Requiem por la Esperanza
- Por Heidi Calderón Sánchez
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Por estos días de agosto ha fallecido la doctora Esperanza Gilling Martínez, apasionada defensora de la medicina natural y tradicional en Holguín, quien deja a su paso una huella profunda en la comunidad médica y docente de este territorio, pero sobre todo el legado de quien plantó flores en un andar dedicado a la sanación, lo demuestra el agradecimiento palpable de tantos pacientes.
La doctora Esperanza, era profesora auxiliar de segundo grado en la facultad de Ciencias Médicas de Holguín, especialista en laboratorio clínico, máster en administración de la salud y medicina natural y tradicional, además de mujer con dotes de maga, de las que poseen manos que curan y un cúmulo de yerbas raras en su arsenal.
A través de la palabra arrojó luz y optimismo a los lectores del periódico ¡ahora! con la publicación quincenal de la columna Gaudeamus, este espacio nombrado con un latinismo que en su origen es sinónimo de alegría o celebración, perseguía translucir la visión peculiar de alguien que mira desde lo positivo y quiere dar un mensaje, sobre todo, de amor a los demás.
Defensora a ultranza del método clínico, la doctora Esperanza creía en la importancia del recorrido para estudiar y comprender el proceso de salud y de enfermedad de un sujeto en toda su integridad social, biológica y psicológica, de ahí que jerarquizara tanto el momento de la conversación indagatoria, escuchar al paciente, conocerlo, era primordial en su trabajo.
Quizás, el secreto de su éxito al curar personas, tuviera gran parte con la capacidad de escuchar y entender, junto a una inmensa sapiencia y otro tanto de sagacidad, lo cierto es que su nombre y sus resultados fueron tan célebres como las gotas de esencias florales que suministraba para casi cualquier cosa.
Fue creadora y directora del Centro de Homeopatía de Holguín, donde tenía su consulta y recibía pacientes de todo el oriente de Cuba y más allá, desde ese espacio logró poner en práctica métodos naturales de curación de mucha popularidad, como el que usaba para tratar a la pareja infértil, con altísimos grados de efectividad.
Asumir la vida como un acto de fe, beber de la sabiduría más antigua y asumir lo nuevo sin miedos, la hacía una conocedora de casi cualquier tema, a Esperancita, como le decían los amigos, se le podía preguntar de igual manera sobre un talismán de escarabajo egipcio o las vibraciones de un cuarzo, que sobre las propiedades de la tintura de guayaba.
Fueron muchos los embarazos logrados de su mano, muchos los holguineros que consumieron sus gotas florales o leyeron su opinión consejera en el periódico, por eso, aunque tuvo en su haber el reto de dirigir el policlínico Alcides Pino Bermúdez y acumuló méritos, como el de recibir el Aldabón de la Ciudad de Holguín, lo que valoró por encima de todo, fue el respeto que le profesaron sus estudiantes y el afecto de las personas que ayudó.