Ausencias
- Por Jorge Suñol Robles
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Cuando uno crece se da cuenta de las cosas. Que las tumbas son más que cruces y mármoles. Que los velorios son más que coronas y ataúdes. Que los muertos son más que cadáveres y cenizas. Que los entierros son más que llanto y adioses. Que los cementerios son más que sitios de paz.
Cuando uno crece se da cuenta de las ausencias, el dolor, las heridas. Cuando uno crece comprende el significado de los hechos, de las tragedias. Y entonces, con el rostro confuso, los ojos cuarteados, el aliento perdido, no puedes levantar la cabeza, no quieres seguir, te paralizas, te derrumbas, aunque muchos te abracen y te sostengan.
Es difícil escribir estas líneas, cuando detrás sabes que hay demasiados recuerdos. Es un riesgo asumir esta columna, cuando no puedo olvidar el abrazo a una de mis grandes amigas porque perdió a su padre, cuando escuchaba en las calles, en las guaguas, en los vecinos, todo lo que dejó el desastre.
Meses después en la Isla no se hablaba de otra cosa. Toda Cuba se agarraba de las manos y se sostenía en la esperanza, en su fuerza. Los periodistas, con el corazón apretado, contaban las historias de los vivos y los muertos.
Los fotógrafos, temblaban cuando ajustaban el lente. Fueron días en que no faltó la solidaridad, el apoyo de todos. Días en que la Patria vistió de negro.
Pero llegó el tiempo en que nos levantamos, llegó la hora de salir adelante, seguir el camino aunque nos falte mucha gente. Es bueno quedarse con la sonrisa de mamá, las caricias de la abuela, el beso de los hijos, las locuras de papá. Alimenta el alma recordar los momentos felices.
“A los héroes se les recuerda sin llanto”, cantaba Sara González en las tribunas. Hoy, me subo y pronuncio estas palabras llenas de fe y aliento, que después de un año no tapará el vacío, pero tienen el reto de mirar por dentro, de sostener, de confiar en aquellos que viven y cargan con esta tragedia, de subir la cabeza, pasar la mano por el hombro, de gritar, si es necesario.
Este es un texto que sangra, y si leerlo duele, escribirlo mata. Pero si no hay luz prendo la vela, porque las palabras, eso sí, aguantan mucho, dicen verdades, son nuestro escudo, nuestra razón. Han pasado 12 meses, y jamás se olvida la caravana de fuerzas, el rescate inmediato, las oraciones y promesas de los más creyentes.
Ya no importa el culpable, el desajuste, el modelo de avión. Las historias están grabadas, y quedarán escritas para quien quiera escucharlas. Y con el nudo en la garganta, cerrando los ojos, apretando la voz, me quedo en silencio, ese silencio que alivia y rinde tributo. Aunque eso no sea suficiente.
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