¡Silencio! Nos ha nacido a todos los cubanos esta niña
- Por José Abreu Cardet
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La noticia terrible llegó en la voz de un militar español:
─ ¿Es usted Doña Lucía Íñiguez Landín, la madre del insurrecto Calixto García?
─ Sí
─ Su hijo ha caído prisionero.
─ No, ese no es mi hijo─. La voz debió de quebrarse cuando pronunció esas palabras, con frontera tan ligera con el fin de todo; él no caería prisionero… vivo.
─ ¿Es usted Doña Lucía Íñiguez Landín, la madre del insurrecto Calixto García?
─ Sí
─ Su hijo ha caído prisionero.
─ No, ese no es mi hijo─. La voz debió de quebrarse cuando pronunció esas palabras, con frontera tan ligera con el fin de todo; él no caería prisionero… vivo.
─ Antes de caer prisionero intentó suicidarse ─ detallaba el militar.
No indagó por el daño causado por el proyectil en el cuerpo venerado, la posibilidad de una infección. Como carga al machete brotaron las palabras terribles e ilógicas en boca de una madre que no fuera usted.
No indagó por el daño causado por el proyectil en el cuerpo venerado, la posibilidad de una infección. Como carga al machete brotaron las palabras terribles e ilógicas en boca de una madre que no fuera usted.
─ Sí, ese sí es mi hijo, muerto antes que rendido.
Doña Lucía, desde aquel 4 de agosto de 1839, cuando nació de su seno Calixto, usted sabía cuál era el destino del recién nacido, como lo sabían todas las mujeres de Holguín del de sus esposos, hijos, padres, amantes... No había sendero que no desembocara en la manigua insurrecta para estos holguineros. La rendición no entraba en el presupuesto de ninguno de ellos.
Ahora quizá recuerde usted, Doña Lucía, todos esos rumores que recorrían las calles de Holguín, Jiguaní, Bayamo… que se deslizaban puerta adentro y le hacían saber que Calixto se refugiaba en reuniones nocturnas, donde no se comentaba de negocios, ni de fiestas, ni del precio del ganado o las arrobas de tabaco.
Doña Lucía, usted sabía de qué se hablaba, qué se preparaba.
Al llegar a sus oídos el revolotear de llamados bélicos, el relincho de caballos, el entrechocar de machetes y fusiles, no necesitó que le dijeran que Calixto estaba al frente de una partida insurrecta, formada por vecinos de su finca en Santa Rita, allí en el camino a Bayamo, en aquel octubre cespedista.
Alguien le comentó que apenas tuvo tiempo en la despedida de recibir el beso fugaz de la buena Isabel, la esposa que siempre aguadaría por él, ni de escuchar el llamado de los niños que corrían tras aquella figura querida que desparecía al doblar de un camino cualquiera, gritándole: ¡Papá! ¡Papá! Todo lo lanzaba al horno donde se hacía la patria.
No tuvieron que indicarle ni pedirle que siguiera a la tropa mambisa en los días de derrota, cuando la ofensiva española, como desbordamiento del río Cauto en tiempo de ciclón, todo lo arrasaba.
Qué nos puede decir de aquellas marchas de hambre entre el fango, durante los días de lluvia, o abrazados por la sed en los de sequía, con una sola obsesión: no rendirse.
Cuánto odio la embargó, al ver rodeado por los esbirros hispanos, la ranchería insurrecta donde se encontraba con su familia, con la esposa de Calixto, con los nietecitos. ¡Dios santo, qué humillación al ser remitida a La Habana como prisionera!
¿Salvaron a Calixto de un disparo mortal sus ruegos a la virgen del Cobre, la casualidad o la deficiente puntería de los tiradores hispanos en todos aquellos combates, donde él fue punta de vanguardia de la caballería temeraria, propietario del espacio más peligroso de la emboscada mortífera contra la columna enemiga?
Cuánto esperó en la puerta del despacho del Capitán General para solicitar que se le permitiera enviar un telegrama al gobierno en Madrid, pidiendo que no se ejecutara a su hijo.
Gobierno General de la Isla de Cuba
Secretaría. Reservado. Exmo Sr.
Desde el momento que fue hecho prisionero Calixto García, que con el carácter de General venía mandando a los insurrectos del Departamento Oriental, me propuse perdonarle la vida, y autoricé a su madre para que pusiese un despacho al Presidente del Poder Ejecutivo pidiéndole indulto de la pena capital, sobre el cual Ud se sirvió pedirme informe por despacho telegráfico”.
Lo acompañó a los hospitales cubanos y a las prisiones españolas donde lo enviaron.
¿Vendió las últimas joyas del patrimonio familiar que había salvado de la rapiña colonial? ¿Solicitó préstamos que posiblemente la llevaban a la ruina? Poco importa ya de dónde sacó recursos para acompañar a Calixto a las cárceles frías de la península, para entrevistarse con funcionarios y miembros de la corte, no solicitando perdón, sino trato justo para el enemigo valiente.
Con malicia varonil se comenta del hijo concebido por Calixto con una española que lo visitaba en prisión, pero pocos recuerdan que fue usted quien lo crió en Cuba, al concluir la guerra.
Si un día de 1868 usted despidió al hijo que marchaba a los caminos mortíferos de la guerra, ¿se ha olvidado del instante que dijo adiós al nieto que partía a la contienda del ‘95? ¿Lloró usted, que conoce de guerras, cuando una arboleda se tragó el cuerpo joven y cargado de ilusiones del nieto que entregaba a la contienda sagrada?
Las miserias de la guerra abrieron el camino a la enfermedad mortal que se llevó al nieto adorado… Detengamos el relato. No queremos enterarnos del momento terrible al ser informada del final triste del adolescente valiente, sangre de su sangre.
Se dice que el tiempo de la ciudad se detuvo en aquel diciembre de 1898, cuando alguien le informó de la muerte del hijo indómito. Doble muerte, la del vástago rodeado por los nuevos enemigos de la independencia.
─ Un entierro mambí para mi hijo Calixto ─. Expresó usted, más con rabia y dolor que con palabras. Pero no pudo ver a su gente holguinera homenajeando al general, pues nos llegó aquel 7 de mayo de 1906 la noticia terrible de que su corazón había dejado de latir.
Los cubanos cumplieron su demanda, Doña Lucía, con un entierro mambí para el General de las Tres Guerras. Con agradecimiento profundo, sus holguineros la llevaron junto al hijo del que ya nada la separará. Muy cerca los dos mambises en la Plaza Mayor General Calixto García.
¡Silencio! No queremos discursos que despierten a la recién nacida. ¡Silencio! Hoy es 8 de diciembre de 1819. Nos ha nacido a todos los cubanos esta niña; Lucía Íñiguez Landín. Esta cubana, madre y abuela de mambises y de todos los cubanos que han ofrecido su sangre, sus propiedades y familias por Cuba Libre. ¡Silencio!