Aislamiento: echar un mano a mano con la incertidumbre
- Por Claudia Arias Espinosa
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Personal de un centro de aislamiento recibe a nuevos ingresos. Foto: Carlos Rafael.
Estas líneas no llevan violines de fondo, pero se leen despacio, porque se vivieron en cámara lenta: efecto de la incertidumbre y el aislamiento.
A casi un año de convivencia con la COVID-19, ¿qué otra advertencia podría hacerte sobre el coronavirus? ¿Qué nueva historia podría contarte para que dejes de acostumbrarte a él, de perderle el miedo, de concebir el contagio como una cuestión del destino, si te va a tocar, te va a tocar…?
Cada día nos sentamos frente al televisor, junto a la radio, sostenemos el móvil: esperamos las cifras de la COVID-19. Parece un parte de guerra el que lee Durán, con detenidos, heridos, bajas... Hay quien todavía se conmueve con esos números. Hay quienes no ven otra cosa que números.
Yo engrosé por unos días esas estadísticas. Fui contacto directo de un positivo.
El personal del centro de aislamiento cumple estrictamente los protocolos de higiene. Foto: Carlos Rafael.
De inmediato me preocupé por él, sin embargo demoré un rato en darme cuenta de lo que implicaba para mí. Uno sabe que la COVID-19 anda por toda la isla, pero nunca cree que se encontrará con ella. ¿No es así?
Debes saber, nuestra isla no es tan grande. Y quizá en este punto, en que 2021 y 2020 parecen el mismo año, no puedo conmoverte; mas puedo asegurarte que no quieres estar donde estuve yo.
Recibes la noticia. No quieres ser como aquel señor del que te habló tu tía, allá en su país. El que estuvo grave y en la entrevista dijo que la COVID-19 era un nylon apretado alrededor de la cabeza, con un agujerito del diámetro de una aguja. Esa es la cantidad de aire que podía respirar.
Empiezas a repasar los síntomas. ¿Fiebre? No. ¿Tos seca? No. ¿Falta de aire? ¿Dolor de cabeza? ¿Pérdida del olfato? No, no y no. Pero no es suficiente para calmarte. Puedes estar enfermo de COVID-19 y ser asintomático. Ser asintomático y contagiar a otros.
La atención en el centro de aislamiento se caracteriza por la empatía. Foto: Carlos Rafael.
Tu propia salud deja de importarte. Piensas en los demás. Tratas de recordar a todos con los que tuviste contacto. ¿Sabes cuántas personas interactúan contigo en un solo día? ¿Cuánto se incrementa el peso de la conciencia cuando tienes que dar tantas veces la misma mala noticia?
A esa persona cercana, con múltiples “enfermedades de base”, no quieres ponerle un nylon apretado alrededor de la cabeza, ni dejarle solo un agujerito del diámetro de una aguja para que viva.
Haces memoria. El día del contacto, ¿usabas nasobuco? Sí. ¿Te lavaste las manos? Sí. Cuando llegaste a casa, ¿les diste un beso? ¿Les diste un beso? ¿Sí o no? Pasaron los días y no recuerdas con exactitud esos detalles, impulsos que cuesta controlar, porque son hábitos de toda la vida.
En el centro de aislamiento se garantiza la alimentación. Foto: Carlos Rafael.
No quieres estar donde estuve yo, en un centro de aislamiento.
Porque estar aislado no es tomarse unas vacaciones. Es llegar a extrañar el sol con la piel. Es ver a quienes te rodean como señales de peligro. Y llevar una etiqueta que dice Danger. Keep out of the reach of children (and everybody).
Los doctores, para revisarte, vienen cubiertos de verde, armados hasta los dientes con sus medios de protección. Uno, que nunca representó riesgo para nadie, se siente radiactivo.
No deberían estar aquí. Tampoco el personal administrativo. Si todos hiciéramos caso a Durán, si los números de la COVID-19 nos conmovieran, tal vez en lugar de dormir a en la habitación contigua, pasarían la noche en su propia cama.
Pero lo peor es la incertidumbre. ¿El instante previo a que le pongan la inyección? ¿La pausa del profesor antes de revelar las notas del examen? ¿El silencio de la persona que quiere cuando le pregunta si lo quiere de vuelta? Imagina esa sensación insoportable prolongada durante días…
Son increíblemente largas esas jornadas. Mientras tanto, andas sin sonreír. O te sale esa risa que es puro nervio. Te aferras a bromas tontas, consuelos de donde vengan, para no ceder a la ansiedad.
No quieres estar en el centro de aislamiento. No quieres que el PCR sea la prueba de la esperanza. No quieres ser la causa de doctores armados hasta los dientes con medios de protección. No quieres sentirte responsable por tantas personas. No quieres engrosar otra categoría en los números de la COVID-19… Créeme, por favor, cuando te digo, que no quieres.
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