Una vez por la Plaza pasó un torbellino
- Por Mari Lam, estudiante de Periodismo
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Pocos saben que mi casa queda en el corredor. Quizá porque nadie cree que, entre tanto ruido, latas vacías y huellas del baile de la noche anterior, hay una puerta azul donde, detrás, creció una familia.
Yo siempre escuché historias de la Plaza de la Marqueta, ese sitio tan emblemático del centro de la ciudad. Las podía encontrar solo de asomarme por la ventana, pero en aquel entonces no había mucho, nada de color ni entretenido; solo un gran edificio gris en derrumbe, donde nadie se debía asomar por la noche, porque era donde los marginados pululaban.
Pero sé historias de antes, de cuando la Plaza de la Marqueta solía ser de todos, como un mercado de casas. Crecí llena de historias. Me contaron que en las esquinas donde hoy hay bares y nacen bulevares, hace 50 años había cuarterías, talleres de cerámica y carnicerías, hasta talleres de máquinas de escribir y hojatelerías. Tan es así, que nada tiene que ver con lo que es ahora, llena de ruidos, de los sitios más llamativos y especulativos de Holguín, y lejana, porque ni quienes la vimos renacer tenemos por donde mirar.
Tal vez ninguno de los que se sienta hoy en el gran callejón sabe que una vez por ahí pasó un torbellino. Que, antes de 1995, toda la manzana estaba llena de árboles fuertes y anchos, tanto que no se podían rodear sus troncos con los brazos, y que de pronto, desaparecieron. Los vecinos de la zona dicen que el fenómeno llegó y se llevó todas las caobas, de repente, solo avisándoles con un chasquido fuerte.
Me cuentan que ahí nació, murió y volvió a nacer gente: españoles, negros y chinos, que hay joyas escondidas en las paredes, que en una de sus puertas vivió el alcalde de Santiago de Cuba y en otra la Concejal de Holguín; de cuando entregaban alcaldías antes de la Revolución. Que hay fantasmas cruzando las casas para señalar en qué lugar están escondidos sus restos. Me cuentan que en la dirección de mi casa, antes vivía la mayor tesorera de Holguín, pero nunca nadie ha podido encontrar nada de su herencia, porque aún esperan que se lo digan en sueños.

Sobre la Plaza de la Marqueta hay muchas historias fantásticas, de amor y miedo. Siempre creí que, más que todos los beneficios de vivir en el centro de la ciudad, en un lugar histórico, lo mejor que tenía vivir en el corredor de la plaza era saber todas estas historias, como mi cuento favorito de cuando mis papás se enamoraron, a mediados de los noventa, siendo vecinos del barrio.
Para los años 2000, cuando nací , no necesité que me contaran mucho, podía verlo. Para aquel entonces, eran casas por toda la manzana y el gran mercado desierto, con su mala fama. Aprendí a montar bicicleta en el callejón donde hoy modelan, cantan y beben. Los 31 de diciembre los esperábamos en vela, sentados en el corredor, mirando hacia la gran estrella que sobresalía del Obispado, con nadie más que los vecinos de la Plaza.
Durante mucho tiempo la Plaza fue nuestra, de quien supiera detenerse a apreciarla. Cuidada por nosotros, querida por nosotros, defendida por nosotros y contada por nosotros.
En 2016, cuando cubrieron todo con andamios y arreglaron los que llevaban 30 años roto, cambiaron puertas y ventanas, pintaron de colores intensos, taparon con adoquines viejos huecos y encerraron con cadenas las entradas, para que no pasara ni un marginado más. a los vecinos le contaron que la Plaza de la Marqueta iba a renacer, que sería el nuevo centro de Holguín, lo más emblemático y bello de la ciudad.
Entre tantos planes, ya no sería una sala de conciertos ni marginados, pero quizá sí de buen gusto y letras. Que sería donde la artesanía, la música y el arte encontrarían su casa. Un nuevo refugio para el arte.
Han pasado ocho años. Hoy me pregunto, desde atrás de mi puerta azul, ya sin vecinos, porque todos se han marchado, y sin artes, porque todo se compone de bares y negocios particulares, ¿de qué parte de la plaza podré contar historias?
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