19 May 2025 - 19:39

Con artificios de pincel

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El famoso crítico de arte Louis Leroy acude al salón de los artistas independientes de París, que permanecería abierto al público entre el 15 de abril y el 15 de mayo de 1874. Observa detenidamente los cuadros, que laceran su ojo crítico, aguzado en la escuela clásica, amante de las líneas definidas y la composición perfecta.
 
Luego va y escribe un artículo donde recreaba el supuesto diálogo entre dos espectadores: “Que représente cette toile? Impression! Impression…” Se burlaba del título de una obra de Claude Monet, “Impresión, sol naciente”.

Así que titula su artículo, abiertamente despectivo, “La exhibición de los impresionistas”. Pretende definir una categoría general, aplicable a otros artistas de estilo similar, que habían organizado la exposición en el salón del fotógrafo Nadar: Pissarro, Monet, Degas, Renoir, Cézanne, Morisot.

Leroy termina por acuñar un término que los jóvenes pintores asumen con gusto y orgullo, para identificar el nuevo movimiento artístico que impulsaban a fuerza de creación, durante la segunda mitad del siglo XIX en Europa, principalmente en Francia: Impresionismo.

Los impresionistas usaban colores puros, sin mezcla, sobre todo los colores primarios y sus complementarios, y prescindían de negros, pardos y tonos terrosos. Manejaban la pintura más libre y sueltamente, sin ocultar sus pinceladas fragmentadas. La luz fue el factor unificador de la figura y el paisaje.

En 1886, los impresionistas exponen en Nueva York. Un cubano, colaborador del periódico argentino La Nación, visita la muestra. Observa detenidamente los cuadros, con su ojo aguzado por la razón del intelectual y el alma de artista.

Luego, encuentra el tiempo entre sus tantas obligaciones, va y escribe una de sus crónicas más hermosas, y quizá, una de las que exponga con mayor certeza y elegancia la esencia del legado impresionista.

¿Cómo describe lo que ve? ¿Cómo logra explicar los aspectos técnicos de la pintura impresionista? ¿De qué manera elude las conceptualizaciones oscuras? ¿Le será posible evitar en su artículo la crítica vacía y el aburrimiento?

Apela a su cultura vasta, su dominio inigualable del idioma y su sensibilidad artística. Quiere hacernos caminar junto a él por las salas de la exposición, “cuesta trabajo abrirse paso por las salas llenas”; quiere que veamos a través de sus ojos, “Manet con sus crudezas, Renoir con sus japonismos, Pissarro con sus brumas, Monet con sus desbordamientos, Degas con sus tristezas y sombras”.

Así describe lo plasmado en los cuadros:
“Ellos la hacen [la luz] por las alas impalpables, la arrinconan brutalmente, la aprietan entre sus brazos, le piden sus favores; pero la enorme coqueta se escapa de sus asaltos y sus ruegos, y sólo quedan de la magnífica batalla sobre los lienzos de los impresionistas esos regueros de color ardiente que parecen la sangre viva que echa por sus heridas la luz rota: ¡ya es digno del cielo el que intenta escalarlo!” (…)

“Quieren pintar en el lienzo plano con el mismo relieve con que la Naturaleza crea en el espacio profunda. Quieren obtener con artificios de pincel lo que la Naturaleza obtiene con la realidad de la distancia. Quieren reproducir los objetos con el ropaje flotante y tornasolado con que la luz fugaz los enciende y reviste (...) Quieren, por la implacable sed del alma, lo nuevo y lo imposible. Quieren pintar como el sol pinta, y caen”.

Repara, además, en la repercusión del salón, más allá del goce estético. Nueva York es el epicentro del arte moderno que a su vez, es marca de lujo. Los precios de venta fueron exorbitantes. Pone a los compradores en evidencia: “Los ricos para alardear de lujo; los municipios para fomentar la cultura; las casa de bebidas para atraer a los curiosos”.

El artículo se publica en el periódico La Nación, de Buenos Aires, el 2 de julio de 1886, bajo el título “Nueva York y el arte. Nueva exhibición de los pintores impresionistas”, y está firmado por el más universal de los cubanos, José Martí.
 
 

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