Desde hace unos cinco meses Gisela Rodríguez Ortiz ha tenido que aprender a coserle minutos al tiempo. Anda siempre corriendo y aún así no le alcanza el día. Le pega un parche al sueño para despabilarse y amamantar. A esas horas, a oscuras y con la niña en brazos, parece que las madrugadas tienen elásticos: se estiran hasta el infinito.
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