Confesiones inéditas de María Dolores Rodríguez
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- Por Rosana Rivero Ricardo
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“El día que estaba haciendo mi primer espectáculo como directora del Teatro Lírico, yo sentí clarito, clarito, como si Raúl estuviera vivo. Miraba con el ojo izquierdo y lo veía en esa esquinita del Teatro Suñol, cuando te paras en el escenario de frente al público, a mano izquierda. Raúl Camayd tenía la costumbre de sentarse en una sillita o algo que hubiera ahí, con la cortina recogida, sobre el escenario. Él vigilaba todo lo que pasaba en el teatro y en las obras desde allí, sentadito comiéndose las uñas”.
“Y te digo que lo vi -dijo, Lola- con su traje color crema y su camisa azul”. Pero eso fue varios años después de que Camayd la descubriera y moldeara la multipremiada voz de soprano de María Dolores Rodríguez. Ella era estudiante del Instituto Superior Pedagógico de Holguín, en la Especialidad de Lengua Inglesa. Llegó a graduarse, pero en 1983 ya estaba parada sobre el escenario del “Suñol”:
“Debuté con la Valencienne, la dama joven de La Viuda Alegre, la que baila can can y hace split. Lo disfruté tanto. No estaba nerviosa. Todos eran mucho mayores. Yo tenía 17. Me sentía como la niña de todos. Me cuidaban. Si me equivocaba, me movían de lugar. Si tenía que decir algo y se me olvidaba, me ayudaban. Me sentí arropada y querida por todos. Eso es lo que yo quiero que sientan los jóvenes de hoy”.
Después vendrían muchas más obras y otros tantos premios que la llevaron a considerarla la cantante lírica cubana más laureada en la década del 90. Pero lo mejor son las anécdotas vividas:
“Lo que sucedió aquel día le puede pasar a cualquier persona, pero como siempre, me tocó a mí. Tengo un problema de visión serio, pero salía a cantar sin espejuelos. Ese día el director artístico me dice: ‘Tú vas a empezar a caminar y cantar y cuando enciendan las luces, te detienes’. Empieza la música, salgo y no encendían la luz. Seguía caminando y, de momento, me caí del escenario. Cuando eso el Teatro Suñol no tenía foso. Fui a parar a las piernas de un señor del público y le partí la cabeza con el micrófono. Entonces fue que encendieron las luces. Fue muy divertido, menos para el hombre y para mí.
“Una vez iba a cantar la salida de ‘Cecilia Valdés’. Tenía mi traje de aro, pero no me percaté de que traía mis espejuelos fondo’e botella y un reloj de plástico rojo. Ya frente al público sentí una mano que me arrancó los espejuelos. Pero el reloj se quedó ahí. Ese cuento trajo consecuencias. María Eugenia Candaosa, la regisseur del Teatro Lírico, cuando hay un estreno, se pasa todo el tiempo diciendo: ‘quítense los relojes’. Quedó traumatizada para el resto de la vida.
“En otra ocasión hicimos ‘Luisa Fernanda’. Los del elenco que no trabajan esa noche debían estar en el público, por si pasaba algo. Yo hacía la duquesa Carolina y Náyade Proenza también. De momento noto que Náyade se sentía mal cantando. En eso viene Cheche, Erucida Leyva, quien era productora nuestra, y me dice: ‘corre, corre, ve para allá atrás que Náyade se quedó muda’.
“Salí corriendo, entré al camerino, me pusieron mi ropa de Carolina. El personaje entraba por una puerta y volvía a salir en un segundo. Lo único que dio tiempo fue a vestirme, ponerme un clavo en la cabeza para el sombrero y pintarme los labios. Salgo yo y dice Brito en escena: ‘!ah, pero a esta duquesa me le dieron Pepejé’, porque intercambié con Náyade y yo era una nena. ¡Las cosas que hemos vivido!”.
“El lírico es un género caro, pero cuando se quiere se puede. Hemos contado con el apoyo de las instituciones culturales de la provincia. Yury Hernández me decía que nosotros podemos hacer cinco puestas al año, aunque sea solo acompañados del piano. Quizá pensar en dos grandes obras y el resto del tiempo adaptarnos a las posibilidades que tenemos, para que los muchachos se suban al escenario y el canto lírico no muera en la provincia.
Fotos: Juan Pablo Carreras y Archivo Periódico ¡ahora!
“Escuelas tenemos. Antes la compañía era muy chiquita, pero ahora tenemos muchas personas formados en las escuelas creadas por esos soñadores de los años 70 y 80, como la unidad docente de nivel medio y la filial de la Universidad de las Artes. Solo tenemos que organizarnos para que el Lírico siga funcionando mejor que como lo soñaron Raúl Camayd y Náyade Proenza.
“He sido bendecida por el Teatro Lírico. Me dio el deseo de enseñar y la facilidad para hacerlo. Tenía la experiencia de trabajar en la Universidad de las Artes muchos años y me acostumbré a trabajar con adultos. Después me llamaron para trabajar en la Unidad Docente de Canto Lírico de Nivel Medio. Enseñar a adolescentes me gustó más, porque aprendían más rápido.
“Pero cuando empecé a trabajar con niños al crear la Compañía Lírica Infantil Voces de Ángeles, definitivamente descubrí que me gustan más ellos. Son pequeñas esponjas. Tú le enseñas una cosa hoy y al otro día viene perfecto. Es increíble su capacidad de entendimiento.
“El Lírico también me dio la posibilidad de cantar, uno de los sueños de mi vida. Gracias a él conocí gente talentosa como Raúl Camayd y Náyade Proenza, mis maestros. Tuve la posibilidad de viajar, de conocer otros mundos y volver al mío. El Teatro Lírico me ha dado la vida y mi hijo sigue mis pasos”.
Quiso el destino que Lola se despidiera tras dirigir la misma obra con la que debutó como cantante: “La Viuda Alegre”, estrenada en noviembre de 2019 en Holguín. Dejó sueños inconclusos, como montar Il campanello di notte (La campana nocturna), una ópera de Gaetano Donizzeti que en Cuba no se ha presentado nunca. Aunque tal vez los vea hacerse realidad desde allí, en esa esquinita del Teatro Suñol, cuando te paras en el escenario de frente al público, a mano izquierda. Ahí estará de pie, junto a la sillita en la que le aguarda su maestro de siempre.