El último adiós

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Cespedes

 

En medio de la pobreza almorzaba un hombre. Lo dejó todo por su tierra y sus enemigos, como la oscuridad que rodea al sol le dieron un golpe demoledor. Su destitución de la Presidencia era un puñal que poco a poco estrangularía sus huesos. Cuando vio al oficial con el sobre sabía de que se trataba y dijo: “ siéntese a compartir y podrá decir que almorzó con un Presidente ”.

 

Es 29 de octubre de 1873, la inmensidad del espacio quiere devorar su gloria. Camina entre cadenas y sin escolta. Lo obligan a instalarse donde opera el gobierno y a seguir sus pasos. A finales de diciembre recibe autorización para moverse libremente. Sin embargo, la soledad ruge en su pecho. Estaba lejos de su esposa y sus hijos que nunca conocería. Se dirige a Cambute y espera un pasaporte. Pero la crueldad tiene rostro: se lo negaron.

En la segunda quincena de enero se supo que tropas españolas operaban cerca y resolvió trasladarse a un lugar situado en la Margen derecha del río Contramaestre y entre varios arroyos. Allí recibió el afecto de los vecinos que lo llamaban Presidente Viejo. El amor alivia la soledad, Panchita Rodríguez, una viuda de la zona quedó embarazada de él.

 

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El 27 de febrero de 1874 como si presintiera su último adiós se vistió con elegancia. Después de almorzar visitó a su amante. Una niña que pide sal avisa de la presencia española. El hombre corre, revólver en mano por entre la maleza.

 

Unos 300 metros lo separan del barranco. Con 55 años y casi ciego tiene las de perder. Los soldados acortan la distancia. Él se vuelve, dispara y corre de nuevo. Descarga su última bala sobre el enemigo más cercano, el sargento González Ferrer. Dispara también el sargento, a boca de jarro y su objetivo cae al vacío.

 

Expuesto en calzoncillo en el Hospital Civil de Santiago de Cuba, su cadáver presenta un orificio a la altura de la tetilla izquierda, un ojo amoratado y el cráneo hundido. Lo inhuman en una fosa común. En la oscuridad bajo la lluvia y alumbrados por los relámpagos 6 patriotas se mueven en silencio por el cementerio de Santa Ifigenia. Cavan y extraen el cuerpo de Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la Patria que murió como un sol de fuego en el abismo.


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