Mis Reyes Magos

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payasitos
 
En estos días de tanto oír hablar de los Reyes Magos y también de escuchar el lamento y críticas de algunos por el alto precio de los juguetes, para regalar a sus hijos el día 6 de enero, no pude olvidar de las enseñanzas de mis padres al respecto.

Recordé las carreras que daba entre el herbazal de un amplio terreno de frente a casa de mi abuela Andrea en el reparto El Llano -hoy está lleno de confortables viviendas de hasta tres pisos- en busca de un poco de yerba, para colocarla debajo de la cama a los camellos en los que vendrían Baltasar, Melchor y Gaspar a dejarnos los regalos que, previamente, habíamos escrito en una cartica.

No eran muchos los deseos de esta niña nacida con la Revolución, por lo regular era una muñeca o un juego de café, pero los “Reyes”, casi siempre, cumplían sus expectativas y más.

Como hija única al fin, mi madre, descendiente de una campesina pobre y que nunca supo qué era una muñeca u otro juguete el Día de los Reyes ni en otro en el recóndito Pital Adentro, donde nació junto a cuatro hermanos más, quería darme lo que ella ni otros niños de su edad habían tenido nunca en aquel lugar.

Las muñecas de ella y sus hermanas las hacía mi abuela Angelina. Unas de trapos y otras de tuza de maíz o combinadas y para los dos hermanos, creaba yuntas de bueyes y carritos, a partir de pomos de medicina amarrados con cualquier cosa, esto si había tiempo después de laborar la tierra de sol a sol.

Por el contrario, yo tuve un Bebé hermoso al que nombré Pepito y todavía está vivo en cajones junto a las muñecas Marina y Dunia, también disfruté de una bicicleta china con hilos de colores en los rayos de atrás y en la cual aprendieron a montar casi todos mis amigos de la primaria y hasta disfruté de un juego de café de loza, que sirvió de verdad para tomar esa bebida.

Tiempo después supe de los extraordinarios esfuerzos de mis padres por lograr estos y otros aparatos de entretenimientos. Ambos trabajadores humildes, que al Triunfo de la Revolución, ella era doméstica en casa de holguineros pudientes y él, se buscaba la vida en labores de la construcción, y tras la inauguración del centro escolar Oscar Lucero Moya fueron a laborar allí desde muy temprano en la mañana hasta bien entrada la noche.

Por eso, ni imaginar nada de cupones para juguetes ni colas para comprar los dichosos juguetes y de los otros muchos enredos que giraban alrededor de esa hazaña de ponerme un regalo al lado de la cama a principios de cada año, hasta que un día mi madre me dijo quiénes en realidad eran los Reyes Magos, tras no tocarle en la cola de la tienda lo que yo había pedido en la carta.

Por la cara triste y de pena de ella presentí, que sintió más que yo, no satisfacer mis deseos. A la altura de mis pocos años la comprendí y también a mi padre. No por este hecho fui menos feliz, por el contrario tuve una infancia plena, llena de amor, felicidad.

A mis dos hijas y ahora a mis nietos nunca les he hablado de Reyes Magos. Ellos saben quiénes son sus Reyes. A ellas -nada exigentes con el “cómprame esto o aquello”- les di todo lo que pude de acuerdo con nuestras posibilidades, al igual que ahora con los niños de la casa, quienes en estos tiempos de tantas ínfulas entre algunos, les llama la atención pocos minutos la muñeca o el carro nuevo, que terminan maltrechos como los otros en la caja de los recuerdos.

Con esta reflexión no pretendo justificar, en modo alguno, el precio de determinados juguetes, cuyo valor resulta una ofensa al bolsillo más abultado y de la necesidad que tienen los niños de disfrutar de uno de esos medios. Pienso, que a la hora de adquirirlos en el mercado internacional deben ser más selectivos los compradores, tanto en su mensaje como hechura y calidad y también creo oportuno revisar entre nuestras prioridades el recuperar, en lo posible, algunas de nuestras famosas fábricas de juguetes.

Finalmente, respeto a los que celebran y promueven el 6 de enero, pero para los míos el Día de los Reyes son todos los días en los que pueda enseñarles algo nuevo o regalarles de corazón al hijo, nieto, sobrino u otra persona un juguete u otro bien que necesite. Y siempre recordando la socorrida frase de mi madre y abuela paterna, de que una familia debe “estirar los pies hasta donde alcance la sábana”, porque el “vivir de las apariencias o la competencia entre ver quién más tiene, nos convierte en esclavos de los demás”.
 

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Comentarios  

# maria caridad 09-01-2020 16:52
muy bonito tu articulo y hasta de cierta forma un homenaje a tus padres trabajadores humildes (Laudelina y Andres) que conoci mientras estudiaba en la Fornet
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