Formación, tradiciones e identidad: retos de la cultura
- Por Oreste Saavedra (compositor, arreglista & director de orquesta)
- Hits: 2672

Muchas veces caemos en cuenta de algunos de los más importantes desafíos de nuestra sociedad, cuando enfrentamos situaciones que nos hacen reflexionar. Recientemente viví una de esas experiencias que nos hacen pensar en las pequeñas cosas que no debemos pasar por alto, y nos definen como nación. Junto a otros miembros de la familia compartíamos el inicio de la vida escolar de nuestra pequeña. Fue realmente enternecedor verla con su uniforme por primera vez y la emoción que en ella despertaba la significación del momento. Todo listo para el gran día. La llegada a la escuela junto a sus compañeros no recibió la atención que esperábamos: el recibimiento a los nuevos ingresos por sus maestros, como debía ser. No obstante, ninguna indelicadeza nos quitaría la alegría del momento. En medio del desorden se da la voz de atención para entonar las notas de nuestro Himno Nacional…y ahí, la magia se esfumó. Fue inenarrable.
Ausencia total de musicalidad, entonación, ritmo. Sentí vergüenza ajena y recordé las veces que insistimos en casa para que ella lo hiciera correctamente. ¿Cómo era eso posible? Luego, conversando con algunos padres, escuché otras historias del pre, el servicio militar, la universidad y ¿sabe usted?, me di cuenta de una realidad: llega un momento en nuestra vida social que no cantamos nuestro Himno. Hemos perdido esos momentos patrios, solemnes que solo revivimos en actos oficiales o deportivos. ¿Por qué lo cantan incorrectamente nuestros hijos? ¿Dónde están los instructores de arte, las clases de educación musical o, simplemente, una bocina portátil –que lo reproduzca y sirva de guía- en estos tiempos de tecnología? ¿Cómo afrontamos el reto de la educación -esa formación constante de capacidades, conocimientos, valores y cultura en general- de nuestros estudiantes?
Esta ha sido una de las temáticas más debatidas en los encuentros de la filial provincial de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), en la búsqueda de esos caminos que nos permitan conectar las necesidades culturales con las aspiraciones de nuestra población. La manera de implementar esa necesaria formación artística general va desde la caracterización de los espacios culturales, hasta la preservación y transmisión del riquísimo legado cultural que conforma nuestra identidad, de modo que responda a esas necesidades intelectuales y espirituales de la sociedad.
Uno de esos caminos, precisamente, está relacionado con las propuestas culturales para nuestros niños, y de cómo formamos o distorsionamos los mensajes implícitos en ellas.
El pasado fin de semana se celebró en Holguín una edición más del Festival de la Canción Infantil (y con toda intención dejo el título hasta ahí, pues pretendo dialogar sobre su esencia y significación). Loable y meritorio esfuerzo de la Organización de Pioneros y otras instituciones, que reafirma nuestras tradiciones y desarrollan valores de bien. El problema estuvo en el contenido y las “maneras” de representarlo.
La poca promoción otra vez nos regaló, tristemente, un teatro a menos de media capacidad. ¿Cuándo veremos los poster en las carteleras culturales, spot de televisión o pantallas digitales informativas en nuestro bulevar como es habitual en otros territorios del país?
Fueron dos días de presentaciones. No obstante sí estuvo presente el entretenimiento, y se cumplió el objetivo de presentar el programa. Pero si se trata de ofrecer un espectáculo de alto vuelo artístico y un mensaje “formador” para los niños, entonces se erró el tiro.
Últimamente se ha extrañado ese hilo conductor en el discurso didáctico de algunos espectáculos infantiles de la escena holguinera. No basta con la presentación de cada canción, sus autores e intérpretes. Hay que articular un mensaje educativo, aleccionador. Sobre todo si están involucradas compañías profesionales. Entre los momentos de cierto brillo estuvieron las presentaciones acrobáticas y circenses (realmente lo mejor del programa) y el homenaje a Teresita Fernández. Fuera de esto, más de lo mismo.
La escenografía fue estática, incongruent y pobre. El acompañamiento coral, con un pequeño grupo femenino -inadecuadamente vestidas-, estuvo en contraste con el amplio movimiento de cantorías y compañías infantiles del territorio.
La dramaturgia demasiado simple y con mensajes confusos: un dilema inacabable entre abuela y nieta, sin enseñanzas y rozando los malos tratos interpersonales. Diálogos recitados y forzadas transiciones que denotaron facilismo, escasa atención a los detalles y poco vuelo estético. El desempeño actoral se limitó a llenar las escena con figurantes sacados del mundo de la “fantasía”-en el mejor de los casos-, o dispuestos meramente a entretener y buscar la risa fácil; y para colmo cuando fue necesario un momento de enlace musical escuchamos en la voz de un agradable intérprete un inesperado "Mátala con una sobredosis…" ¡ni cubano, ni infantil! Fue el epílogo de una muerte artística; eso sí, se robó al público presente (justa incursión como premio al concurso de música mexicana auspiciado por la Casa Ibero, pero desacertada selección musical).
Vimos personajes disímiles. Desde un árbol que decía ser un roble, una abuelita (en otro cliché de la mulata); otros surrealistas como una jicotea, una cucarachita...hasta un ¿rey medieval, bufones y Scooby-Doo?¿Dónde están nuestros Elpidio Valdés, Palmiche, Cacharro, el cangrejo Alejo, Juan Quinquín, el Cochero Azul, el güije, Paca Chacón, la bruja Granuja, Chuncha, Fernanda? y muchos más.
Varias cuestiones quedan en el tintero, solo pretendemos reflexionar.¿Qué mensajes o enseñanza dejamos en nuestros hijos? ¿Cómo hacemos frente a la pseudocultura, la globalización y a la banalización del arte? Se puede refrescar la escena, innovar pero con sentido artístico y conceptual. No podemos darle la espalda a la modernidad, ni estoy en contra de los aportes, pero no caigamos en errores que hemos visto recientemente en la pantalla televisiva: si se rescata un festival deben respetarse las tradiciones y no importar un show lleno de códigos foráneos. No podemos minimizarnos o negarnos como potencia cultural. Eso sería hacerle el juego a los que pretenden colonizarnos.
Y aquí viene el quid del asunto. Holguín fue pionera en la creación de festivales infantiles con La Ronda del Pintorcillo en la década del 70. Con tal influencia que propició el surgimiento del festival nacional Cantándole al Sol. ¿No sería justo mantener la identidad del evento con su carácter original y que, como en otros años, se tribute al evento nacional? ¿No merecemos conservar esta tradición de orgullo holguinero, con más de 40 años, y luego insertarnos como un “solo país” al espíritu nacional? ¿Dejaremos de tener, al pasar de los años, Jornada Cucalambeana, Carnavales, Festival del Son, Fiesta Ibero o Romerías?
Tener un “pensamiento de país” significa defender la identidad desde las particularidades. Somos changüí, feeling, trova, repentismo. Somos béisbol, dominó. Canchánchara, daiquirí. Bacán, mojito, tabaco…esa precisamente es la esencia: no olvidar la suma de elementos identitarios que nos hacen únicos. Sin ellos no habría nación. Entonces, abogo por aunar voluntades y pensar juntos cómo hacer para no dejar morir un proyecto trascendental y holguinero como nuestro festival de la canción infantil La ronda del Pintorcillo.
Es un llamado a los decisores; esos funcionarios que nos deben representar –aunque en ocasiones no transmiten (como debiera ser) muchas de las inquietudes “apuntadas”-, y solo se concentran en ajustarse al plan, al marco de la reunión o a no molestar con ciertos comentarios a los superiores. Es un llamado a los artistas para que siempre se respete el escenario, preserven tradiciones y no abandonen la creación inteligente y responsable. Es un llamado al público, ese que siempre tiene la razón, pero que en ocasiones se conforma con la propuesta y se refugia en lo foráneo. Es un llamado para todos: levantemos la mirada de nuestras agendas, de la adicción por las redes sociales y miremos al horizonte, y pensemos por momentos en el legado que estamos transmitiendo; en ese futuro que la nación necesita.