los dio a conocer a la Comisión de Relaciones de la Asamblea Constituyente, justo durante una cacería organizada en la Ciénaga de Zapata. En ese ambiente, informal y casi grotesco, se decidió el futuro de una nación.
El texto era, en sí mismo, inaceptable por cualquier cubano digno. La soberanía se convertía en algo utópico y el país pasaba a ser un títere en el juego de poder. No se podían tomar decisiones, con carácter interno y Cuba tenía el deber de seguir, sin discusión, cualquier indicación del gobierno norteamericano.
Se erogaron el derecho a intervenir; la potestad de adquirir territorio para bases navales y carboneras, cuyas consecuencias aún sufrimos los cubanos, y nació la disparatada idea de que la Isla de Pinos no era territorio nacional, solo matices de lo que vendría después, porque para ellos: “la fruta había madurado”.
Pasaron 58 años de aquel momento, casi seis décadas en las que los cubanos no cesaron su lucha, en búsqueda de la ansiada soberanía, que llegó en enero del 1959, con el triunfo la Revolución, encabezada por Fidel Castro, como esperanza para una nación que nunca había sido verdaderamente libre.
Una vez en el poder, el nuevo gobierno tomó una serie de medidas, encaminadas a recuperar las riquezas del país y ponerlas al servicio del pueblo. Las nuevas decisiones significaron un duro golpe para los monopolios y la respuesta del gobierno de Estados Unidos no se hizo esperar.
El sistema social que había llegado al poder en Cuba, gracias al apoyo del pueblo, fue el detonante para reactivar las viejas diferencias entre ambos países y hacer que su aparente relación de “cordialidad” se desvaneciese. Las sanciones se sucedieron, una más agresiva que la anterior, y dieron paso a una feroz guerra económica que terminaría en un bloqueo total.
Para el vecino del norte era inconcebible la resistencia a doblegarse de una islita que apenas se ve en el mapa y todo el mundo pensó que Cuba se retractaría e imploraría, servilmente, ayuda a su antiguo benefactor; pero la realidad fue otra.
El 3 de febrero de 1962, a través de la Orden Ejecutiva Presidencial 3447, se implantó de manera oficial, el “embargo” del comercio entre Estados Unidos y Cuba. Ya son 60 años de aquel momento y el bloqueo económico comercial y financiero, impuesto a Cuba, es el más largo en la historia de la humanidad. Constituye, además, la forma más representativa de una política inhumana, carente de legalidad y ética.
El asedio de ese vecino, que no siente devoción por nosotros, no parece tener fin en un futuro cercano. De nuestra parte queda demostrar que podemos ser mejores cada día, hacer caer, a fuerza de resistencia y valentía, las máscaras que ocultan los verdaderos intereses y demostrar que toda acción de nuestro mayor detractor es, por encima de excusas o diversos basamentos teóricos, “una cuestión personal” contra Cuba.