Huellas

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Vilma Espin collage
 
Luis A. Clergé conoció a Vilma. “Una mujer como Vilma puede y debe ser cantada por los poetas y por la saga popular”, decía.

Crecieron en el mismo barrio de Santiago de Cuba. Vilma robaba su atención cuando pasaba, porque tenía piernas hermosas y porte de actriz. Y porque su sonrisa cautivaba.

Además, conducía un automóvil: mujer independiente y moderna. En la época no era usual. “De pequeño, cuando por nuestra calle pasaba un auto conducido por una mujer, los niños gritaban ‘¡mira, una mujer manejando!’ y más de una comadre torcía el gesto en señal de reprobación o más bien de incomprensión”, recordaba.

Sin embargo, se conocieron formalmente cuando organizaban una réplica de la marcha de las antorchas. Para ese entonces, Vilma estaba convencida de la necesidad de la lucha armada y puso su automóvil en función del empeño de Luis.

“Al mismo tiempo, me expresaba sus dudas sobre el éxito de esta empresa. La manifestación fue, y creo no equivocarme, la más grande y combativa que se produjo en Santiago en aquellos tiempos.

Finalmente, en el enfrentamiento con la policía y otros cuerpos represivos, las improvisadas antorchas pasaron a un segundo plano, pero unos días después Vilma me dijo, tú tenías razón. Así de simple, habíamos discrepado en algo, pero esa era su ética, su carácter y tenía que decirme que había tenido razón. Ese gesto fue la primera lección que recibí de ella”.

Vilma era solo seis años mayor, pero por su carácter, se convirtió en la hermana mayor. Había estudiado Ingeniería Química: siete años de asignaturas que la media de la población siquiera sabía que existían. Y luego, un postgrado en el famoso MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts). De regreso, hizo estancia en México. Fue entonces cuando conoció a Fidel y Raúl.

“Una noche, cenando en su casa, le hacía bromas a Raúl recordándole cómo para su recibimiento en México se había aparecido con una pucha de flores. Y él le respondía la broma rememorando como ella le cantaba lindas canciones en el Segundo Frente, al punto de engendrar un hermoso amor que perduró hasta su muerte”, cuenta Luis.

Cantaba El mambí, a veces. En su voz dulce, era inspiración, himno de combate. Vilma unía. Con su posición social, cultura y carisma (aquella sonrisa que cautivaba), convenció a los sectores de la intelectualidad y los diferentes estamentos de la burguesía de que era la lucha armada camino, y no vereda.

“Su presencia en las filas del Movimiento Revolucionario 26 de Julio sirvió, para muchos colaboradores y simpatizantes, como garante de que se trataba de un movimiento que se proponía cambios renovadores y no de un grupo de aventureros y gente de gatillo alegre”, opinaba Luis.

Siempre tuvo la serenidad y la confianza necesarias. Cuando crecieron sus responsabilidades en la dirección del movimiento revolucionario y andaba clandestina, colocaba su cola de caballo en la frente, a modo de cerquillo, se anudaba un pañuelo y se ponía las gafas. ¡Lista! Y se marchaba a una reunión en Santiago, un pueblo chiquito, un infierno grande.

“El hecho de aceptar el riesgo diario de morir era algo en lo que antes no pensábamos y desde entonces se convirtió en una cosa natural”(1), dijo la propia Vilma.

Levisa. Combate en Nicaro. Dos cazas de combate F-47 dejan caer sus ocho bombas. Bombas de 250 libras. Luis se movía de un lado a otro, en busca de un lugar seguro, pero ningún lugar era suficientemente seguro para Luis, que sentía, veía su nombre escrito en cada bomba. Vilma cifraba un mensaje para Fidel con la situación del combate, sentada tranquilamente bajo un puentecito de madera, destartalado. Luis siente vergüenza y deja el nerviosismo. (2)
 

(1) Testimonio que ofreció Vilma Espín Guillois a la Revista Bohemia sobre los acontecimientos del 30 de noviembre de 1958, en Santiago de Cuba.

(2) Con información de “La Vilma que conocí”, por Luís A. Clergé Fabra.

 

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