Jorge Luis Cruz, sin creerse noticia

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jorgito cruzFoto: Carlos Rafael
 
No fue niño prodigio, pero tuvo personas que siguen creyendo en él. Dice que el periodismo es vuelo y llegó a él por fuerte vocación escritural. El aprendizaje constante y el respeto a la individualidad ajena son dos máximas que practica Jorge Luis Cruz, quien dirigió este semanario durante los últimos años. Cazador cazado, Jota se confiesa.
 
Desde el balcón contempla la holguinera calle G —G de Gómez, de Máximo Gómez— emulando a la arteria habanera de igual “letra”, con su diversa multitud roquera-emo-miqui de viernes-noche. En una esquina aturde la música electrónica, en la otra canta una bolerista. En un rato habrá que ir al Poligráfico, a llevar el periódico… y todo comenzará otra vez.

La semana existe porque existe el viernes, el día de Cierre. Se pregunta cuántos cierres ha vivido desde que llegó al periódico, desde que asumió la subdirección y luego la jefatura del periódico ¡ahora! y con ella, por “añadidura”, la pertenencia al Comité Provincial del Partido. Luego, ser diputado por “Rafael Freyre” a la Asamblea Nacional…

A veces desearía una vida normal, una vida de ocho horas laborables, con sábados cortos y largos y vacaciones dos veces al año. Una vida ordenada, como debe ser, y no la paradoja física de la profesión periodística. Se pregunta qué haría él con una vida normal, y vuelve a preferir el vértigo, la vorágine, el torrente.

Sabe que éste es el último cierre y contempla con nostalgia adelantada la holguinera calle G, por la que pasan trasnochadores, autos, guaguas, coches, motos, la vida… , tararea a Polito Ibáñez.

Le encantaría decir que siempre quiso ser periodista y que de niño improvisaba entrevistas con un tubo de desodorante a guisa de micrófono, o actor de un programa radial infantil, o fundador de un periódico estudiantil en el pre…

—Una vez aparecí en la primera plana del periódico ¡ahora!, aunque no resultó tan épico… Fue en un acto de inicio de curso en la secundaria ‘Lidia Doce’, al cual asistió la prensa; y allí estaba yo, entre 300 y pico de muchachos. Casi no me veía, pero mi mamá y mi hermana circularon con lapicero mi cabecita en aquella foto, y todavía cuando alguien llega a la casa, jalan por aquel periódico amarillento. Eso no cuenta, porque las madres, abuelas y hermanas mayores tienen ojos en el corazón.

La única persona que vio alguna vocación en mí fue Cayito, un profe de español y literatura muy querido por todos nosotros. Decía que yo iba a ser periodista o escritor, basado en las composiciones que le entregaba, que tampoco eran nada del otro mundo. Lo de niño prodigio no se me daba muy bien.

¿Graduarte de Periodismo en el 2001 supuso constancia, perseverancia, empeño, buena vibra o simplemente azar?

—Fue una suma no algebraica de todo eso. Como decía Fayad Jamís: “un poco la suerte y un poco los palos”.
 
Cuando entré a la universidad, para Periodismo no se hacían las pruebas de aptitud antes, sino después de otorgada la carrera. Si no aprobabas, terminabas en el final del escalafón.

Por eso, y porque no me veía yo muy periodista que digamos, iba con el ánimo de la Psicología, pero me topé con el profe Cayito, que me susurró: “Seguro pides Periodismo”, así terminó siendo mi primera opción.

Llegué a Santiago de Cuba un 2 de septiembre; tarde, asustado y en tren. Ni siquiera me bañé, no por el susto sino por la falta de agua, a la que también me acostumbraría.

A la mañana siguiente, al salir de la Beca, me perdí, y perdí las pruebas... Sin embargo, más tarde nos examinaron a mí y a otro holguinero. Cuando me dijo ‘me colgaron’, experimenté una revolución gástrica que ya hubieran querido los Ilustrados franceses.

Al salir del baño, ahí estaban los profes Fonseca, Guasch e Isel, la jefa de departamento de Periodismo. Mi prueba de cultura general fue normalita, casi un ‘falso positivo’, entre otras cosas porque yo era un error ortográfico andante, y la hoja del examen, de tantas marcas rojas, parecía tener varicela.

Me salvó que, al ver al tribunal tan dubitativo sobre mi futuro inminente, me poseyó el espíritu de Cayito y dije, desafiante: “Déjenme redactar, para que vean”. No sé de dónde saqué toda esa valentía. Todavía hoy se lo achaco a que no tenía nada en el estómago. Aquel arrebato cervantino les cayó en gracia a los profes, y me dejaron redactar. Lo que escribí no me valió un Pulitzer, pero no me sacaron de la carrera.

Después vendrían cinco años de muchas cosas buenas y también de malos ratos. De pruebas de cinco puntos y de exámenes cuyos “cincos” se expresaban en números romanos. Pero nunca les di más importancia de la necesaria. La universidad prueba capacidad de resistencia, no asegura éxito alguno.

¿El ejercicio del periodismo activo te cortó esas alas o te dejó volar?

—Creo fervientemente que el periodismo es vuelo. Pero nunca me hice grandes expectativas con las alturas. Como mismo nunca tuve claro qué iba a ser cuando fuera grande. Tampoco tenía claro qué iba a hacer una vez graduado. Quizás eso me evitó cualquier caída libre.

Lo mío era escribir y así lo hice. Escribí de todo, de lo que me gustaba, de lo que no me gustaba, de lo que me daba igual, y de lo que me mandaban a escribir.

Las alas solo te las cortan cuando las dejas crecer tanto que te olvidas de que también tienes pies y que, para usarlos, necesitas suelo.

Siempre digo, quizás en un ejercicio demasiado reduccionista pero necesario, que el periodista no es más que “una gente que le cuenta a la gente lo que hace otra gente”. Todo lo otro, para mí, es creerse Noticia.

En tu tránsito por ¡ahora! has hecho “de todo”: comprador, Web máster, periodista, diseñador, ¿de qué te sirvió?

—Todo lo que aporta, no sobra. Y todo cuanto aprendes es parte del camino. Es difícil juzgar alguna actividad de la que no conoces, pues el margen de equivocación podría crecer hasta llegar a tener casi el diámetro de un agujero negro, a menos que sepas escuchar al que sabe, y como decía Claudio “calzar sus sandalias de cobre”. Por eso, a mí me sirvió, entre otras muchas cosas, para aprender a respetar la individualidad del otro.

¿Tienes un estilo de dirección basado en el laissez faire (dejar hacer). ¿Funciona?

A mí, sí. Quizás lo uso porque me gustaría que lo emplearan conmigo. Genera compromiso, confianza, y cuando la gente se siente cómoda, trabaja mejor, se obtienen mayores resultados y germinan las mejores ideas, que son las que se necesitan para avanzar, para no sentir que estás estacionado, chapoteando en el mismo lugar, o ahogándote con tu propio sudor.

El trabajo siempre va a ser trabajo. Físicamente: Fuerza multiplicada por Desplazamiento por Coseno del Ángulo. Y económicamente: la medida del esfuerzo real, o sea, algo que haces porque esperas obtener dinero a cambio. Sin embargo, ni el esfuerzo invertido ni el dinero incrementado, riñen con el hecho de que el trabajo pueda ser, además de fuente de ingreso, objeto de placer, de realización personal y colectiva, de satisfacción... Eso solo se logra cuando dejas hacer, cuando le abres espacio a la creación, cuando estás claro de que un nombramiento no te hace dueño de la verdad.

¿Alguna vez pensaste dejar el ¡ahora!?

La verdad es que sí. Por una parte, creo mucho en el movimiento como instrumento de cambio. Cuando pasas mucho tiempo en el mismo lugar, tiendes a repetirte sin darte cuenta. Y por la otra, me motivan mucho los retos, lo nuevo, y ya hacía rato que no me estrenaba un nuevo futuro. Es más, hasta había pensado en dar un cambio más radical a mi rumbo. Pero, bueno, tú puedes izar las velas, pero no determinar la dirección del viento.

¿Qué te llevas del ¡ahora! a los “nuevos campos de batalla”?

De lo intangible: el sentimiento familiar de su gente, las bromas que siempre germinaron, hasta en los momentos más tristes, y los abrazos de su gente. De lo estratégico: el pensamiento colectivo, el deseo de crear y la sana costumbre de inventarte cada día alguna nueva meta hacia la cual cabalgar, aunque sea en Rocinante.

Constantemente incursionas en el llamado periodismo narrativo o literario, creo se ha convertido en un “hecho de estilo”. ¿Por qué?

—Estamos en la Era de la comunicación, y la comunicación implica acercamientos. Al público le gusta sentir cerca al periodista, que este diga, piense y sienta lo mismo que él, pero que exprese todo ello de una manera poco usual, casi novelesca, porque realidad hay de sobra cada día.

¿Cómo se puede ser director y a la vez jodedor, bailador, romántico, melómano…?

—Siendo una suma de todo eso. Dejando que el ser humano incorpore la condición de director como un atributo más de la personalidad, y no que el cargo enmascare al ser humano hasta dejarlo sin personalidad propia.
 

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Comentarios  

# El Chino 21-03-2019 15:24
Rubencito, gracias por retratarnos a ese gran ser humano , al "perio" como le decíamos en la UO, en nuestro querido Quintero...donde se nutrió de vivencias ( a veces lo único que había para nutrirse era eso), donde creció como persona y nos alegró con su presencia... Siempre querido por todos y queriendo a todos, aunque aún cuando nos crucemos en la calle nuestro saludo sea un "me caes mal"o un "tú sabes que te odio"...menos mal que no te inclinaste por la Psicología, en primera porque me harías competencia y en segunda porque nos hubieses privado de leerte y disfrutar tus escritos
Mis respetos, saludos y afectos
Un abrazo
El Chino
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