Luz de Holguín

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La niña no entendía por qué a cada rato alguien le cambiaba el apellido, al rarísimo heredado, dicen que de ancestros italianos, lo sustituían por Íñiguez, y un día dijo molesta que no le gustaban los apodos. No sabía entonces, era muy chica, que habría sido un orgullo llamarse como aquella mujer cuyo apelativo significa luz, que nació en el siglo XIX y alcanzó a ver el XX : Lucía Íñiguez Landín.
 
Una mujer no es la sombra de un hombre ni la matriz de un vástago notable. Ella no era únicamente la dama que dio a luz a un héroe por azar. Le llamaban Cía y fue de un talante admirable. Educó a sus hijos para su tiempo, una pensaría que no esperaba sobrevivirlos, como dicta la ley natural. Parecía haber entendido a la muerte como una voz tras el oído,que habría de llegar en cualquier momento, anunciándole la partida de Calixto García Íñiguez el más destacado de sus descendientes. Conocía el precio de la libertad y no le asustaba pagar con la vida propia o la que había engendrado.
 
No solo colaboró con la lucha insurrecta en habituales tareas que para entonces asumían las mujeres, sino que son considerabilísimas sus pruebas de valor. En 1870, en medio de la manigua y ante la amenaza de fuerzas españolas, había vestido de mujer a Nicolás, su hijo de 15 años, para violar el cerco, pero un oficial de la corona, sospechó y Cía lo encaró a pesar del riesgo enorme, diciéndole:
“Si, es varón! ¡Es mi hijo que traigo del campo mambí! ¡Si usted me descubre probará que desconoce el santo amor de madre, si guarda el secreto será el primer caballero del Ejército Español!
 
Tampoco creyó preso al que hoy conocemos como general de las tres guerras. Cuando le informaron que se encontraba en manos españolas, dudó, sin embargó aceptó de inmediato el hecho que dictaba entonces el honor, del suicido antes que caer en manos enemigas. Antes muerto que rendido, era la premisa.
 
Cuentan que le llevaba al campo mambí alimentos al hijo bajo la falda, probablemente alquien notó un gesto de dolor o incomodidad y al indagar que le ocurría, respondió: “el amor de madre, que abraza”.
 
También se dice que llegó a entrevistarse con la reina de España, la que le comentó se hablaban cosas muy malas sobre su hijo, y Doña Cía ripostó: “se dicen tantas cosas de tanta gente”.
 
No es Lucía el ícono adusto que se nos muestra hoy en una escultura, ni tiene valor por el mero hecho biológico de la maternidad, por haber gestado a un hombre infinitamente valeroso. Destaca también por una dignidad a toda prueba, evidenciada ya en la neocolonia, cuando le propusieron ocupar un cargo público. Declinó la oferta alegando estar vieja y cansada para trabajar, sin embargo la propuesta no implicaba esfuerzo alguno, no se esperaba de ella que trabajase pues el gobierno pagaría igual.
 
La “botella”no fue aceptada por Cía, quien tenía 85 años y no vivía precisamente en la abundancia. Sin embargo era demasiado honesta y respetuosa de principios que bien valdría poner de moda, y volvió a negarse dando un aprueba de dignidad absoluta.
 
Puede sonar ya como un mito. Tal vez la fervorosa conciencia nacional nos compulsa a engrandecer a las heroínas y héroes que nos dieron patria, pero fuera de Holguín quizá sea desconocida que una mujer de esta talla se elevó sobre la opresión.
Liset Prego Díaz
Author: Liset Prego Díaz
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Yo vivo de preguntar… porque saber no puede ser lujo. Esta periodista muestra la cotidiana realidad, como la percibe o la siente, trastocada quizá por un vicio de graficar las vivencias como vistas con unos particulares lentes

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