Soy maestra gracias a Fidel
- Por Yanela Ruiz González
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Foto: Elder Leyva
En el aula, donde el tiempo parece detenerse en la esencia de lo importante, la maestra Nancy Pupo Zagarra, aguza con infinita paciencia el conocimiento de sus alumnos. No es un acto cualquiera, es la misión que cumple, minuto a minuto, hace 50 años.
Mientras se debaten estrategias, transformaciones, perfeccionamientos, ella permanece en la trinchera más valiosa, el salón de clases, donde su voz dulce y mirada serena han sido el primer refugio para generaciones de niños.
Su historia no es la de altos cargos, sino la de corregir cuadernos hasta tarde, la de encontrar la palabra justa para el niño triste, planificar clases hasta altas horas de la noche a la luz de un mechón y creer que un maestro puede cambiarlo todo, aun cuando los tiempos son difíciles.
Hace medio siglo sostiene ese amor inquebrantable por la enseñanza, que se alimenta en la cotidiana tarea de moldear, sin mucho ruido, el futuro, convirtiendo cada encuentro con sus pupilos en un acto de entrega total.
“Se dice fácil, pero no lo es”, afirma, mientras rebobina en la memoria el momento exacto en que decidió ser maestra, con toda la carga emotiva y semántica que ello encierra.
“Fue por un llamado que hizo nuestro Comandante en Jefe Fidel a los jóvenes que teníamos sexto grado o la secundaria básica. Entonces yo estaba en séptimo grado y di mi paso al frente. Tenía solo 17 años. Vivía en el campo, en el municipio de Cueto, en un lugar que se llama Canapú, cerca de Sao Corona, donde está la cueva en la que editaron el periódico El cubano Libre”.
“Me incorporé sin ser graduada, sin tener mucho conocimiento, en una escuelita rural llamada Roberto Estévez Ruz, que ya no existe, porque ya en ese campo prácticamente no vive nadie.
Ante la pregunta de por qué escogió ser maestra, responde: “Me gustan los niños, me gusta estudiar. Entonces comencé a superarme en Marcané, donde está el central. Tenía que ir a pie, lloviera o no. Era lejos, unos cuantos kilómetros.
“Trabajé con multígrados de primero a cuarto grado. Joven, sin experiencia, con niños que eran hasta más altos que yo. Y me dije bueno, aquí hay que ir para adelante. De ahí me hice militante de la juventud. Luego mi esposo hizo una casita aquí en Holguín, en el reparto Piedra Blanca, y nos mudamos para acá. Continué la superación y en el año 1980 me gradué como maestra primaria”.
Alcanzar la titulación profesional fue uno de los primeros logros en su carrera. Una etapa que exigió de esfuerzos para mantenerse en el aula y al mismo tiempo estudiar. Pero nada que la maestra Nancy no pudiera lograr, pues para ella no existen los imposibles y la disposición parece haber permeado su andar.
“Pasé dos años de prelicenciatura y luego seis más para graduarme de maestra. En aquel momento apenas ganábamos 100 pesos, que poco a poco fueron aumentando. Ahora la juventud no se inclina por las carreras de pedagogía porque el salario no es atractivo. Pero si me ponen a elegir yo escogería la misma profesión”.
Lo dice con la humildad propia de una familia de padres campesinos que siempre estuvieron orgullosos de su hija maestra, la que años más tarde lograría su título de Máster en Educación prescolar y más recientemente la categorización como especialista principal, esto último con 67 años de edad.
“Trabajé muchos años con la educación preescolar. Diecinueve años exactamente. Me gusta mucho porque uno aprende a conocer cómo son los niños, sus valores, sus padres. Esa primera etapa en que llegan nuevos y no tienen la experiencia de un aula, en que unos lloran, otros se quieren ir. Y entonces ahí está el trabajo del maestro para que se enamoren de la escuela, permanezcan tranquilos y se sientan felices.
“Transité por varias instituciones educativas, la primera fue Amistad con los pueblos, en el Consejo Popular Lenin. Iba de Piedra Blanca hasta allá. Las rutas de transporte urbano 1 y 9 eran mis mejores aliadas para trasladarme. Luego trabajé en la escuela primaria Raúl Cepero Bonilla y en la Nicolás Guillén, una parte de la matrícula de esta última fue ubicada hace 15 años en el complejo educacional Lucía Íñiguez, donde ya eché mis raíces”.
Muchas de sus colegas aseguran que en Piedra Blanca no debe quedar un hogar sin una foto con la maestra Nancy y reconocen en ella un referente de la labor educativa, de la pasión y sentido de pertenencia a un sector que hoy se sostiene, en buena medida, por el apoyo y contribución de muchos jubilados que retornaron a las aulas o simplemente, como ella, firmaron una jubilación en papeles y siguieron ahí, con el pie en el estribo, o mejor dicho, con la tiza en la mano sin mediar pausas ni descansos.
“En esta zona de Piedra Blanca creo que he trabajado con la mayoría de los niños que ahora son padres, pero antes fueron alumnos míos. Algunas de mis estudiantes son compañeras de trabajo actualmente. Pienso que es un alto honor que confíen en nosotros, los de más experiencia, para seguir trabajando, no solo porque hacen falta maestros, también para aportar las mejores prácticas a las nuevas generaciones y darle continuidad a la obra educativa”.
Pareciera que los días de Nancy tienen más de 24 horas y su cuerpo estuviera hecho de una fortaleza única. No es solo la maestra en el aula, es también en las visitas a sus estudiantes a su hogar cuando alguno enferma, aun cuando ella misma está convaleciente de algún virus de turno.
“Cuando la etapa de la Covid-19 me ponía un nasobuco y salía casa por casa a dejarles su hoja de trabajo para que no se atrasaran en los estudios”, comenta la maestra militante con la que pueden contar para la tarea requerida, lo mismo una guardia obrera que un trabajo voluntario, la que poco después de refrescar una fiebre chikunguyera se apareció al aula para organizar lo que el huracán Melisa destruyó. La misma mujer federada y cederista que buscan para todo en la comunidad.
“A veces mi esposo me dice que debo bajar el ritmo. Pero siempre hay cosas por hacer. En mis tiempos libres me gusta crear medios de enseñanzas. Hay muchos en toda la escuela hechos por mí. Los utilizo para motivar a los estudiantes, aunque hay muchas formas de hacerlo, con juegos, canciones, lo que más les guste”.
Habla con la satisfacción de haber cumplido con la obra de la vida, esa que tiene unos cuantos reconocimientos en diplomas, medallas (Rafael María de Mendive) y sellos de Educadora Ejemplar, pero por sobre todo, la admiración y el respeto de generaciones de estudiantes, hoy médicos, ingenieros, técnicos, que en cualquier escenario la llaman Maestra, con el cariño de quienes extrañan a una madre, que no tuvo hijos biológicos, pero sí muchos ganados con su ternura, la misma que provoca un “le eché menos maestra”, cuando por alguna razón de fuerza mayor no se ven en la cotidianidad del aula.
“Educar a tantos niños y jóvenes es un privilegio que agradezco a Fidel por darme la oportunidad de hacerme maestra, que es hacerme creadora, como dijo José Martí, de quien bebo en sus textos las mejores enseñanzas. A las nuevas generaciones les exhorto que estudien esta profesión y vivan las emociones de lo que significa formar, amar y abrazar la noble tarea de educar”.
