León holguinero
- Por Isis Sanchez Galano
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Cuentan que su primer llanto, aquel cuatro de agosto de 1839, llegó con el repique de tambores de las tropas españolas que peregrinaban hasta misa, quizá como promesa de que su nombre, Calixto García Íñiguez, estremecería siempre la historia patria y de que las llamas independentistas nunca se le extinguirían.
Aseguran que la rudeza de las tres contiendas, que honró con su presencia, no le mellaron la jocosidad y que adelantaba el reloj de la sala para que el novio de su hija Leonor se fuera rápido, o que en aquella ocasión, cuando las ratas se estaban comiendo su artillería, le replicó al perfecto “¡vuelva enseguida al almacén y establezca una guardia de gatos!”.
Dicen que fuera de nuestras fronteras desempeñó dos oficios, bancario en el Banco de Castilla y profesor de idiomas en una escuela española para mujeres, pues aunque solo estudió hasta la primaria, dominaba el francés, el italiano y el inglés.
Sin embargo, nadie sabe cifrar su sentimiento cuando se supo rodeado por la columna española allá en San Antonio de Bajá, ni a quién dedicó su pensamiento cuando se disparó bajo el mentón para quitarse la vida antes que caer prisionero, bala que, ¡por fortuna!, no siguió el camino esperado.
Lo cierto es que no hace falta, porque el pecho se hincha de orgullo cuando se habla del general holguinero de las tres contiendas que, como trofeo de guerra o tal vez, beso de la patria, lució bien alta, hasta su muerte en 1898, su herida estrella para exaltar el coraje de los hombres de esta tierra.