Balada de los dos hermanos

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Dicen que después de compartir el vientre materno y la primera infancia, la pérdida de los seres queridos, la guerra, el presidio y el exilio, son de los eventos de la vida que más unen a los hombres. Raúl y Fidel Castro las compartieron todas.


Aquellos chicos que, se provocaban y molestaban por detalles como quien apaga la luz después de acostarse y de las palabras pasaban a la acción y comenzaban a lanzarse almohadas, como hacen todos los hermanos, juntos escribieron la difícil balada de sus vidas consagradas por completo a la Revolución Cubana.


Con sólo 22 años y sin experiencia militar, Raúl se unió a su hermano Fidel para atacar el Cuartel Moncada el 26 de Julio de 1953, el día en que dejaron de verlo como un chico de rostro delgado y lampiño, cuando le arrebató la pistola a un sargento. Tras casi dos años en prisión, partieron a México, regresaron a bordo del yate Granma e iniciaron la guerra en la Sierra Maestra, que los condujo al triunfo.


Cuentan que una vez Fidel se emocionó tanto hablando de Raúl que no pudo más que pararse en la sala mientras su hermano se cuadraba y le decía: “Comandante en Jefe, ordene” y aquel día, como tantos otros, terminaron en un abrazo fuerte con los ojos cerrados.


Es que el otrora Ministro de la Fuerzas Armadas Revolucionarias siempre ha sido un hombre de Fidel, desde la época en que ambos convivían con hijos de trabajadores de la finca de su padre en Birán, nadaban en los ríos y hacían largas cabalgatas.


He escuchado anécdotas impresionantes sobre Raúl, ese hombre modesto que cumple 90 años, cuentos que hablan de su compromiso con sus soldados y de su tropa correcta y organizada, del gran talento para administrar y dirigir y su capacidad increíble para comprender lo que demanda cada momento histórico.


Pero es mejor dejar que hable de eso Hal Klepak, profesor emérito de Historia y Estrategia del Royal Military College de Canadá, quien aseveró: “Conocía a sus tropas y no era un Ministro de visitas relámpago a una base militar. Le gustaba conversar, charlar, hacer chistes y tomar un trago con sus oficiales (...) tiene esa cosa que los soldados aprecian”.


Algunos, casi siempre mal intencionados, insisten en pensar que Raúl vivió a la sombra de Fidel, pero, en realidad, lo que siempre hubo fue la mirada conjunta en la misma dirección. Como dijo Alfredo Guevara: “se complementaban tanto que, casi sin hablar se distribuyen las tareas. Dos hermanos no por la sangre, sino porque la Revolución los une de un modo indisoluble”.


Raúl construyó un liderazgo fuerte, racional y pragmático que garantizó la continuidad de esta enorme obra, sin olvidar, jamás, su papel de padre de familia, esa que formó con su compañera de armas Vilma Espín, fallecida en 2007, compuesta por tres hijas, un hijo y muchos nietos.


Este hombre reservado, que, enfundado en su pulcro uniforme militar, confirmó en el VIII Congreso del PCC su retiro, me recordó la anécdota del reencuentro en Cinco Palmas, aquel 18 de diciembre de 1956, cuando después del fuerte abrazo, ocurrió el memorable intercambio de frases: ¿Cuántos fusiles traes?, preguntó Fidel, “cinco”, respondió Raúl, “¡Y dos que tengo yo, siete! ¡Ahora sí ganamos la guerra!”, sentenció el hermano mayor.

 

Con esa misma certeza el más chico de los hermanos Castro Ruz, garantizó la continuidad y aseveró en su discurso: “Mientras viva estaré listo, con el pie en el estribo, para defender a la patria, la revolución y el socialismo", fue una auténtica acotación para la increíble balada de una vida escrita a mano y corazón, junto a su hermano inseparable Fidel.

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