La sobreprotección es siempre dañina
- Por Leydi Cruz (Estudiante de Periodismo)
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Los excesos de cuidado de padres hacia sus hijos son una evidencia problemática en cientos de historias presentes tanto en el mundo como en nuestro país, sobre todo después de la situación epidemiológica ocasionada por la COVID-19.
Marina fue una hija muy deseada. Sus padres, después de muchos intentos, lograron concebirla cuando ambos tenían 40 años. Desde pequeña la tienen viviendo en una burbuja. Nunca le permiten utilizar tijeras pues, “son muy filosas”; tampoco la dejan jugar fuera de la casa con sus amigos.
Con 13 años, aún la bañan, la peinan y ni hablar de la algarabía que se arma si por casualidad se lastima. Siempre están pendientes de sus exigencias y si no pueden ayudarla se sienten culpables.
Mario es hijo único. Actualmente tiene 17 años y vive con su mamá porque desde pequeño su padre lo abandonó. La madre sintió la necesidad de ser todo para él, pues penaba al pensar que su hijo crecería sin una figura paterna. Se dedicó “en cuerpo y alma” a suplir sus necesidades, exonerándolo de todo tipo de deberes, incluidos los escolares.
Elena es estudiante universitaria. En el grupo habla poco y no tiene muchos amigos. Es distraída, teme relacionarse con sus compañeros y en casa no la dejan ayudar porque "su único deber es estudiar.
Según la sicóloga Dénise Escalona, la conducta asumida por los padres de estos chicos se define como hiperpaternidad o padres sobreprotectores, lo cual consiste en el exceso de cuidados de los mayores hacia los más pequeños de casa, limitándolos en el desarrollo de ciertas actividades.
Existen diversas causas y actitudes que conllevan a esta situación, en los casos de Marina, Mario y Elena ocurre porque son padres mayores, que pasaron por muchas dificultades para procrear, los miedos de una madre soltera y la personalidad de los progenitores.
La sobreprotección aparece también cuando existen enfermedades o el deseo de los padres de que sus hijos no pasen por situaciones incómodas de las que ellos fueron testigos o protagonistas, cuando limitan o impiden que los niños exploren y conozcan el mundo por sí solos al no dejarlos ensuciarse, gatear en el suelo; restringen en exceso su independencia al elegir la ropa que van a usar, la música que pueden escuchar e incluso lo que pueden comer.
Generalmente contestan por el niño cuando un adulto se dirige a ellos; si cometen algún error los justifican o ignoran, además, utilizan el miedo para mantenerlo bajo su control. Son muy comunes las frases: “no subas ahí que te caerás y te harás daño”, “no salgas solo, puede pasarte algo malo”, entre otras, plantea la psicóloga.
Estos cuidados excesivos, aunque no lo parezcan, conllevan a la violación de los derechos. Al respecto, la Convención de Las Naciones Unidas sobre Los Derechos Del Niño en sus artículos 12, 14, 15, 17, 23 y 31 refiere que, los mismos, tienen derecho a que se respete su opinión; pueden elegir sus ideas y religión, siempre que no impidan a las otras personas disfrutar de sus derecho.
La familia puede orientar, y me detengo en este punto, es orientar no imponer, para que durante el crecimiento aprendan a usar correctamente lo proporcionado por la Ley; cuentan con libertad de asociación y reunión, así como a acceder a la información. De igual forma los pequeños con discapacidad pueden ser independientes y participar activamente en su comunidad.
Los cuidados excesivos traen consecuencias físicas, psicológicas y sociales negativas, aunque la mayoría de las veces se hace de manera inconsciente y sin ánimos de hacer el mal.
Tales posiciones también impiden la adquisición de autonomía. Se anticipan de tal forma a la satisfacción de las necesidades de los menores que impiden el desarrollo de recursos y estrategias útiles para su futuro. La mayoría posee una autoestima baja y tiene poca seguridad en sí mismo, creyéndose incapaz de resolver sus dificultades.
De igual manera, no poseen las herramientas fundamentales para tolerar frustraciones, posponer las gratificaciones y valorar las pertenencias.
Otros estudios afirman que tienen ausencia de pensamiento crítico, ansiedad y miedo, pues perciben al mundo como un lugar peligroso. Son más propensos a desarrollar adicciones, tienden a no relacionarse con las personas y manifiestan inadecuado desarrollo de la empatía. Cuando analizamos las conductas de Elena estas dos últimas características se ven claramente.
Generalmente padecen de labilidad emocional o cambios de ánimo, suelen tener retrasos y dificultades en el aprendizaje y están propensos a convertirse en malas personas porque al estar sus padres siempre detrás de ellos y no tener límites, piensan que sus actos no tendrán consecuencias.
En las escuelas, Casas de Orientación a la Mujer y la Familia, los hospitales y documentos relacionados con el tema se ofrece ayuda e información al respecto. Generalmente le brindan un tratamiento muy especial tanto a padres como a hijos.
Los especialistas aconsejan dejar que el pequeño se equivoque, de los errores se aprende. Es necesario evitar que los miedos de los mayores sean los de ellos, así como escuchar y respetar sus decisiones, siempre que no existan violación de los límites establecidos.
Animarlos y crear sentimientos de responsabilidad hace que se sientan seguros. Resulta vital fomentar que jueguen con otros niños, así como diferenciar entre cuidar y cuidar de más pues, como plantea el Dr. Mario Marrone, “la sobreprotección no es un exceso de protección, más bien es una protección mal aportada”.