12 Jun 2025 - 9:46

Niñez en Cuba, lo más importante

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En Cuba, los niños y las niñas son prioridad. Para cuidar su salud, concebimos el Programa Materno Infantil, campañas de vacunación y hospitales pediátricos. Garantizamos su acceso universal y gratuito a la educación. En el sector de la cultura y los medios de comunicación, siempre reservamos espacios para su entretenimiento y crecimiento espiritual. Enfocamos nuestras leyes en su protección. Y en general, nos movilizamos en su defensa cuando se encuentran en situación de vulnerabilidad.

Entonces, ¿por qué insistimos en adoptar un enfoque de derechos? Y a fin de cuentas, ¿qué tiene de necesaria o ventajosa esta perspectiva?

Para entenderlo, retrocedamos hasta los primeros siglos de la cultura occidental –que rige las costumbres del mundo, incluida nuestra Isla–, de la mano de Ileana Enesco, catedrática de Psicología Evolutiva de la Universidad Complutense de Madrid:

En la antigua Grecia, el padre tenía que aceptar y reconocer a los hijos, de lo contrario, se abandonaba al recién nacido en la calle. A esta práctica se le llamaba exposición y era más común con las niñas, por su escaso valor social. El infanticidio también era habitual. Se practicaba con hijos ilegítimos o que tenían algún defecto físico; por falta de recursos económicos y razones religiosas.

Durante la Edad Media, los niños eran propiedad de los padres, quienes podían entregarlos, abandonarlos o venderlos. Debido a la pobreza de grandes sectores, en Europa comenzaban a trabajar desde los cinco años. Hasta el siglo XIV, muchas niñas eran entregadas como sirvientas a la edad de seis. Y es que el niño era visto como homúnculo: un hombre en miniatura. Así lo confirma la pintura de la época, que los representa con rasgos adultos.

Entre 1589 y 1610, Henri IV fue rey de Francia. Al tutor de su hijo, el joven Luis XIII, aconsejaba: “Aplique el castigo físico tantas veces como sea necesario, porque puedo asegurar, por mi propia experiencia, que nada me ha hecho tanto bien en la vida”. Mientras que en su Discurso sobre la abnegación interior (AÑO), el cardenal francés Pierre de Bérulle aseguraba: “No hay peor estado, más vil y abyecto, después del de la muerte, que la infancia”.

Hacia el siglo XVIII, la mortalidad infantil comenzó a disminuir, a la par que desaparecía la idea de que el niño era una pérdida inevitable y era necesario procrear muchos, para que alguno llegara a la adultez. Fue Jean Jacques Rousseau quien fomentó la actitud romántica hacia los pequeños, en su famosa novela Emilio, o De la educación, en la que afirmaba que son seres buenos por naturaleza, que siguen un desarrollo físico, intelectual y moral… “El pequeño del hombre no es simplemente un hombre pequeño”, decía.

En el XIX, surgió la actitud moderna que pondera su inviolabilidad y el rol de la familia. Se introdujo la educación estatal obligatoria en Europa y emergió un nuevo género literario: el infantil.

Pero no fue hasta el siglo pasado que la infancia se reconoció, plena y explícitamente, como una etapa con características y necesidades propias, ni hasta 1989 que los Estados miembros de la ONU firmaron y ratificaron la Convención sobre los Derechos del Niño, para protegerla de forma integral, en cualquier circunstancia.

Como buen lector de ¡ahora!, notará que, a pesar de la evolución, heredamos prácticas y visiones que afectan el pleno desarrollo de los pequeños; que su concepción como personas con derechos es bastante reciente (data de hace solo 31 años) y por tanto, es necesario accionar para incorporarla a nuestro día a día.

Este enfoque nos ayuda a entender que los niños son individuos con derecho a la identidad personal, la dignidad y la libertad; que sobre ellos tenemos responsabilidades, no poder indiscriminado; que les debemos amor, sí, y también respeto.


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