Goles son amores: Subjetividades

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francia belgicaFoto: AP
 
Comencé a enamorarme de Francia demasiado tarde, cuando enamorarse ya era casi una cuestión de miserias eventuales provocadas, de cierta manera, por la fuga de otros. Enamorarse de Francia es, en extremo, agobiante.
 
Llega un momento donde importa poco si Giroud echa a perder un taconazo de Mbappé: Giroud, por ejemplo, es alero y pívot, ala cerrada y receptor abierto, opuesto y auxiliar. Es esto –déjenme, por favor, aclararlo– algo, por desgracia o no, subjetivo: que Giroud sea, a la vez, Tim Duncan y Wilfredo León, y Francia un equipo del que uno se enamora porque tiene tipos –pienso– con la función de recordar que, pese a varias lógicas, son personas con identidades difusas; con identidades, más bien, construidas a partir de las de otros.
 
Los franceses consiguen comprender a los belgas mediante la multiplicación de kilómetros a cubrir por cada hombre. Comprender debe ser una variante interpretativa de la contención que tal vez implica algún respeto leve. Cuando lanza el primer ataque por la derecha con Mbappé, al inicio del partido, Francia solo está dejándose llevar por un furor imberbe que no le conviene a la hora de ordenar su concepto de juego basado en el laissez faire ajeno. Para ello, Deschamps construye la defensa desde arriba y, en varios momentos, adelanta a Kanté para presionar a escasos centímetros detrás de la línea de los propios delanteros franceses. A Kanté lo vemos, en ocasiones, como si fuera un mediapunta ávido.
 
Los movimientos del jugador del Chelsea y los de los demás se vuelven sinópticos y, con el paso de los minutos, Francia pasa a convertirse en un equipo de otro deporte donde un hombre, como si no existiese el resto, procura defender por todo el campo porque la cancha es, al parecer, más pequeña de lo que creíamos; uno donde el más adelantado es un eufemismo vacío –valga la redundancia–; uno donde tres hacen el trabajo de cinco; uno donde el más joven parece el más viejo. Puede ser Francia, entonces, un equipo que juega a un deporte que no existe. Ahí está el relato de una seducción probablemente masoquista: once tipos recordándoles a otros que, quizá por suerte, el fútbol es menos fútbol que lo que pensaban.

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