Si entramos, triunfamos...
- Por Claudia Laura Rodríguez Zaldívar / Estudiante de Periodismo
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Lejano quedó aquel día en el que un grupo de jóvenes recorriera al amanecer el lodoso trecho hasta la costa de Los Cayuelos. El cansancio asentado en sus núbiles hombros no impedía la continuidad de su marcha, pero sí permitía que perdurara el silencio. La quietud era la única aliada que tenían para llegar sin ser notados por tropas enemigas.
El largo viaje no había comenzado con la partida del yate. Había iniciado meses antes con los planes ideados, las estrategias elaboradas y las condiciones por preparar, todo ello a cargo del joven abogado Fidel Castro. Condiciones listas el 25 de noviembre de 1956, cuando se soltaron las amarras del Granma para comenzar su travesía río Tuxpan abajo.
A bordo de la embarcación iban 82 jóvenes con miedo de ser detectados por las postas mexicanas. Todos se habían refugiado en aquel país para conformar los planes que harían a Cuba una patria libre. Debían llegar a Cuba el 30 de noviembre, pues ese día, otros grupos de jóvenes, dirigidos por Frank País, se alzarían en varias ciudades de la isla, creando una perfecta distracción a la llegada de los expedicionarios.

El tiempo no los ayudó, pues tan pronto como dejaron atrás el río, el viento comenzó a soplar con intensidad y las olas golpearon furiosas contra el yate. Por un momento pensaron que no lo conseguirían, pero el clima pareció compadecerse.
Momento en que, ya alejándose de tierra firme, los jóvenes rebeldes alzaron sus voces y cantaron el Himno Nacional y la Marcha del 26 de Julio. Tales cantos nunca les habían parecido más dulces que en aquel momento, cuando marchaban a liberar a su Patria amada.
La fuerza del oleaje volvió a sacudir el barco, que parecía insignificante en comparación con la grandeza del mar rodeándolos. Los jóvenes se marearon hasta vomitar y angustiados se echaron a dormir en cualquier sitio. Las olas pasaban por encima del barco y la lluvia solo arreciaba. El temor a ser atrapados y la esperanza de llegar a Cuba habían sido sustituidos por malestar.

El agua llenaba la cubierta y los pocos que podían mantenerse en pie la sacaban con cubos. Regresar no era una opción, llegarían a Cuba o allí mismo se hundirían, pero dar marcha atrás no estaba en sus planes. Dos días de sacar agua y de botar al mar cualquier sobrecargo los dejó exhaustos, pero satisfechos. La travesía del Granma no terminaría allí.
El 27 de noviembre parecía esperanzador, pues el sol que aquellos días se escondía, deslumbró con sus rayos desde muy temprano. Los jóvenes comenzaron a recuperar el apetito perdido, pero los alimentos cargados no eran suficientes. El hambre asolaba sus vientres mientras permanecían apretados y ocultos en el interior del barco. Solo podían salir a la cubierta en la noche, cuando había menos posibilidades de ser detectados.
El viaje se ralentizó, hasta que el día 28 uno de los dos motores se descompone. Llenos de premura trataron de arreglarlo. Quedar varados allí conllevaba a ser atrapados por guardafronteras mexicanos o a tener que desembarcar en Pinar del Río.

Su esfuerzo obtuvo resultados y el motor vuelve a funcionar. El plan seguía en marcha: Cuba los esperaba para ser liberada. La adrenalina comenzó a correr por sus cuerpos, su Patria está cerca.
Las armas fueron repartidas y comenzaron a practicar en la proa del barco con un blanco improvisado. Fidel, ante los ojos asombrados y admirados de sus compañeros, pasa dos días graduando los fusiles con los cuales combatirán.
Al mediodía del 30, los combatientes escucharon por la radio del yate los datos sobre los alzamientos en varias ciudades del país. Las instrucciones eran esperar el desembarco para comenzar las acciones, pero la osadía y temeridad de sus compañeros los hicieron actuar el mismo de día en el cual se suponía llegara el Granma.
A causa de esto, el ejército enemigo revolucionó sus fuerzas, por lo cual los expedicionarios no tardaron en ser detectados. La llamada de búsqueda y captura del yate recorrió todas las postas de la Guardia Rural de la zona. Los rebeldes, desconocedores de que su situación había sido descubierta y listos ya para arribar a Cuba, comenzaron a equiparse.

La organización quedó por parte de Fidel, el cual designó cargos a cada compañero y dividió el grupo en tres pelotones. Pronto desembarcarían por la antigua provincia de Oriente, preferiblemente por Niquero.
Nadie durmió la noche del 1 de diciembre. El mar se encontraba agitado y la fuerza del viento hacía que las olas sacudieran al barco. Algunos expedicionarios se vieron obligados a amarrarse para no caer. Sin embargo, uno de los rebeldes que subía al techo para tratar de localizar el faro de Cabo Cruz, cayó al agua.
Detuvieron la marcha por orden de Fidel y comenzaron a buscar a su compañero con la luz de una linterna. El yate dio varias vueltas por la zona con resultados infructuosos. El desánimo llenó a los combatientes, habían pasado 25 minutos y no había señales del joven. Un grito hendió la noche ¡Estaba vivo!
Lo subieron casi helado, pero debido a las vueltas que habían dado perdieron el rumbo. La noche no tenía estrellas, pues llovía y llevaban más de una hora de retraso. Amanecía y el combustible era escaso, así que, inseguros de si habían llegado al destino planificado, decidieron desembarcar.
Así fue como el sol naciente del 2 de diciembre les dio la bienvenida a los expedicionarios del Granma. A los cuales, el cansancio por la larga travesía no les impidió recorrer el espacio que los separaba de la isla. Espacio que dividía la opresión de la libertad. Porque Fidel Castro tenía razón cuando dijo: "Si salimos, llegamos. Si llegamos, entramos. Si entramos, triunfamos".
Y de hecho, triunfaron.
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