Martirio
- Por Rubén Rodríguez González
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La holguinera Martirio Cruz, octogenaria maestra retirada, nos cuenta su problema. Básicamente se trata de la música que escuchan sus vecinos. “No crea, no, que me inmiscuyo en la esfera volitivo-afectiva de mi vecindario; es que la ponen tan alto y durante tanto tiempo que se hace imposible no ‘disfrutarla’.
Ella, partidaria de Don Benito Juárez por lo del respeto al derecho ajeno y la paz, intentó hacer oídos sordos al ruido en su comunidad; luego trató de negociar; e incluso les ofreció unos audífonos que tenía en casa; pero no transaron.
En esta última ocasión, nos refiere, me sugirieron una grosería respecto a lo que podía hacer con el aparatico, con lo cual me subió la tensión y hube de ser medicada.
Dice Martirio que, intentando ser consecuente con las sonoridades de su barrio, ha estado analizando desde el punto de vista lingüístico las letras del cancionero público; y su efecto es de pesar; pues ha constatado la presencia de numerosas obviedades y escatologías, impropias no solo para el oído de una anciana sino para el consumo de cualquier ser humano civilizado.
Ella ha aprendido a distinguirlos y me cita como culpables de su alta tensión y migrañas a un grupo de nombres que omitimos por cuestiones de espacio.
Con su experiencia pedagógica de maestra Makarenko, ofrece colaboración para mejorar la dicción de esta nutrida tropa de jovencitos, en cuyo fraseo ha detectado rotacismo, ceceo, dislalia, rinolalia, taquilalia, entre otras anomalías… Se pregunta ella cómo es posible que esos artistas hayan hecho carrera con tan deficiente articulación y nos recuerda a los correctísimos Tito Gómez, Barbarito Diez, Clara y Mario y hasta al Benny Moré… ¡Ay, Martirio!
Algo que la confunde es que, hace un tiempo, escuchó a una conocida musicóloga decir por la televisión que no se debe discriminar estos ritmos porque son “expresiones válidas de la música popular” y que la misma exclusión la sufrieron en sus inicios la ópera y el tango. Estoy seguro, Martirio, de que esa musicóloga no se encuentra expuesta a la misma “expresión válida de la cultura popular” como usted.
Dice la compañera Cruz que, por último, ha pensado poner en venta o permutar su casa de toda la vida, un hogar lleno de recuerdos y en un vecindario que adora. Le asiste, sin embargo, el temor de que en su posible nuevo lugar de residencia deba sufrir la misma “producción musical”.
Amiga Martirio, no creo que nadar contra la corriente o dar coces contra el aguijón le vaya a reportar ningún beneficio. No venda ni permute, que terminará cambiando la vaca por la chiva y probablemente, sea una chiva reguetonera. Eso de que en su vecindario actual casi nunca falta el agua me hace pensar que su “vaca” es única.
Pensando en su caso, se me ocurre una idea que, no obstante, precisará un pequeño sacrificio suyo. Lo primero será que se compre un equipo de música bien potente, con una gran capacidad de amplificación.
Si puede hacer que se lo traigan “de afuera”, mejor; porque le costará la vigesimocuarta parte del precio. De lo contrario tendrá que vender alguna vajilla antigua, o quizás el Panda. Pero la tranquilidad tiene su precio.
Luego se va a conseguir o pedir que le “bajen” de internet mucha música de ópera, de la buena, esa que ha arrancado durante siglos los aplausos del público. Me permito recomendarle, especialmente, a la griega María Callas cuya voz metálica está considerada como única.
O a la italiana Renata Tebaldi, otra grande de la ópera. O a la estadunidense Hesie Norman… De las voces masculinas prefiera los bajos, aunque yo le recomiendo las femeninas, especialmente las sopranos dramáticas y de coloratura.
Después, se me va a estudiar los horarios de sueño de sus vecinos, y justo cuando ellos apaguen su reguetón, usted se toma el Enalapril y les pone su ópera, que también es una expresión súper válida de cultura musical. Pulse el control de audio hasta que no queden más rayitas luminosas a la derecha, o donde diga Max.
Estoy seguro de que no podrán resistirse al encanto del aria “Nessundorma”, de la ópera Turandot que, por cierto, quiere decir “Nadie duerma”…Y cuando escuchen a Joan Sutherland “bordando” el aria de la locura de Lucía di Lammemmoor; como dicen los españoles: ¡van a flipar!
Por último, a usted, ¿cómo la lleva la artritis, ilustre pedagoga? Porque debe aprender a poner bien enhiesto el dedo del medio para mostrarlo a sus vecinos cuando vengan —¡porque van a venir!— a protestar.Recuerde que quien prefiere el reguetón, probablemente no guste de la ópera.
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Saludos.
M@ndy