Fotos: Cortesía del entrevistado
Esa noche, Silvio se quedó sin voz. Se le ahogaban las palabras en la emoción del momento. Pronunciar el discurso para develar la escultura le era casi tan difícil como ejecutar la enorme obra básicamente en un mes de trabajo. Pero debía hacerlo. Atropelló como pudo la lectura de aquellas letras imprescindibles, porque eran, sobre todo, para agradecer al equipo que trabajó junto a él haciendo posible lo imposible.
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