Mariana, desde la raíz del alma

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Mariana Grajales natalicio aniv

 

El 12 de octubre de 1868, con la guerra independentista recién iniciada y en un momento de infinita trascendencia para Cuba, un insurrecto se acerca a la casa de Marcos Maceo y Mariana Grajales en busca de hombres para la causa. Ante la numerosa prole, pide que alguno de los hijos se sume a la contienda.


Marcos se mantiene en silencio. Mariana se dirige a un cuarto toma un crucifijo, regresa y deja sellado el compromiso: “De rodillas todos, padre e hijos, delante de Cristo, que fue el primer hombre liberal que vino al mundo, juremos libertar la patria o morir por ella.”


Aquellas palabras serían el prólogo de las heroicas páginas escritas por su familia en la Historia de Cuba. Tanto su esposo como sus hijos, machete en mano, se unieron a los mambises en la manigua. Tras de ellos marcharon las hijas, las nueras y la misma Mariana, con fortaleza en el pecho para animar a la tropa y bondad en las manos para curar sus heridas.


Mariana, de padres dominicanos y mulatos, nació en Santiago de Cuba el 12 de julio de 1815. Nació libre, pues sus padres lo eran, y aunque no vivió los horrores de la esclavitud en carne propia, la vio a diario en la realidad de Cuba.


Del hogar paterno recibió la esencia de sus valores morales y su conducta ética; aunque de origen humilde e instrucción básica, poseía una inteligencia natural. Se convirtió en una mujer trabajadora y madre de familia, en sus modales hacía gala de cortesía, se mostraba tierna y bondadosa pero inflexible en la disciplina.


En un artículo publicado en la revista Bohemia el 10 de diciembre de 1944, alguien que la conoció la retrata como “robusta, de regular estatura, más bien baja, nerviosa, de movimientos ligeros, resuelta de tal manera que contrastaba con el carácter de su esposo.”


Marcos, se dice, era más sereno, sin embargo, encontró en Mariana una compañera leal, con quien compartió la vida, la formación de una familia y los ideales. Tanto fue así, que, al ser herido de gravedad en 1869, poco antes de morir, le dedicó sus últimos pensamientos y palabras: “He cumplido con Mariana.”


Sin apenas tiempo para llorar la temprana muerte del esposo, vio caer en combate también a sus hijos Justo, Fermín, Miguel y Julio. Pese a las pérdidas y al dolor como madre, no se apartó de su deber, al contrario, su amor por la patria crecía mientras avanzaba la guerra.


No cualquiera está hecho de la misma estirpe de Mariana, quien, aún con un hijo al borde de la muerte, le dice al otro, prácticamente un niño: “Y tú, empínate, que es hora de que marches al campamento”, porque ni la traición ni la cobardía conjugaban con ella.


Los combatientes le profesaban un gran afecto y las mujeres la seguían como a una líder. Trabajó en los hospitales de sangre del Ejército Libertador, arreglaba la ropa de los soldados, trasladaba armas y pertrechos a los mambises, daba consejos y aliento a los desanimados cuando menguaba la fe en la victoria; mientras ella no abandonase la manigua decían que la guerra continuaba.


“¿Qué había en esa mujer, qué epopeya y misterio (…), qué santidad y unción hubo en su seno de madre, qué decoro y grandeza hubo en su sencilla vida, que cuando se escribe de ella es como de la raíz del alma, con suavidad de hijo, y como de entrañable afecto?”, escribió sobre ella José Martí, y en cada palabra resumía el sentir de miles de cubanos.


El Apóstol la visitó en septiembre de 1892 en Jamaica, sitio donde falleció un año después de aquel encuentro. Allí, rememoró junto a la madre aquellos tiempos difíciles de la guerra, cuando el corazón temblaba ante la idea de la muerte y la única fortaleza era la esperanza de libertad.

“Así queda en la historia, sonriendo al acabar la vida, rodeada de los varones que pelearon por su país, criando a sus nietos para que pelearan.”

 

Susana Guerrero Fuentes
Author: Susana Guerrero Fuentes
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Licenciada en periodismo. Siempre es un buen momento para contar historias

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