Ángel de una biblioteca
- Por Rosana Rivero Ricardo
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Hace más de medio siglo que hace el mismo recorrido. Seis cuadras entre su casa y la biblioteca o entre la biblioteca y su casa. Ya no sabría distinguirlas. Hay muchos libros tanto en la una como en la otra. Pasa su tiempo entre la una y la otra. Siempre hay personas que la visitan en la una y la otra para servirse de sus conocimientos.
María de los Ángeles Rodríguez es fundadora de la Biblioteca Provincial Alex Urquiola. “La única que queda en pie desde hace 60 años”, dice a sus bien disimuladas ocho décadas. Nunca ha pensado en jubilarse. “No, no, no, no. Es un trabajo que me gusta mucho. Disfruto leer, conocer y luego poder ayudar a la gente”.
Por eso, todo el mundo recomienda a María. “Holguín entero creo que me conoce. Las personas dicen: ‘ve a la Sala de Arte que allí está María’. Hasta en Facebook he visto esas cosas. Conozco la colección de casi toda la biblioteca, porque soy registrona. Voy a las salas y averiguo y pregunto y veo lo que llega nuevo. Tengo curiosidad intelectual. Siempre fui amante de la lectura. Mi abuela me enseñó eso desde chiquita”.
Ella domina la ubicación de los volúmenes. Los de escultura, el de mejores paisajes, el de platería mexicana que “está muy bueno”... Para mantener su mente activa gusta de recordar dónde está un texto X. “A veces me paro por gusto. Digo yo, tal libro está aquí, o no está aquí. Deja ir a ver”. Y no se equivoca.
Todo es mucho más fácil ahora que las colecciones están ordenadas en fichas alfabéticamente por título, autor y materia.
Mas cuando la biblioteca empezó en los altos de La Periquera, aquel 28 de enero de 1959, “esto estaba un poco feo. Los libros de la colección vieja estaban juntos en los estantes. Lo mismo había uno de Anatomía, que de Historia o Geografía.
Beby Urbino nos ayudaba a organizar, porque después llegaron volúmenes valiosísimos que envió la Biblioteca Nacional.
Con eso fuimos armando nuestros fondos.
“Luego nos preparamos en un curso en la capital. Fuimos 9 personas. Cuando regresamos graduados, pasaron la biblioteca para la casona que ocupa hoy el Conservatorio de Música. En 1964, la trajeron para aquí, el antiguo Liceo. Este era un edificio nuevo, con una estructura sólida para soportar el peso de los libros.
“En la biblioteca hacía los turnos de noche, porque yo era maestra. Tengo la Medalla Rafael María de Mendive. Trabajé firme en la escuela por 27 años, hasta que me empezaron a chocar los horarios con los de aquí y tuve que dejar el magisterio en el '87. Sin embargo, pude vincular las dos profesiones, porque fui profesora de la Escuela de Bibliotecología.
“Cuando empezamos se trabajaba hasta las 11 de la noche y en ocasiones, a esa hora, todavía había público. Los sábados la gente amanecía en la puerta de la biblioteca. Al abrir debías vigilar que no entraran en avalancha en su afán por coger buen lugar. Luego cerrábamos para esperar que se desocuparan mesas y sillas. Fíjate si venía gente aquí.
“Me encantaba el trabajo por la noche, pero me he ido decepcionado, porque a la gente no le interesa estudiar a esa hora en la biblioteca, casi ni a ninguna. Muy pocos vienen ya. Las tecnologías nos han quitado protagonismo. Muchas personas, aunque vengan a buscar información, no se mantienen en las salas. Fotografían con los celulares lo que les interesa y se van a leer a sus casas.
“No obstante, las tecnologías nos han ayudado mucho también. Antes había que montar guardia disimuladamente para que no le arrancaran las hojas a los libros. Desarrollamos oído de tuberculosas, ante el primer sonido de rasgado. Por suerte, las cámaras y los celulares han evitado que los usuarios mutilen los textos”.
Si algo ha aprendido bien María de los Ángeles, además de lo que viene en los libros, es a conocer a los usuarios; como “el viejito que nunca hablaba ni se asoció. Tomaba su libro y lo leía en la biblioteca”. O la muchacha que siempre se sienta a la cabecera de la mesa y cuando alguien lo ocupa se disgusta. O el estudiante de artes plásticas que instaló su caballete en la mismísima Sala de Arte y “pintó, sin dejar nada regado ni sucio, un galeón lindísimo apoyado en la ilustración en un libro que no le podía dar en préstamo externo”.
Sí, porque los libros de la Sala de Arte hay que cuidarlos muchísimo. Dice María que “la mayoría son extranjeros y ya no están entrando casi. Todos tienen muchas reproducciones en colores y buenas hojas. De pintura, sobre todo, hay bellezas aquí. Hay álbumes de distintas épocas y de artistas específicos”.
De su sala todo lo domina. Y eso que no quería estar allí. Prefería la Sala de Lectura que ocupaba antes la primera planta, porque podía aprender de todo. Allí paso muchos años, hasta que nació la Sala de Arte y, por orientación de la directora, tuvo que sustituir a una colega. “Me fui quedando y quedando y desde el ’70 estoy aquí”.
“Antes poníamos música en tocadisco. Esto se lo pasaba lleno de gente que venían exclusivamente a escucharla. El tocadisco se puede poner, lo que no se oye muy bien. El equipo que nos mandaron de CD no funciona. Tenemos un montón de casetes que no se usan y no hay donde ponerlos, desdichadamente”.
En estos 60 años como bibliotecaria, a María le han alegrado algunas cosas y “otras me han puesto triste. Por ejemplo, que cambian una sala de lugar que tenía un buen espacio. Soy muy conservadora”.
Y también “soy muy fuerte, tú no sabes. Aquí donde tú mes ves he caminado hoy. Nadie se hace una idea. Solo me quedan dos hermanas. Una vive en Matanzas y la otra aquí, en el Reparto Zayas. Todos los días voy a su casa, que es a 20 cuadras de la mía, ya las conté. Después vengo para la biblioteca”.
María ha pasado muchas calles y por su buró, muchos libros. “Figúrate, estos fueron de los primeros que mandaron de La Habana, de la época en que se fundó la biblioteca”.
Ahora el escritorio tiene varios textos que han consultado los usuarios durante el día. Ella los debe devolver a los estantes. Después recorrerá como siempre, desde hace más de medio siglo, las seis cuadras de vuelta a casa ¿o la biblioteca? ¿Quién sabe?.
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Comentarios
!!!Cuanto se le agradece !!! y cuanto le sirve de felicidad a la familia de esta mujer holguinera y sus compañeros de labor