Internet, las redes sociales y la palabra
- Por Rubén Rodríguez González
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La leí por primera vez en la antología de textos de Oscar Hurtado publicada por Letras Cubanas. Hurtado fue el padre de la ciencia ficción nacional y su imaginario de marcianos y vampiros, mezclados con mitos cubanos e impregnado de auténtico tono gótico, me impresionó entonces. Se pronunciaba en un oscuro ritual, al cabo del cual los oficiantes perderían ese órgano.
No sé por qué hasta ayer pensé que provenía del libro de Hechos de los Apóstoles. Mi padre, estudioso de la Biblia, me corrigió: epístola universal de Santiago: La lengua es un miembro pequeño, pero (…) cuán gran bosque enciende un pequeño fuego.
En peculiares circunstancias, plaga y caos mundial, viene a mi mente una y otra vez esa paradoja. Las redes sociales, concebidas para promover la comunicación devienen sitio de encuentro y confrontación, más que de diálogo y polémica enriquecedora; si como reza la curiosamente devaluada filosofía marxista son las contradicciones las que engendran el desarrollo.
Dejemos de lado la ortografía: la “democrática” internet no es el reino de la gramática, por el contrario hay disparates que parecen bromas. Me gustan las redes sociales porque aproximan amigos distantes, traen nuevas amistades, ofrecen un volumen de información diversa tan abundante que soy incapaz de procesarla.
Voy de aquí para allá, entresacando noticias del mundo del cine y las teleseries, la historia antigua y la ciencia, la literatura y el arte… y, vicio periodístico adquirido, las noticias “frescas”, con un nivel de inmediatez impresionante.
Lo hago con prudencia, pues abundan las llamadas fakenews o noticias falsas, destinadas a engañarnos, confundirnos y “comernos el coco”. Un método que empleo, para evitarlo, es identificar la fuente. Por eso, escojo agencias o medios de información confiables. Obviamente, para verificar información sobre Cuba prefiero las fuentes nacionales: sus medios de información o canales oficiales.
Por ejemplo, el guirigay digital del “día cero”, que generó malestar, confusión y hasta pánico y aquellas colas interminables en los bancos y las casas de cambio, fue una fake new. Asombra que personas que suelen desconfiar, escépticas, de la información de los medios nacionales, crean ciegamente cualquier bola echada a rodar en las redes sociales, y que aseguren, como poseídas por una especie de trance místico: “¡Que sí, que salió en Internet!”.
A veces, espacio para la sabiduría, la ternura y el entendimiento; las redes son, también, escenario del odio y la rabia cotidianos; del frío y ponzoñoso cinismo a la histeria colectiva, donde cualquier “esmorecío” te pone verde en un dos por tres. En ocasiones, alguien alza la voz por la razón y la concordia y es literalmente linchado por la turba.
Me preocupan estas explosiones de violencia virtual, que quizá sean válvula de escape de emociones encontradas, y que pueden enzarzar incluso a amigos y parientes, discrepantes en algún tema; y ahí está, una vez más, la familia escindida por la religión o la política.
Me preocupa, sobre todo, que ese pequeño miembro y su expresión, la palabra, y su instrumento, Internet, sean la candelita que provoque el incendio irracional donde se quemen los sentimientos, los valores y cuanto tiene de bello y bueno el ser humano.
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