Las aceras, ya no son para caminar
- Por Flabio Gutiérrez Delgado
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Decía un experimentado amigo que la mayor tortura que pueda existir para una persona de temperamento sanguíneo, es caminar por una acera estrecha detrás de un adulto mayor, sin opciones de bajar a la calle por el continuo tránsito de los vehículos, como sucede en ocasiones.
Eso afirmó el longevo caminante, mientras se percataba que una pareja impaciente buscaba alternativas con el objetivo de adelantarlo en la acera de la calle Mártires, donde no existen muchas variantes por su reducido espacio.
Soy testigo de esos momentos de “conteo” profundo, donde la mejor elección es contribuir con el abuelito o abuelita de ritmo octogenario y anhelar, primero, llegar a esa edad y segundo, con buena salud para agradecer actitudes similares.
Sin embargo, hoy se torna aún más complicado transitar por una acera de la ciudad, a pesar de que no circulen por esta vía personas de la tercera edad o con alguna dificultad que impiden un tránsito expedito.
En la actualidad una de las misiones más complejas en mi ciudad es caminar por una acera, pues este atajo se ha convertido en el espacio ideal para realizar colas, charlas amistosas, incluso para montar negocios como cualquier área privada o rentada.
Las circunstancias que nos ha impuesto este inaudito año 2020, permiten comprender los motivos que provocan las colas, aunque es perfectible su control y organización en una zona pública donde la tranquilidad se esfumó al infinito y más allá.
Marcar las aceras para mantener una distancia prudencial, no ha sido suficiente en el control de aquellas personas con tiempo “sobrado”, de esas, que asisten a su novedosa “jornada laboral” con cojines en mano para ocupar su espacio cómodamente en el área diseñada para peatones.
Recorrer la ciudad es invadir las calles por donde transitan los vehículos, o sea, dejar su vida a merced de los choferes, pues mis 34 años me han enseñado que en la carretera, no siempre depende de uno, también se debe velar por el accionar de otros, porque sus errores cuestan vidas.
Ojalá pronto se pueda revertir la compleja situación provocada por la COVID-19, hasta perfeccionar las ventas virtuales y los servicios a domicilio, para además, cambiar la mentalidad de aquellos que han visto en las colas una fuente de empleo y en otros el modo de acaparar ante el desabastecimiento.
Otra forma de invadir la acera son aquellas conversaciones grupales animadas, como típico escenario de novela, donde un “permiso” deviene un corte en el drama, con ceño fruncido y murmullo luego de su paso, como si el maleducado fuera el que dificulta el diálogo.
Interrumpir una plática sin solicitar su permiso es de mala educación, así me lo hicieron saber desde pequeño, pero luego conocí que obstaculizar el tránsito de personas en las aceras por estas tertulias también es debido al desconocimiento.
Por si fuera poco, otros han encontrado en las aceras un escenario favorable para promocionar sus negocios, incluso para montar sus andamios, los cuales me imagino no sean legales, pues este no es el lugar idóneo para realizar actividades con fines de lucro.
Algunos no traen consigo los obstáculos, ellos constituyen la propia barrera en las aceras, pues proponen y promueven sus mercancías y servicios en esta vía, aunque los tengan en otros lugares.
El año 2020 pasará a la historia por los hechos de alta connotación que se han generado, no solo en Cuba, sino en todo el mundo, pero nunca imaginé que las aceras de mi ciudad cambiaran su función y se camuflara el hermoso diseño del trazado recto de sus calles, detrás de un conglomerado grupo de personas.
Los parques de mi ciudad hoy reciben a sus lugareños con mayor afluencia, aunque ya no sean áreas netamente de esparcimiento, porque también funcionan como sitio de espera. Mientras la incertidumbre me agobia surge una pregunta: Las aceras, ya no son para caminar.
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