Tribulaciones de un cliente
- Por Lourdes Pichs Rodríguez
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Toda la razón otorgué al autor de esta célebre frase: lo primero que se vende es el vendedor, después de desandar una mañana completa por tiendas recaudadoras de divisa de la ciudad de Holguín, en busca de un par de zapatos para mi nieto de cinco años.
Con el niño de la mano visité uno a uno los departamentos de calzado de cada establecimiento. Como “buzo” escudriñé en cestas revueltas, probé zapatos de los expuestos en anaqueles y pregunté una y otra vez a dependientes y dependientas. El lacónico “no hay” dicho entre dientes fue la única recompensa a tanto esfuerzo, sin una explicación, una simple palabra de aliento, una mirada o gesto de comprensión al menos.
Ya desfallecidos de tanto ir y venir y con la insistente pregunta de Alfredito: ¿mami y mis zapatos?, recordé una pequeña tiendecita, cuyo nombre (Oportunidades), no tiene que ver con lo que allí se vende, pues aunque sus principales ofertas son de merma, los precios aún están “por las nubes”.
Sin embargo, en ese angosto lugar el servicio dispensado por las dependientas hace al cliente relegar a un segundo plano el valor de las costosas piezas en exhibición para el bolsillo de un trabajador estatal y deja en entredicho a los comerciantes de los suntuosos establecimientos de amplios cristales y uno, dos y tres pisos.
El ángel salvador fue Pochy (así oí nombrarla). En un solo instante, la pregunta reiterada durante toda una mañana de ir y venir se vio colmada de un interés marcado de aquella cajera-dependienta, a través del sinnúmero de interrogantes propias del que quiere hacer bien su labor: ¿Qué número desea? ¿Deportivos o de vestir? y otras más que, además, de dominio de lo que hacía, denotaban interés por satisfacer nuestra petición, por vender de manera personalizada y no por despachar automáticamente, como hoy sucede en nuestro comercio.
Y sí, salimos con el par de zapatos, caro en verdad, pues a pesar de tener un pequeño defecto el valor sobrepasa mi salario de un mes y era justo el ahorro destinado para el regalo de cumpleaños del niño. Mientras miraba y oía a Pochy atender a unos y otros de los clientes una interrogante no me dejó de rondar: ¿Por qué esta no es la generalidad en vez de la excepción?
Ahora, que en la provincia existe un fuerte programa de renovación en la red de tiendas recaudadoras de divisa, para otorgarles una imagen más atractiva y funcional a los comercios, en algunos casos con cifras nada despreciable ¿por qué no se destina, aunque sea un poquito de esos montos, a rescatar el buen servir y eficiencia en los establecimientos?
Los clientes agradecerían esta otra inversión, pues poco satisface las expectativas de la población que una unidad reforme su estructura interior y exterior; coloque nuevos estantes, cambie la ubicación de su mercancía y hasta se especialice en la comercialización en determinada línea de productos, si la indiferencia y maltrato de algunos empleados afecta el servicio y pone en entredicho el esfuerzo de un colectivo completo.
Por eso cambio de imagen de las unidades y correcta atención tienen que ir de la mano. Y esa combinación está probada que puede lograrse.
De igual manera los directivos de los comercios también deben pronunciarse, de una vez y por todas, por sanear el interior y alrededores de sus establecimientos de los que intentan lucrar con el sudor ajeno. Y lo digo con la experiencia citada al principio y las reiteradas quejas de muchos holguineros “acosados” por los que, desde lugares estratégicos dentro de la tienda, ofrecen artículos de uso personal y doméstico “más baratos”, muchos de los cuales fueron vendidos en la propia unidad y pasaron a sus manos sin que a veces estuviera en el piso de venta.
Pero, dejando a un lado estos detalles tema para otro comentario, lo que sí hoy es un reclamo a voces es la necesidad de hacer realidad en cada unidad el rescate del buen servir y retomar de verdad aquella máxima de los ´80 del siglo pasado de “Mi trabajo es usted”.
Con el niño de la mano visité uno a uno los departamentos de calzado de cada establecimiento. Como “buzo” escudriñé en cestas revueltas, probé zapatos de los expuestos en anaqueles y pregunté una y otra vez a dependientes y dependientas. El lacónico “no hay” dicho entre dientes fue la única recompensa a tanto esfuerzo, sin una explicación, una simple palabra de aliento, una mirada o gesto de comprensión al menos.
Ya desfallecidos de tanto ir y venir y con la insistente pregunta de Alfredito: ¿mami y mis zapatos?, recordé una pequeña tiendecita, cuyo nombre (Oportunidades), no tiene que ver con lo que allí se vende, pues aunque sus principales ofertas son de merma, los precios aún están “por las nubes”.
Sin embargo, en ese angosto lugar el servicio dispensado por las dependientas hace al cliente relegar a un segundo plano el valor de las costosas piezas en exhibición para el bolsillo de un trabajador estatal y deja en entredicho a los comerciantes de los suntuosos establecimientos de amplios cristales y uno, dos y tres pisos.
El ángel salvador fue Pochy (así oí nombrarla). En un solo instante, la pregunta reiterada durante toda una mañana de ir y venir se vio colmada de un interés marcado de aquella cajera-dependienta, a través del sinnúmero de interrogantes propias del que quiere hacer bien su labor: ¿Qué número desea? ¿Deportivos o de vestir? y otras más que, además, de dominio de lo que hacía, denotaban interés por satisfacer nuestra petición, por vender de manera personalizada y no por despachar automáticamente, como hoy sucede en nuestro comercio.
Y sí, salimos con el par de zapatos, caro en verdad, pues a pesar de tener un pequeño defecto el valor sobrepasa mi salario de un mes y era justo el ahorro destinado para el regalo de cumpleaños del niño. Mientras miraba y oía a Pochy atender a unos y otros de los clientes una interrogante no me dejó de rondar: ¿Por qué esta no es la generalidad en vez de la excepción?
Ahora, que en la provincia existe un fuerte programa de renovación en la red de tiendas recaudadoras de divisa, para otorgarles una imagen más atractiva y funcional a los comercios, en algunos casos con cifras nada despreciable ¿por qué no se destina, aunque sea un poquito de esos montos, a rescatar el buen servir y eficiencia en los establecimientos?
Los clientes agradecerían esta otra inversión, pues poco satisface las expectativas de la población que una unidad reforme su estructura interior y exterior; coloque nuevos estantes, cambie la ubicación de su mercancía y hasta se especialice en la comercialización en determinada línea de productos, si la indiferencia y maltrato de algunos empleados afecta el servicio y pone en entredicho el esfuerzo de un colectivo completo.
Por eso cambio de imagen de las unidades y correcta atención tienen que ir de la mano. Y esa combinación está probada que puede lograrse.
De igual manera los directivos de los comercios también deben pronunciarse, de una vez y por todas, por sanear el interior y alrededores de sus establecimientos de los que intentan lucrar con el sudor ajeno. Y lo digo con la experiencia citada al principio y las reiteradas quejas de muchos holguineros “acosados” por los que, desde lugares estratégicos dentro de la tienda, ofrecen artículos de uso personal y doméstico “más baratos”, muchos de los cuales fueron vendidos en la propia unidad y pasaron a sus manos sin que a veces estuviera en el piso de venta.
Pero, dejando a un lado estos detalles tema para otro comentario, lo que sí hoy es un reclamo a voces es la necesidad de hacer realidad en cada unidad el rescate del buen servir y retomar de verdad aquella máxima de los ´80 del siglo pasado de “Mi trabajo es usted”.
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