Sin nasobuco, pero con más responsabilidad

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ninos con nasobuco

 

“Nuestras vacunas y la estrategia nacional de vacunación, combinadas con el resto de las medidas higiénico-sanitarias aplicadas nos han permitido estar en un escenario con bajo nivel de transmisión del virus y el diagnóstico aislado de casos”, explicó el doctor José Ángel Portal Miranda, ministro de Salud Pública, en la Mesa Redonda del lunes último.

 

De tal manera, el titular del ramo reconocía así que Cuba avanza hacia el control manifiesto de la epidemia provocada por el virus del SARS-CoV-2, por lo cual la noticia la acompañó con la información de la modificación de algunas medidas del Plan Nacional de Enfrentamiento a la COVID-19, a partir del 31 de mayo, acorde con el actual escenario epidemiológico.

 

Son varias las adecuaciones introducidas al protocolo, entre ellas, algunas relacionadas con la vigilancia epidemiológica en frontera y dentro del país; las referidas a los estudios poblacionales en instituciones y comunidades con alto riesgo epidemiológico y otras de carácter colectivo e individual.

 

Pero, sin dudas, la que ha dado más de qué hablar, hecho saltar de gozo a muchos y dejar a otros en suspenso, es la de “eliminar el uso de la mascarilla para todas las actividades sociales, excepto en consultas médicas y servicios de hospitalización que así lo requieran y áreas de restricción con controles de focos”.

 

Aunque el nasobuco sí lo deberán utilizar las personas con síntomas respiratorios y también se recomienda en escenario de aglomeración de público, en los cuales no exista el necesario distanciamiento físico; sin embargo, en la responsabilidad individual está ahora la decisión de cuándo y dónde debe protegerse en aquellos sitios en los cuales ya no es ineludible su empleo. 

 

Así lo hemos apreciado durante los primeros días de la semana en la ciudad de Holguín, donde, por ejemplo, el martes 31 de mayo, cuando entró en vigor la nueva disposición del Minsap, eran más los que, en las calles, centros laborales y de estudios, llevaban su boca y nariz cubiertas por ese medio protector, que en los últimos dos años constituyó parte inseparable cada ciudadano de este país. 

 

¿Costumbre, prudencia, precaución o responsabilidad? No podríamos decir, exactamente, cuál ha sido de ellas la que ha impulsado a gran parte de la población, en específico a las personas de la tercera edad y los niños a seguir con su cubrebocas; aunque tampoco son pocos los jóvenes que han optado por seguir usándolo hasta para asistir a la escuela y a otras actividades cotidianas.

 

Al notar esta actitud mayoritaria recordaba los días cuando el uso obligatorio del nasobuco trajo consigo no poco rechazo en gran parte de la ciudadanía, lo cual trajo la adopción de medidas contra los incumplidores de la normativa fijada por el Minsap, a pesar de constituir una de las principales providencias para evitar la trasmisión del virus y así cuidar la salud de todos. 

 

Con el paso del tiempo la mayoría entendió que la decisión era una necesidad y por eso hoy cuando llegó la oportunidad de “liberar” el rostro muchos se aferran a la mascarilla, mientras otros aseguran usarlo al montar en el ómnibus y demás medios transporte público; lugares cerrados o cuando entiendan que existe peligro de contagio.

 

Poco a poco, van quedando atrás los momentos de aprietos y volvemos a reconocernos sin tanto trabajo, a ver sonrisas amplias; escuchar las preocupaciones por el maquillaje, el pinta labios y la barba crecida, mientras que en algún bolsillo o cartera esté a mano ese nuevo “amigo” y el pomito con alcohol que nos acompañaran por más de dos años, por si “acaso” y porque para tener salud la responsabilidad es lo primero. 

 

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