Chávez presente
- Por Isis Sanchez Galano
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“Cuando un amigo se va, queda un tizón encendido que no se puede apagar ni con las aguas de un río…” Cinco de marzo de 2013. La noticia cae como piedra.
Un grito desesperado hace nudo en la garganta, estruja corazones, envuelve en tristeza a la gente humilde, soñadora: el Comandante Presidente de guayabera roja y Constitución al bolsillo, el arañero que luchó por Venezuela y Nuestra América… se ha despedido.
La región entera lamenta la pérdida de uno de sus más ilustres hijos, el niño que llegó a la gente hecho abrazos y sonrisas; el llanero, como las poesías que recitaba; el hombre de relampagueante liderazgo, de voz de pueblo; ese incansable que amplificó las aspiraciones de los preteridos de la Patria de Bolívar y del mundo.
La tierra bolivariana está triste… es todo silencio este martes, pues se aferraba a la posibilidad de un milagro que pudiese dejarlo entre nosotros, para que siguiera brindando sus luces e hiciera realidad tantos sueños. Un mar de pueblo desfila ante su féretro, abrigándolo con flores.
El dolor se comparte y se multiplica, porque cuando muere un amigo, un padre, un valiente, las lágrimas brotan espontáneamente, mientras que en otros rostros a duras penas se contienen.
Cada rincón del planeta presencia el cortejo ante el finado líder para rendirle postrer tributo, hasta su traslado y reposo definitivo en el Cuartel de la Montaña. A más de dos mil kilómetros, la Isla siente el dolor como suyo. Se nos fue un amigo, un valiente, un padre, porque Chávez ya no es Venezuela; es Cuba, es América, el Mundo.
Largas filas rodean la Plaza de la Revolución, la escuelita rural o cualquier escenario donde los cubanos darán su “Hasta siempre, Comandante”. Lo acompañamos; su legado también es nuestro. “¡Está muerto!”, insisten los medios de comunicación, los mismos que hicieron desde siempre una furibunda guerra mediática.
Parece que los infieles creen que este es el momento de lanzarse, de avivar ficciones, de crear desafueros. Pero, desde hoy, se vislumbra la hidalguía de un país capaz de agigantarse y, con sangre aún en la herida, continuar el camino de su fe irremediable en la victoria.
Marzo de 2019. El llanto de hace seis años se ha convertido en ímpetu, voluntad, firmeza. Y es que la luz que prendió… no tiene la menor intención de apagarse… porque la vida continúa, porque la lucha no acaba, porque Hugo venció al destino y se convirtió en la fuerza que levanta hoy una nación entera. ¡Chávez vive! Quien lo dude, mire su protagónica firma, estampada en la integración latinoamericana… en esos venezolanos inmensos que no se rinden y no dan tregua a la infamia, la injerencia ni al imperialismo. ¡Él vive! Lo sé, usted lo siente.
Su obra palpita en cada ser humano digno que grita con rabia, con sueños, con ganas todavía: “¡Uh, ah, Chávez no se va!”. Su salida mortal no fue la despedida. Su voz repica en cada grito por la libertad; su mirada se ve en los ojos valientes que enfrentan grandes y peligrosas potencias para develar verdades y esencias; su amor está presente en la solidaridad y el compromiso que millones sienten por la Venezuela revolucionaria.
¡Chávez está presente! Todos los días crece y se multiplica con una sonrisa inmensa y corazón de oro. Ya lo dijo alguien destrozado por el infortunio de un 5 de marzo: “Esto es hasta siempre. Queda prohibido dejarlo morir, en ello, se nos tendrá que ir la vida”.