Inmortal
- Por Susana Guerrero Fuentes
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Agitados y difíciles fueron los últimos días de José Martí. Sobre su espalda sentía el dolor de una nación y la esperanza de su futuro.
“De Cuba ¿qué no habré escrito? y ni una página me parece digna de ella: sólo lo que vamos a hacer me parece digno (…) Ya usted sabe que servir es mi mejor manera de hablar.”, escribiría en carta a Gonzalo de Quesada, el 1 de abril de 1895.
Antes de salir de Cabo Haitiano para Cuba, comenzó a llevar un diario de campaña en el cual iba dejando constancia de los incidentes diarios y todas sus impresiones. Ahí, quedó plasmado de la mano del Apóstol sus sensaciones más íntimas, revela tanto sobre el estado del combate en las primeras semanas, como la expresión de la sensibilidad martiana ante la Patria, la naturaleza, los amigos.
Incluso en los instantes de mayores vicisitudes, a bordo del Nordstram, en la noche borrascosa del 11 de abril, justo antes de pisar, al fin, tierra cubana en Playitas de Cajobabo; durante el encuentro en La Mejorana, cuando surgen las discrepancias, y hasta en las noches de insomnio en el campamento, son los anhelos de bienestar para Cuba los que le alientan.
El 17 de mayo escribe la última página en su diario; el 18 comienza a redactar la memorable carta inconclusa a Manuel Mercado, documento cargado de profundas reflexiones, cuando ya ha llegado a la maduración de su ideario político; el 19 de mayo, dirige una pequeña nota a Máximo Gómez a las nueve de la mañana, apenas horas antes de la tragedia.

Al mediodía, se reunieron Gómez y Martí con el mayor general Bartolomé Masó en el campamento de la Vuelta Grande. Un par de horas después, escribe el Generalísimo en su Diario de campaña, se batían desesperadamente con una columna en Dos Ríos, a una legua del campamento.
“…cuando ya íbamos a enfrentarnos con el enemigo, le ordené [a Martí] que se quedase detrás; pero no quiso obedecer mi orden y no pudiendo yo hacer otra cosa, que marchar adelante para arrastrar a la gente, no pude ocuparme más de Martí…”
El joven Ángel de la Guardia Bello, que cabalgaba a su lado, narra que en algún punto y tras un movimiento con los caballos, Martí y él se desviaron y terminaron separados de la formación establecida. Resultaban de esta forma, y sin saberlo, un blanco ideal para los enemigos, quienes no demoraron en atacarles.
Cae el Maestro, impactado por tres disparos: en la mandíbula, el pecho y el muslo. Un infinito dolor sintió Gómez, al serle imposible recoger el cadáver, debido a la superioridad numérica y táctica de los españoles.
Tal como expresaban aquellas palabras, la muerte de José Martí tuvo un fuerte impacto en el destino de Cuba. Se perdía con él a uno de los ideólogos más destacados del siglo XIX en Latinoamérica, y al estratega fundamental de la Revolución Cubana.
Inmortalizado en el tiempo y la Historia, el Maestro trasciende como un cubano de proyección universal. Sus valores y principios, ideario político y obra literaria rebasaron las fronteras de su época y se han convertido en fuente imprescindible de consulta para todas las generaciones. Al decir de Cintio Vitier: “Nosotros concurrimos a desaparecer, pero Martí, no. Mientras haya cubanos, Martí va a existir”.
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