(Trans)formando
- Por Liset Prego Díaz
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Caminas entre ellos y ves sus reacciones. Podrías haberte habituado a la mirada de reproche, al asco, al temor en la mirada de un extraño. Porque tú no eres tú, sino otra, otro, clásico ejemplo de un ser atrapado en el cuerpo erróneo.
Como si no bastase el combate entre esto que se te ha dado y lo que crees debiste poseer, también toca la cotidiana lid donde tratas de explicarle al mundo cómo verte, con qué cristales transforma a él en ella, o viceversa.
Y hay quienes creen que es vanidad o antojo, que no valen tus empeños en construirte un cuerpo que piensan falso. A ti nadie te pregunta con qué atributos se construye tu verdadera apariencia, se edifica tu felicidad, cómo expresas de forma palpable eso que sabes has sido siempre.
No quieres hacer de tu causa bandera, pero crees que debes levantarte, dejar de ser la burla, el actor impostado en una farsa. Naturalizar la diferencia, ese debería ser el himno de todos hasta que no sea necesario defenderlo porque se haya hecho tan habitual como un acto reflejo.
Siempre has querido dejar de ser un cliché, el pintoresco personaje de una ciudad para ser un individuo corriente, pero no es sencillo. Se yerguen barreras reales, mentales, puertas concretas: baños, clubes, organizaciones; puertas abstractas: discriminación, incomprensión, desdén. Nadie le pide a “los normales” un documento sobre su elección de cama o imagen.
Y así vas por la vida como quien tiene que dar explicaciones por ser, como quien tiene que pedir disculpas por romper patrones que llegaron antes, mucho antes de que quisieras ser tu yo más íntimo y no el que todos esperaban.
Nombres, etiquetas, conceptos, casillas donde ajustarse, ceñirse, adecuarse, unirse. Identidad de género, roles, estereotipos. Y tú queriendo ser la muchacha que entra a la fiesta de la mano de su pareja, o el chico despreocupado que puede besar a su novia en la calle sin la mirada de asco o susto de los testigos.
Piensas en un acto de autoconvencimiento y repites como un mantra, un ejercicio diario para fortalecer el espíritu: “No soy un trastorno para poner en un manual, no soy una rareza para ser exhibida, no soy una patología que busca cura.
La discriminación sí, la homofobia sí, la transfobia sí. Ellos son los que deberían ser sanados de su odio, de su incomprensión.
Ya vendrán adelantos de la ciencias médicas y sociales, campañas, movimientos. Ya avanzan coloridas banderas en ristre, voces, derechos ganados con tanto insistir. Pero mientras todo esto llega y se hace elemental, ordinario, norma, tienes que plantar cara en las batallas comunes por lo cotidiano, lo que a otros les fue dado solo por parecer lo que son. Por eso no te callas, no disimulas, viniste a transformarte y transformar al otro, al resto, al mundo.
Según ellos, lo diverso, aberrante, anormal, desviado, engendro que transmuta, eso, el viaje del cuerpo hacia su yo más cierto, pero falso ante los ojos ajenos. Una pugna por revelar a un ego subsumido en convencionalismo y ataduras anatómicas.
Como si no bastase el combate entre esto que se te ha dado y lo que crees debiste poseer, también toca la cotidiana lid donde tratas de explicarle al mundo cómo verte, con qué cristales transforma a él en ella, o viceversa.
Y hay quienes creen que es vanidad o antojo, que no valen tus empeños en construirte un cuerpo que piensan falso. A ti nadie te pregunta con qué atributos se construye tu verdadera apariencia, se edifica tu felicidad, cómo expresas de forma palpable eso que sabes has sido siempre.
No quieres hacer de tu causa bandera, pero crees que debes levantarte, dejar de ser la burla, el actor impostado en una farsa. Naturalizar la diferencia, ese debería ser el himno de todos hasta que no sea necesario defenderlo porque se haya hecho tan habitual como un acto reflejo.
Siempre has querido dejar de ser un cliché, el pintoresco personaje de una ciudad para ser un individuo corriente, pero no es sencillo. Se yerguen barreras reales, mentales, puertas concretas: baños, clubes, organizaciones; puertas abstractas: discriminación, incomprensión, desdén. Nadie le pide a “los normales” un documento sobre su elección de cama o imagen.
Y así vas por la vida como quien tiene que dar explicaciones por ser, como quien tiene que pedir disculpas por romper patrones que llegaron antes, mucho antes de que quisieras ser tu yo más íntimo y no el que todos esperaban.
Nombres, etiquetas, conceptos, casillas donde ajustarse, ceñirse, adecuarse, unirse. Identidad de género, roles, estereotipos. Y tú queriendo ser la muchacha que entra a la fiesta de la mano de su pareja, o el chico despreocupado que puede besar a su novia en la calle sin la mirada de asco o susto de los testigos.
Piensas en un acto de autoconvencimiento y repites como un mantra, un ejercicio diario para fortalecer el espíritu: “No soy un trastorno para poner en un manual, no soy una rareza para ser exhibida, no soy una patología que busca cura.
La discriminación sí, la homofobia sí, la transfobia sí. Ellos son los que deberían ser sanados de su odio, de su incomprensión.
Ya vendrán adelantos de la ciencias médicas y sociales, campañas, movimientos. Ya avanzan coloridas banderas en ristre, voces, derechos ganados con tanto insistir. Pero mientras todo esto llega y se hace elemental, ordinario, norma, tienes que plantar cara en las batallas comunes por lo cotidiano, lo que a otros les fue dado solo por parecer lo que son. Por eso no te callas, no disimulas, viniste a transformarte y transformar al otro, al resto, al mundo.
Comentarios
La sociedad en que vivimos debería focalizar su esfuerzo en el rechazo a la mala conducta, al bandalismo, a la falta de empatía, a la grocería costumbrista que nos corroe y a tantos males sociales que a veces hacen dudar que somos una especie inteligente. Observemos el comportamiento humano desde otra perspectiva, porque con el lente que arrastramos somos más destructivos que constructivos.
Cada cual tiene derecho a encontrarse a sí mismo. Quien no lo hace vive una vida de esclavitud en su propio cuerpo y su propia consciencia. Triste, pero real el hecho de que son muchos los que no se atreven a defender su postura y su condición, no de homo[censored]ual, bi[censored]ual o tran[censored]ual, sino de ser humano.
Admiro a los que como yo, no intentan ser tolerantes, no toleran, porque no hay nada que tolerar, cual si fuera un acto malogrado de indisciplina que dejamos pasar; sino aceptan a las personas tal y como son: con sus peculiaridades y sus matices (buenos y malos). El mundo sería mejor si estubiese habitado por personas felices.
Saludos.
M@ndy Portelles
https://mandy69.cubava.cu/