Dicen que un buen padre, vale por cien maestros

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padre e hijo

Aprovecharé esta oportunidad para escribirles mi agradecimiento a tres personas que me han enseñado lecciones tan valiosas, como entrañables.

El primero puede levantarse a las cuatro de la mañana sin pensarlo dos veces, con tal de ser puntual. Aquel verano, cuando acordamos ir a la playa, lo recuerdo implacable: encendió la luz del cuarto, me arrancó la sábana y comenzó a imitar a Pepe, el corneta, mientras me sacudía por los pies...

Además de esa voluntad a prueba de todo, admiro su sentido de pertenencia a la familia. Por nada del mundo falta al cumpleaños de sus hermanos, que son muchos; como tampoco falla en los momentos de necesidad. Tiene, además, la capacidad de escribir lindas dedicatorias, mucho mejores que las mías.

Una ética profunda distingue al segundo desde hace 75 años. De esos hombres “que miden un derecho por su deber”, ha sido una especie de conciencia para los que le rodeamos.

De niña, lo recuerdo siempre viendo las noticias. Cuando debía prepararme para las conversaciones iniciales en la escuela, prefería preguntarle a él (¡aun hoy, continúa actualizándome!) Sospecho que esa necesidad suya de comprender el mundo, de no poder permanecer ajeno, de alguna manera influyó en la profesión que escogí.

Dato revelador: durante la cuarentena ha sido, de nosotros, quien más libros ha devorado.

Al tercero lo conocí hace “poco” tiempo, pero no demoró en hacerse imprescindible. No conozco a alguien más laborioso, ni con más gracia para hacer amigos en todas partes.

Sería largo explicar cómo, pero aseguro que puede hacernos creer lo imposible, como esa historia de su papá armando un grupo musical en el campo, o los ratones en complot robando guayabas.

Otro dato revelador: si pudiera hacerle una postal personalizada, en lugar del habitual martillo, usaría la imagen de un rollo de precinta…

Sobra decir que mi papá, mi abuelo y mi “papá postizo” hacen todo lo demás que no menciono en estas líneas: esas historias que usted recordó mientras leía, el cariño, los desvelos, los apuros… Sirvan entonces como un abrazo en la distancia para todos los padres a los que queremos y admiramos, porque son, entre otras razones, los nuestros.
 

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