Suspenderse en males hereditarios
- Por Rolando Casals, estudiante de periodismo
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Hay un término que me gusta mucho: suspensión de la incredulidad. Se refiere a la capacidad de “suspender” por unos momentos nuestra obsesión con la realidad para disfrutar con soltura de una obra de ficción, en especial de aquellas que poseen elementos fantásticos.
Me gusta porque mi mente relaciona la idea de “suspender la incredulidad” con la de “suspenderse en el aire”, creando esta imagen de una obra artística que induce a cierta forma de levitación en sus espectadores. A los cubanos nos cuesta suspender la incredulidad, al menos cuando de ficción se trata.
Este verano asistí a la proyección de un filme del que conservaba buenos recuerdos. Se trata de Hereditary (2018), traducida con muy poco tino como El legado del diablo.
Ópera prima del director estadounidense Ari Aster, que junto a otra de sus películas: Midsommar (2019), se convertirían en populares exponentes del cine de la productora A24 y del llamado “Terror Elevado” (término redundante como pocos).
Protagonizada por Toni Collette, que vuelve como madre encerrada entre sucesos paranormales casi veinte años después de su memorable papel en El Sexto Sentido (1999), Hereditary podría resumirse así: la abuela ha muerto y tenemos que lidiar con ello. Desde el obituario que abre el filme, la presencia de la finada embruja el resto del relato que nos va dando a cuentagotas información sobre su pasado.
Contemplaremos cómo los traumas generacionales se mezclan con una serie de desgracias al estilo Ley de Murphy¹, que van de lo mundano y desgarrador a lo ritual y prohibido. La locura se esparce y los lazos que unen a la familia Graham se retuercen hasta una conclusión que a quienes conozcan Midsommar provocará cierto déjà vu.
En sí, Hereditary no aporta nada nuevo al género, posesiones demoníacas y aquelarres tenemos de sobra. Donde considero que brilla es en su ejecución, al igual que las maquetas de miniaturas que fabrica la protagonista, existe meticulosidad en la forma en que lo terrible se acrecienta.
Por desgracia, durante mi visita al cine no obtuve la misma catarsis. Aunque el público fuera reducido, parecían empecinados en romper la inmersión que un filme como este requiere. Intentaba suspenderme y ellos con sus interrupciones me anclaban al asiento con un lazo.
Por ejemplo, un adolescente, supongo, ejercitaba sus dotes como imitador de voces y haciendo gala de una dicción estreñida repetía cada frase (¡cada frase!) en tiempo real. Sus amigos se reían y yo, sentado unas filas más adelante, me enfurruñaba ante este doblaje paródico.
Combinado con otros sucesos menores (el mismo celular sonando varias veces, conversaciones por lo bajo, gente que se para de sus asientos una y otra vez) sentí que la experiencia paranormal era la que estaba viviendo. ¿Serían estos fenómenos obra de cultistas de Paimon²? Tal vez…
Esta visita accidentada me permitió verle algunas costuras al filme, como la interpretación de Alex Wolff en el papel de Peter Graham, el hijo adolescente de la familia, cuyos sollozos mal actuados, a mi consideración, ensombrecen algunas escenas. De Collette no tengo ninguna queja, su deterioro psicológico es lo mejor del filme.
La “escena de la cabeza” (si vieron la peli saben a cuál me refiero) que a mí me pareció una de las más espantosas por lo cruda e implacable de su presentación, apenas arrancó del público un par de exclamaciones asqueadas. Decidí cortar por lo sano y abandonar la función antes de tiempo.
¿Vale la pena ver Hereditary? Claro, tiene más cariño en su realización que las cansinas secuelas y remakes que infestan el género. ¿Es Hereditary una buena película? Esta mala experiencia ha calado en mi subconsciente y envenenado mi juicio, pondré la mano en el fuego por Aster y dire que sí, esperando que con el gesto no acabe achicharrado como cierto personaje del filme.
1-Ley de Murphy: Todo lo que pueda salir mal, saldrá mal.
2-Paimon: Demonio perteneciente a las creencias judeo-cristianas. Juega un papel importante en Hereditary (2018).