La aguja en el pajar
- Por Claudia Arias Espinosa
- Hits: 2662

Demoré poco más de lo normal en encontrar el Archivo Histórico Provincial de Holguín. A pie es muy fácil llegar. Está ubicado allí, donde se interceptan las calles Maceo y Ángel Guerra. Pero andar sobre ruedas (de bicicleta) por el trazado uniforme de la ciudad de Holguín se parece bastante a jugar Pacman.
Esperanza, por supuesto, ya estaba sentada o más bien escondida tras la computadora de su puesto de trabajo. Daysi, la comunicadora, hizo las presentaciones. “Ella es Esperanza Velázquez Toranzo, especialista de Servicios Archivísticos”, dijo.
Esperanza sonrió, nerviosa. “Es que no sé qué voy a decir…”, se disculpó. Sus ojos agazapados tras el reflejo de los espejuelos. Y yo queriendo explicarle que no hacen falta palabras grandilocuentes, que la mejor manera de decir, es hacer, y ella lleva 28 años haciendo su trabajo en el Archivo.
¿En qué consiste su trabajo en el Archivo, Esperanza? Intento romper
el hielo con una fácil.
“Específicamente, trabajo en el Departamento de Servicios Informativos, donde atendemos a las personas que llegan al Archivo para solicitar diferentes servicios, me dijo.
“Atiendo todas las solicitudes, pues las personas quieren saber, por ejemplo, si sus ascendientes son de origen español, y brindo el servicio de copia literal de escrituras, que muchos solicitan para legalizar su vivienda”.
Para que entendiera mejor, Esperanza me llevó a la habitación donde guardan los protocolos notariales. Lo primero que sentí cuando abrió la puerta, fue el olor. El olor del polvo, del papel que envejece. El olor de los espacios donde no penetra el sol.
“Cuando vamos a trabajar con esa documentación debemos usar los medios de protección, guantes, nasobuco. Generalmente, los viernes la limpiamos para tratar de conservarla”, dice.
Al Archivo le crecen los legajos, y va quedando chiquito. Había muchos estantes en aquella habitación. Altos e impenetrables, como paredes. Sin resquicios. Y en cada uno, elegantes filas de protocolos notariales: libros tan gruesos como dos manos juntas, que los notarios comenzaron a llenar hace dos siglos.
En aquellas páginas del color del tiempo, Esperanza debe buscar las huellas legales de los tatarabuelos, cuando el cliente solicita, por ejemplo, una copia literal de escritura.
“Para buscarle la información, el usuario debe traer fecha, los nombres del notario que hizo la escritura y de los otorgantes. Son muchos documentos, pues buscar sin un dato sería…”
Buscar una aguja en un pajar, terminé la frase de Esperanza.
¿Qué hace si el cliente no conoce ninguno de esos datos?
Una vez, por ejemplo, cuatro personas nos dedicamos casi enteramente a realizar ese tipo de búsqueda. Como la mayoría de los protocolos no tienen índice, tuvimos que buscar hoja por hoja. Hay notarios que tienen hasta cuatro libros. Tardamos cuatro meses”, respondió.
Hice cuentas: a veces, atendía hasta 5 personas al día. Las solicitudes debían acumularse. Ejercer la presión del número. ¿Cómo podía Esperanza sobrellevar la presión del número? De su empatía y su ética dependía la buena fortuna de los clientes. ¿Cómo pudo Esperanza sobrellevar la impaciencia de los clientes durante 28 años?
“Los trabajos que hacemos en foros y otros eventos –continuó ella al margen de mis reflexiones- están encaminados a mejorar la búsqueda de la información. Por lo general, confeccionamos índices onomásticos de los diferentes fondos, para poder encontrar a ‘Juan Gutiérrez’, si alguien quiere saber sobre él.
“En estos momentos, todos los compañeros del Archivo trabajamos en los protocolos notariales. Cada uno estudia un notario determinado. Pero tenemos tres departamentos llenos de estos documentos…”
¿Tres departamentos más como aquella habitación de hacinados estantes? Yo, que no era la archivista, me sentí pequeña. Como Meñique en la casa del gigante.Y entendí, más que nunca, al poeta que aseguraba que la paciencia es una forma menor de desesperación disfrazada de virtud.
Me pareció imposible que tres personas (Esperanza y sus compañeras) pudieran encontrar a “Juan Gutiérrez” revisando, una a una, aquellas páginas marchitas. Sin embargo, lo lograban. Mientras avanza lentamente el proceso de digitalización del Archivo, Esperanza seguía confiando en sus ojos claros y conseguía encontrar la aguja en el pajar. Y en una ocasión, encontró algo más, algo que “le oprimió el corazón”.
“En un documento del siglo XIX, la noticia de que en el Camino a Cuba (conocida actualmente como Calle Real) una carreta cargada de esclavos cayó al río. Decía que habían muerto los caballos y los esclavos, pero que, gracias a Dios, no hubo que lamentar pérdidas de vidas humanas…
“En otro, un bando (antigua orden judicial), se prohibía bañar en los ríos de Holguín, que en aquel entonces eran caudalosos, a los caballos y los esclavos, para que no se contaminaran… los ríos”.
Esperanza trabaja en uno de esos lugares donde el pasado y el presente se enlazan, donde la historia se muestra descarnada en sus horrores y, a veces, aparece en la forma de figuras entrañables, como aquella ocasión cuando conoció a Rosa Elena Simeón Negrín.
“Llegó al archivo y saludó muy afable a cada persona. Conversó con nosotros como si fuera una amiga. No parecía una ministra” recordó Esperanza, aunque no pudo precisar el año del encuentro.
Sí recordó el 12 de julio de 1991, cuando comenzó a trabajar en el Archivo Histórico Provincial de Holguín. Dijo que si bien había trabajado en un centro de documentación y una biblioteca, el Archivo fue diferente, nuevo. Para dominar su trabajo, tuvo que leer muchos índices y otros documentos, incluyendo el más antiguo, de 1737. Así, en el lugar que a simple vista parecía estático, monótono, Esperanza encontró la profesión de su vida: la archivística.
No me había contado aún sobre el investigador que visita el Archivo de forma casi ininterrumpida desde hace 15 años ni de la compañera que antes fue tornera, cuando sonó el teléfono. “Esperanza, te llama la señora del documento X”, dijo la recepcionista. Y doy por terminada la entrevista, porque el deber llama a Esperanza, literalmente.
Comentarios