Osos negros

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Por más verde que sea el monte donde despierto cada mañana y las lomas no estén lejos (lomas que no han sido bendecidas con una cruz), ahora mismo los osos no son importantes. Mi barrio está en las afueras de la ciudad (pero podría ser el suyo).
 
Un día cualquiera, en una casa donde ninguno de nosotros imaginó la existencia de un equipo, comenzó la música. Desde entonces, fue imposible leer, estudiar, concentrarse, acostar al bebé, descansar por la enfermedad, ver televisión, dormir.

La situación empeoró cuando se agotaron las canciones y empezaron a repetirse, como en una pesadilla, Maluma… Fabré… Maluma… Candito… (El exceso de sonido que altera las condiciones normales del ambiente en determinada zona, se considera un ruido, hasta las sinfonías de Beethoven, si fuera el caso)
Primero, el fin de semana. Después, la semana toda. Era imposible leer el ¡ahora!, estudiar para el examen, calmar al niño, alejar el dolor de cabeza, ver la novela, dormir.

En la casa más cercana al origen del mal, la familia tenía que gritarse mientras desayunaban, al saludarse cuando llegaban del trabajo, para saber qué dijo el malo de la novela y consolarse con un "intenta dormir", pasadas las 12 de la noche.

Cuando propuse hablar con los malos vecinos, mi familia se negó. Rotundamente. “Con esas personas no se puede razonar”, me dijeron y prefirieron continuar su vida con Maluma y Fabré como permanente música de fondo.

En su opinión, personas capaces de una falta de consideración semejante, pueden tomar represalia o algo peor. “¿Peor que este sufrimiento?, pregunto yo. Sienten miedo.

En los tiempos actuales, aunque no lo parezca, conversar desde el respeto es siempre una opción. Además, con ello se fomentaría la civilidad, suplantada por la creencia de que perjudicar el bienestar del otro está justificado cuando se trata de lograr el propio.

En lugar de la comunicación se ponen en práctica varias soluciones caseras para aliviar la impotencia que genera este tipo de situación: suspirar con fuerza varias veces seguidas; maldecir en voz alta; desear el fin de la vida útil del equipo de música, un cortocircuito quizás. (A veces nos cuestionamos si los malos vecinos no seremos nosotros).

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Sí, la ley nos asiste. Conocemos la existencia del Decreto 141/88 “Contravenciones de las regulaciones de orden interior”, por el cual al Ministerio del Interior, a través de la Policía Nacional Revolucionaria, le corresponde actuar ante problemas de ruido asociados a la indisciplina y la convivencia social.

La pregunta es: ¿por qué les permitimos la impunidad?
Los malos vecinos, en franca minoría, someten a todo el barrio. Tal vez, hemos perdido el sentido de comunidad, la capacidad de pensar y actuar juntos por el bien común. Tal vez, en el fondo, somos egoístas como ellos. Un grupo de cobardes, tal vez.
Si en vez de una persona, todos les exigiéramos comportarse como demandan las buenas costumbres, ¿serían capaces de “vengarse” de un barrio entero?

Mi familia cree que los malos vecinos son como los osos pardos. En caso de encontrase con uno de estos animales, se recomienda colocarse en posición fetal y fingirse muerto. Así, el oso pardo no nos percibirá como una amenaza y seguirá su camino.

Se equivocan. Los malos vecinos son como los osos negros, en cuyo caso se recomienda erguirse, alzar los brazos para parecer más altos y demostrar que no se siente miedo. Así, el oso negro nos percibirá como contendientes y nos dejará tranquilos.

Esta teoría fue demostrada por la hija mayor de la familia que vive en la casa más cercana al origen del ruido. Cansada de gritar, conversó con los malos vecinos. “Fui a echarles pantalones”, nos dijo. Y trajo la paz de regreso al barrio. Lamentablemente, a los pocos días viajó fuera del país y todo volvió a ser como antes.
 

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