Oficios: Talabartera
- Por Rosana Rivero Ricardo
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Desde hace unos cinco meses Gisela Rodríguez Ortiz ha tenido que aprender a coserle minutos al tiempo. Anda siempre corriendo y aún así no le alcanza el día. Le pega un parche al sueño para despabilarse y amamantar. A esas horas, a oscuras y con la niña en brazos, parece que las madrugadas tienen elásticos: se estiran hasta el infinito.
Le empata una franja de voluntad al cansancio para desempercudir los pañales . Le surce el descosido al orgullo materno, porque todos dicen que la niña la parió el padre y no ella, porque es “igualitica” a él.
Después de mirarse ante el espejo, hacerle un dobladillo a las ojeras y ovillarse el pelo en un moño alto para que no moleste, se dice que esta etapa es dura y hermosa y se convence que debe tratarse de una dieta del estrés, para volver a su peso inicial y en un tiempo parecer la hermana de su hija.
Tal vez, en los azarosos bordados de la genética, la pequeña no heredó sus ojos o su nariz o su boca; pero sí la pasión por la costura que ella, a su vez, heredó de su madre.

“Ya de adulta, un día encontré a un zapatero y en tiempos de patentados y trabajo por cuenta propia, obtuve una vía para desarrollarme en un arte que me apasiona. Él cosía zapatos y yo arreglaba -con su ayuda- bolsos, carteras y maletines. Con el tiempo me fui independizando”.
Gisela se mudó a la ciudad de Holguín. Con ella empaquetó su máquina de coser Unión, sus ganas de arreglar lo que parece insalvable y un repertorio de canciones de Ana Gabriel que casi siempre le acompaña en sus “pedaleadas”.

Ana pregunta “quién como tú, que día a día puedes tenerlo...” y ella descose una pieza que definitivamente hay que sustituir. De fondo se escucha “y a pesar de todo, te amo...” y le pone un zíper nuevo a la cartera. Ana le canta a la “luna, tú que lo ves, dile cuánto le extraño...” y Gisela disfruta el resultado final: una cartera o mochila nuevecita otra vez, que casi ni los dueños son capaces de reconocer.
“También confecciono piezas desde cero, a partir de fotos o patrones o inspirada en mis propias ideas o hasta una blusa. Claro que reparar es mucho más complejo. Hay que desbaratar, sacar patrones y hasta inventar una pieza por su deterioro.

“En estos tiempos es un poco complejo ser talabartera, porque los materiales son más escasos y, no lo niego, esto me ha frenado en muchas ideas. Sin embargo, cuando uno hace lo que le gusta, se siente realizado. Esto, lógicamente, te lleva a no escatimar en tiempo e iniciativas. Realmente no veo mi labor como trabajo. Aunque claro, como seres humanos al fin y al cabo, tenemos días más, días menos”.
Desde que Gisela entró en el mundo de los hilos y las puntadas, ha conocido a pocas mujeres que se dediquen a este tipo específico de manualidad. Casi todas están mayormente vinculadas a la confección de ropas.
Pocas féminas hay en el oficio de la talabartería, tendencia que contrasta con la cifra mayoritaria de ellas en la clientela de Gisela. La ven como una especia de reina Midas que trastoca lo viejo en nuevo; más en estos tiempos en que, cuando una cartera tiene una vida útil de un año, queremos que dure cinco.

“Me hice una página en la red social Facebook, «Talabartera», para que mis arreglos o confecciones tuvieran mayor divulgación. A base de trabajar con calidad y siempre con mi sello, me fui ganando que muchos clientes busquen mis servicios. Tengo muchas personas que me hacen sentir que todo lo que he podido hacer en estos tres años ha valido la pena”.
Gisela cosió casi hasta el final de su embarazo. En las últimas semanas hasta se consintió confeccionado para ella un versátil bolso de maternidad que luego podrá continuar usando como cartera.
Poco tiempo después de cumplir con la cuarentena, volvió a su “Unión” indisoluble. Ahora su tiempo es limitado. La niña ocupa la mayor parte, pero con la ayuda de su familia ha podido continuar cosiendo, puntada a puntada, sus sueños de Talabartera.
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